martes, 21 de octubre de 2008

ELL FUTURO DEL CONAPRED.

MIGUEL CARBONELL
La muerte de Gilberto Rincón Gallardo supuso un duro golpe para sus familiares, para sus amigos y para sus muchos admiradores. Pero también tuvo un efecto indeseado para el funcionamiento de la institución que puede considerarse como el mejor fruto de su larga lucha a favor de una democracia incluyente y con rostro humano: el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED). Creado en 2002 por mandato de la Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación, el Consejo tiene como misión fundamental trabajar contra uno de los signos más ominosos de la sociedad mexicana: la exclusión social en que se traducen las cientos, acaso miles, formas de discriminación que pululan en nuestro deteriorado tejido social.
Muchos acompañamos a Gilberto en su larga travesía para institucionalizar la lucha contra la discriminación. Uno de sus mayores apoyos fue el de Margarita Zavala, esposa del Presidente Calderón y hace unos años diputada federal, quien comprendió muy bien el sueño de Gilberto de contar con una ley contra la exclusión y a favor de la igualdad de oportunidades para todos. Hay que reconocer esa comprensión y solidaridad, pues fue una de las pocas que por entonces tuvimos en nuestro Congreso federal. La mayoría de los demás diputados parecían entonces, como ahora, más entretenidos en su propia agenda, que no siempre es la de los ciudadanos ni la de la nación en su conjunto.
Como sucede con todas las instituciones que cuentan con una historia corta, el Consejo todavía tiene que terminar de definir su perfil, de afinar sus prioridades, de recorrer la ruta que lo lleve hasta su identidad definitiva.
Para consolidar al CONAPRED serviría mucho que los legisladores federales hicieran reformas a la ley que lo rige, para reforzar los muchos puntos buenos que ya existen y para paliar los aspectos deficitarios, que se han hecho patentes a lo largo de sus más de seis años de funcionamiento. En su momento fue una ley muy avanzada, sin parangón a nivel mundial. Incorporó varios de las propuestas más modernas de la teoría de los derechos fundamentales, como la necesidad de interpretarla conforme a los instrumentos internacionales, la incorporación de las medidas de acción afirmativa, la posibilidad de considerar a los particulares como responsables de violaciones constitucionales, un catálogo de sanciones diferentes a las tradicionales, etcétera.
Algunas de esas novedades no les gustaron nada a los juristas tradicionales, como se podía esperar. No cabe sorprenderse, pues el gremio jurídico conforma uno de los sectores más conservadores de la sociedad mexicana, con algunas pocas aunque muy brillantes excepciones. Como quiera que haya sido, lo cierto es que la ley fue finalmente aprobada y la institución con la que había soñado Gilberto Rincón Gallardo tomó forma y comenzó su andadura. Fue un sueño de muchos, un sueño que Gilberto supo dignamente encabezar, no sin titubeos y problemas, como es obvio, pero sí con una enorme fe en la causa del derecho a la no discriminación.
Hoy el CONAPRED forma ya una parte esencial de las instituciones defensoras de derechos humanos dentro del Estado mexicano. Sus procedimientos son cada vez más conocidos por la población y a sus oficinas acuden cientos de personas que se sienten ultrajadas en su dignidad, en busca de apoyo. Ya no puede haber marcha atrás en la lucha emprendida por Gilberto. México requiere un órgano como el CONAPRED; la sociedad lo necesita, la dimensión que ha cobrado la exclusión social en el país lo exige.
Pero es cierto que, dando por sentada su existencia, hay muchos temas que el propio Consejo y quien lo encabece deben plantearse. ¿Cómo hacer que los ideales de la igualdad y la no discriminación lleguen a todos los rincones del país? ¿de qué manera lograr que sus resoluciones sean acatadas siempre, tanto por autoridades como por particulares? ¿cómo construir una ciudadanía que haga propia la lucha de Gilberto Rincón, que no deje caer esa enorme bandera que él levantó con todas sus fuerzas y que constituye desde ahora su legado más duradero?
Las instituciones no nacen de la nada ni se sostienen sin el apoyo y la entrega de hombres y mujeres decididos a defenderlas. Hoy nos toca a todos valorar el esfuerzo y el tiempo de Gilberto, dándole continuidad a su herencia, enarbolando como propios sus ideales. Ojalá que el siglo XXI sea el tiempo de la inclusión para la empobrecida sociedad mexicana. Que sus habitantes puedan salir a la calle viéndose como iguales en su dignidad y como portadores de los mismos derechos fundamentales. Se trata de una tarea enorme, para cuyo logro estamos todos llamados a trabajar. Porque de eso depende nuestra calidad de vida y la posibilidad misma de vivir en un régimen democrático.

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