viernes, 25 de noviembre de 2011

FONS

JOSÉ WOLDENBERG

Eran los primeros años setenta del siglo pasado. El cine mexicano estaba marcado por un quehacer rutinario, inercial. Se explotaban fórmulas gastadas, carentes de imaginación, de nervio. Melodramas cuyas recetas se reproducían al infinito, películas "edificantes" como si la edad mental del público fuera de 11 años, comedias que suponían que el mismo chiste calcado una y otra vez no tendría por qué decepcionar al respetable o luchadores capaces de derrotar a lobos morados, zombis, vampiros o a la propia muerte. La industria se había convertido en un gremio medieval al que no podían ingresar intrusos. Los de dentro habían edificado una fortaleza que durante largos años impidió que nuevos directores se incorporaran a la labor creativa.
Mientras, unas clases medias más educadas, exigentes, en crecimiento, difícilmente se identificaban con los productos del cine nacional. Una nueva sensibilidad -más libre, abierta, crítica, en contacto con el mundo- que se expresó durante el movimiento estudiantil de 1968, reclamaba un cine distinto: menos provinciano, más complejo, menos complaciente y más "moderno".
En aquellos años se inició un necesario "relevo generacional" como lo llamó Emilio García Riera. Jóvenes, algunos formados en escuelas del extranjero, que, con una visión más ambiciosa del cine, empezaron a realizar sus primeras obras. Felipe Cazals, Arturo Ripstein, Paul Leduc, Alfredo Joskowicz, José Estrada, Juan Manuel Torres, Gonzalo Martínez (y otros que se me olvidan) comenzaron a inyectarle un nuevo vigor al cine. Sus temas, enfoques, tratamientos, fueron en su momento como aire fresco cruzando por una morgue. Y desde entonces, y junto a ellos, una presencia se impuso por su rigor, espíritu creativo y talento: Jorge Fons, director de una serie de películas emblemáticas que se encuentran situadas entre las más logradas de nuestra cinematografía.
Fons no es un director prolífico. Una docena de películas a lo largo de más de 40 años. Pero Los cachorros, Los albañiles, Así es Vietnam, Rojo amanecer, El callejón de los milagros o El atentado, junto con los capítulos "Nosotros" de Tú, yo, nosotros; o "Caridad" en Fe, esperanza y caridad, dan cuenta de una trayectoria más que sobresaliente.
Recuerdo el impacto que "Caridad" (1972) tuvo en aquellos años. Una vieja rica -protagonizada por Sara García- llegaba en su carrazo negro, con chofer, hasta un terreno baldío donde jugaban futbol unos niños. Y en un acto de caridad les arrojaba algunas monedas. Ese desplante solidario no haría sino desencadenar una espiral de violencia que se iniciaría como un pleito entre niños por el dinero, luego incorporaría a las madres, y finalmente uno de los padres mataría a su contrincante ocasional e indeseado. A partir de ese momento, la película se centraba en el viacrucis de la viuda que tenía que lidiar con un laberinto burocrático para poder dar cristiana sepultura a su muerto.
El melodrama, en manos de Fons, trocaba en humor negro; la virtud daba paso a la maldad, las buenas intenciones se convertían en disparadoras de tragedias sin fin. La abuelita del cine mexicano, sin quererlo, causaba más desdichas que un pistolero del oeste. Katy Jurado imprimía a su personaje una fuerza y una amargura sobresalientes. La adversidad construía un espacio sin salidas donde la caridad se traducía en discordia, sangre, muerte y desolación. Un enfoque descarnado y ácido de la vida de los marginados urbanos. Un tratamiento nada complaciente con la cultura de la pobreza.
Muchos años después, Fons dirigió la primera película de ficción sobre la negra noche de Tlatelolco. Rojo amanecer (1989) transcurre en un departamento de la unidad habitacional. Un microcosmos familiar que se verá sacudido por la angustia, el miedo, la arbitrariedad y la violencia que marcaron al 2 de octubre de 1968. Sin salir a la plaza donde se consumó la matanza, Fons supo recrear las dudas, las aspiraciones, la rabia y la frustración que desencadenó el movimiento estudiantil y la respuesta paranoide y asesina con la que se trató de contenerlo. Cercana al teatro filmado, Rojo amanecer fue un suceso no sólo cinematográfico, sino político y cultural: la inédita aproximación fílmica a uno de los episodios más luminosos y al mismo tiempo trágico de nuestra historia reciente.
Fons ayudó a renovar el cine esclerotizado de los años setenta, incursionó en temas hasta entonces vedados, abrió nuevas rutas para la expresión cinematográfica, todo ello acompañado de una enorme maestría en el lenguaje fílmico. No resulta casual que la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas le haya otorgado recientemente el Ariel de Oro, un merecido reconocimiento a su trayectoria y que hace apenas unos días se le haya anunciado como merecedor del Premio Nacional de Ciencias y Artes 2011, en el campo de las Bellas Artes. Una justa valoración a la obra de un maestro y creador que tanto ha aportado a una de las expresiones artísticas y culturales más influyentes de nuestros días.

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