sábado, 18 de abril de 2009

OBAMA Y CALDERÓN

RAÚL CARRANCÁ Y RIVAS

El día de hoy llega a México el presidente Barack Obama, precedido de una aureola a nivel de su campaña política para ser electo. Sin embargo, son esperanzadoras las señales que ha dado en el poco tiempo que lleva en el cargo. Su visita a México se lleva a cabo en un entorno con dos vertientes: la internacional y la nacional. En la primera sobresalen el agotamiento del petróleo como recurso natural no renovable y la búsqueda de fuentes de energía alternativas; los graves problemas ecológicos, principalmente el calentamiento global, que aquejan a la humanidad; la crisis económica que deriva en el aceleramiento de la hambruna en ciertas zonas del mundo; la proliferación de la violencia del que se llama crimen organizado y del narcotráfico, situación que los Estados Unidos comparte con México y viceversa. En la segunda sobresale esto último junto con la política de Calderón, la cual no ha tenido ni con mucho el éxito anunciado por el propio gobierno. Y a un lado y sin restarle importancia, la cuestión económica generada por lo que en la materia pasa en los Estados Unidos con repercusiones en el mundo entero. Ahora bien, al margen de la diplomacia y de la consideración que un jefe de Estado y de Gobierno le ha de guardar a otro, en especial cuando es su huésped, y dando por descontado que el presidente Obama no va a analizar con lupa los detalles de la, digamos sin conceder, Política Criminal de Calderón, el nuevo encargado de la Casa Blanca debe o debería tener conocimiento cabal de la naturaleza de los métodos y procedimientos legales que el Gobierno mexicano ha instrumentado con el objetivo de enfrentar el narcotráfico y la delincuencia organizada. Si Obama y Calderón se han propuesto trabajar conjuntamente para abatir o disminuir la violencia y la inseguridad criminales, uno y otro tienen que revisar programas, logística y medios adecuados al fin. Y me refiero en concreto a los instrumentos legales porque son imprescindibles, fundamentales, en una democracia. A mayor abundamiento, ambos presidentes son abogados. Por otra parte, la ética política, pregonada con sobresaliente entusiasmo por Obama, no puede renunciar al valor del Derecho. El gran asunto es si el mundo, y en lo que nos interesa México y los Estados Unidos, debe o deben ignorar la trascendencia del Derecho en la solución de la crisis de inseguridad que los agobia, substituyéndolo por un pragmatismo que con harta frecuencia pone en entredicho los derechos del hombre. La verdad es que desde hace varios sexenios nuestros vecinos del norte nos han impuesto la que se podría llamar política legislativa norteamericana. Y una cosa es, por ejemplo, que nos apoyen con dos o tres helicópteros en la lucha contra el narcotráfico, o con soldados suyos apostados en la frontera que traza el río Bravo, pero sin cruzarlo ni un milímetro, y otra muy distinta que exporten a México con pretensiones de obligatoriedad fórmulas legales que a ellos les son útiles, pero que no corresponden a nuestra idiosincrasia. Ya sé que esto no lo van a discutir Obama y Calderón. Al contrario, se hablará de que ya contamos, a manera de remedio ante el que los norteamericanos consideran un pésimo sistema mexicano de impartición de justicia, con flamantes reformas a la Constitución; agregándose que son un medio eficaz en la lucha, repito, contra el narcotráfico y la delincuencia organizada. ¿Lo son?Pero ojalá Obama recuerde que eminentes profesores de su Harvard Law School le enseñaron el sentido y la razón de ser de una gran Constitución, lo que sin duda puso en práctica como abogado en derechos civiles y transmitió a sus alumnos en su calidad de catedrático de Derecho Constitucional en la Facultad de Leyes de la Universidad de Chicago. Ojalá lo recuerde. Y no veo ni vería nada negativo si lo conversara con Calderón. ¿No acaso dos presidentes en reuniones de ese nivel intercambian información legal y la estudian, analizan, ponderan? Dos estadistas suelen hablar de cuestiones de Estado. ¿Y no es cuestión de Estado la constitucionalidad y legalidad de las acciones respectivas de sus gobiernos, de las leyes que generan èstos con el propósito de enfrentar y resolver problemas de la dimensión del narcotráfico y la delincuencia organizada? Oliver Wendell Holmes, el gran jurista y ministro que fuera de la Corte Suprema de los Estados Unidos, solía decir que el Derecho sin alma es parsimonia legal. Y qué peor parsimonia que la rutina pragmática. Evitémosla, señores presidentes.

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