La desmemoria es un signo de la época, quizá de todas las épocas. El peso inclemente del presente no deja espacio para el pasado. Un presente perpetuo adelgaza la comprensión de la vida al cercenarle sus raíces y antecedentes, únicos capaces de arrojar alguna luz sobre el momento que se vive.
Recuperar parte de nuestro pasado reciente es quizá el primer mérito de la obra El rumor del incendio de Luisa Pardo, Gabino Rodríguez y Francisco Barreiro (Foro Sor Juana Inés de la Cruz en Ciudad Universitaria). Una especie de túnel del tiempo que recrea una etapa de la vida política del país cargada de sueños de redención, impulsos revolucionarios, sacrificio, intentos de refundar la vida desde nuevas bases conjugados con violencia, infantilismo, ceguera y espirales de descomposición, que marcaron el trayecto de diferentes organizaciones guerrilleras. Y del lado de quienes los combatieron, el despliegue de una guerra sucia violatoria de todas las garantías individuales, lo que incluyó asesinatos, torturas, desa- pariciones, secuestros, procesos judiciales viciados de principio a fin. Un torbellino atroz.
En ese marco se empalman estampas de la vida de Margarita Urías Hermosillo. Profesora, guerrillera, presa, maestra en etnografía, investigadora, madre... Los planos se alimentan e iluminan entre sí. Una biografía y una época cargadas de vitalidad y ensueños, y una estela de sangre que tiñó al escenario y a los actores. La obra ofrece un mural inacabado de las guerrillas mexicanas de los últimos años sesenta y setenta y el rastreo de una trayectoria singular, única.
El asalto al cuartel Madera en Chihuahua, la organización encabezada por Víctor Rico Galán, el Partido de los Pobres y la Asociación Cívica Guerrerense de Lucio Cabañas y Genaro Vázquez, el 68, el MAR y su adiestramiento en Corea del Norte, los Halcones y el 10 de junio, el Frente Urbano Zapatista y el secuestro de Hirschfeld, los Comandos Armados de Chihuahua, el rapto de un avión en Monterrey, La Liga Comunista 23 de Septiembre, las FRAP, el secuestro de Figueroa, las FLN, hasta llegar a la amnistía de 1978 son algunos de los episodios que cuentan la historia de una ilusión convertida en trituradora no sólo de proyectos sino de hombres y mujeres poseídos por una pasión justiciera. Y en ese ambiente, una vida dedicada a la política, al estudio, al amor.
El final, sorpresivo, es también conmovedor. No se trata -descubrimos- solamente de rescatar una parte de eso que mal llamamos "memoria colectiva", sino también de construir la evocación individual e incluso íntima, la que nos pertenece como personas y resulta exclusiva, lo que ofrece un giro cálido, entrañable, a una obra dura y corrosiva.
Hay, sin embargo, una actitud reverencial hacia las guerrillas e incluso una fascinación por la violencia, que merecerían a más de 30 años de distancia un tratamiento crítico. La violencia guerrillera no fue la única respuesta ante el autoritarismo gubernamental y la represión obsesa de 1968 y 1971. Muchos estudiantes organizaron colonias populares, acompañaron a grupos campesinos en sus demandas, crearon asociaciones de crédito en el campo, fundaron revistas, partidos y partiditos, dieron la lucha en sindicatos verticales y antidemocráticos, crearon nuevas organizaciones gremiales. Ni en la peor adversidad existe una única salida. Además, el sólo paso del tiempo reclama -creo- una reflexión sobre el rostro ominoso de los agrupamientos guerrilleros: los ajustes de cuentas internos, la persecución e incluso asesinatos de militantes de izquierda acusados de "reformismo" (como el del profesor Alfonso Peralta en el C.C.H. Azcapotzalco), la transformación de un intento de diálogo en un secuestro como el que perpetró Lucio Cabañas contra el entonces candidato a la gubernatura de Guerrero Rubén Figueroa o la iniciativa de los jóvenes del MAR que fueron a recibir instrucción militar ni más ni menos que a Corea del Norte. Porque hoy lo sabemos: las armas originalmente destinadas a "los opresores", luego se enfilaron también contra los compañeros "traidores", los "reformistas", los...
La puesta en escena es ingeniosa. Con escasos recursos logran recrear aquel ambiente de ensueños y plomo que remite a un país al mismo tiempo cercano y lejano. Cercano en el calendario, lejano porque el rostro de eso que llamamos México resulta otro, transfigurado o maquillado.
Obra política, polémica por necesidad y vocación, los autores quieren "mirarse reflejados en otras personas... Mirar nuestro tiempo en relación a otras generaciones", porque hoy, dicen las apariencias, la acción política tiene poco que ofrecer a los jóvenes distanciados y críticos de la "esfera pública", y apáticos o cínicos con relación a las posibilidades de impulsar transformaciones sociales y políticas. Incómodos y molestos por la situación actual, los autores-actores preguntan y se preguntan: "si llegásemos a tener hijos y quisieran hablar de nuestra juventud, ¿de qué hablarían?".
Recuperar parte de nuestro pasado reciente es quizá el primer mérito de la obra El rumor del incendio de Luisa Pardo, Gabino Rodríguez y Francisco Barreiro (Foro Sor Juana Inés de la Cruz en Ciudad Universitaria). Una especie de túnel del tiempo que recrea una etapa de la vida política del país cargada de sueños de redención, impulsos revolucionarios, sacrificio, intentos de refundar la vida desde nuevas bases conjugados con violencia, infantilismo, ceguera y espirales de descomposición, que marcaron el trayecto de diferentes organizaciones guerrilleras. Y del lado de quienes los combatieron, el despliegue de una guerra sucia violatoria de todas las garantías individuales, lo que incluyó asesinatos, torturas, desa- pariciones, secuestros, procesos judiciales viciados de principio a fin. Un torbellino atroz.
En ese marco se empalman estampas de la vida de Margarita Urías Hermosillo. Profesora, guerrillera, presa, maestra en etnografía, investigadora, madre... Los planos se alimentan e iluminan entre sí. Una biografía y una época cargadas de vitalidad y ensueños, y una estela de sangre que tiñó al escenario y a los actores. La obra ofrece un mural inacabado de las guerrillas mexicanas de los últimos años sesenta y setenta y el rastreo de una trayectoria singular, única.
El asalto al cuartel Madera en Chihuahua, la organización encabezada por Víctor Rico Galán, el Partido de los Pobres y la Asociación Cívica Guerrerense de Lucio Cabañas y Genaro Vázquez, el 68, el MAR y su adiestramiento en Corea del Norte, los Halcones y el 10 de junio, el Frente Urbano Zapatista y el secuestro de Hirschfeld, los Comandos Armados de Chihuahua, el rapto de un avión en Monterrey, La Liga Comunista 23 de Septiembre, las FRAP, el secuestro de Figueroa, las FLN, hasta llegar a la amnistía de 1978 son algunos de los episodios que cuentan la historia de una ilusión convertida en trituradora no sólo de proyectos sino de hombres y mujeres poseídos por una pasión justiciera. Y en ese ambiente, una vida dedicada a la política, al estudio, al amor.
El final, sorpresivo, es también conmovedor. No se trata -descubrimos- solamente de rescatar una parte de eso que mal llamamos "memoria colectiva", sino también de construir la evocación individual e incluso íntima, la que nos pertenece como personas y resulta exclusiva, lo que ofrece un giro cálido, entrañable, a una obra dura y corrosiva.
Hay, sin embargo, una actitud reverencial hacia las guerrillas e incluso una fascinación por la violencia, que merecerían a más de 30 años de distancia un tratamiento crítico. La violencia guerrillera no fue la única respuesta ante el autoritarismo gubernamental y la represión obsesa de 1968 y 1971. Muchos estudiantes organizaron colonias populares, acompañaron a grupos campesinos en sus demandas, crearon asociaciones de crédito en el campo, fundaron revistas, partidos y partiditos, dieron la lucha en sindicatos verticales y antidemocráticos, crearon nuevas organizaciones gremiales. Ni en la peor adversidad existe una única salida. Además, el sólo paso del tiempo reclama -creo- una reflexión sobre el rostro ominoso de los agrupamientos guerrilleros: los ajustes de cuentas internos, la persecución e incluso asesinatos de militantes de izquierda acusados de "reformismo" (como el del profesor Alfonso Peralta en el C.C.H. Azcapotzalco), la transformación de un intento de diálogo en un secuestro como el que perpetró Lucio Cabañas contra el entonces candidato a la gubernatura de Guerrero Rubén Figueroa o la iniciativa de los jóvenes del MAR que fueron a recibir instrucción militar ni más ni menos que a Corea del Norte. Porque hoy lo sabemos: las armas originalmente destinadas a "los opresores", luego se enfilaron también contra los compañeros "traidores", los "reformistas", los...
La puesta en escena es ingeniosa. Con escasos recursos logran recrear aquel ambiente de ensueños y plomo que remite a un país al mismo tiempo cercano y lejano. Cercano en el calendario, lejano porque el rostro de eso que llamamos México resulta otro, transfigurado o maquillado.
Obra política, polémica por necesidad y vocación, los autores quieren "mirarse reflejados en otras personas... Mirar nuestro tiempo en relación a otras generaciones", porque hoy, dicen las apariencias, la acción política tiene poco que ofrecer a los jóvenes distanciados y críticos de la "esfera pública", y apáticos o cínicos con relación a las posibilidades de impulsar transformaciones sociales y políticas. Incómodos y molestos por la situación actual, los autores-actores preguntan y se preguntan: "si llegásemos a tener hijos y quisieran hablar de nuestra juventud, ¿de qué hablarían?".
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