Para cerrar el ciclo de los centenarios y bicentenarios y dar cuenta de nuestro momento y nuestra realidad, parece conveniente bajar la mirada al encuentro cotidiano de los ciudadanos, a la tarea del día a día que, con el paso del tiempo, es la que en realidad construye la historia y forma el depósito de hechos que después llamaremos pasado. Es inevitable cierta grandilocuencia cuando hablamos de los centenarios de una República, cuando tenemos que dirigirnos a cosas tan difíciles de asir como la identidad, la independencia, la justicia o la soberanía. Sus conceptos nos envuelven y nos alejan un poco del piso para ubicarnos en el horizonte, el lugar donde de verdad se encuentra el futuro de las naciones. Sin embargo, para situar las pequeñas grandezas que nos hacen fuertes como sociedad y como pueblo, habría que llamar la atención sobre algunos hombres que, lejos de ser héroes, son más bien unos pilares que soportan la invisible estructura de nuestra sociedad, aquellos que hacen su trabajo con pasión y calidad, con una entrega extraordinaria, que se prolonga en tiempos tan largos como una vida. Hace unos días, el Instituto Nacional de Nutrición y Ciencias Médicas Salvador Zubirán rindió un más que merecido homenaje al doctor Juan Antonio Rull Rodrigo, su director médico. El doctor Rull ha cumplido 50 años al servicio del Instituto de Nutrición. Ha hecho y dejado su vida entre las salas de ese hospital, ha formado numerosas generaciones de médicos, ha salvado vidas y ha contribuido a mejorar la calidad de vida de muchos seres humanos, devolviéndoles la dignidad, la serenidad y el alivio en medio de la enfermedad, inspirado y fiel a una altísima moral laica. Sin lugar a dudas, Rull es uno de los mejores endocrinólogos y diabetólogos del continente. Ese hombre sencillo, humano y notable científico, es un ejemplo de lo que la buena voluntad, la disciplina y la inteligencia pueden hacer en favor de una sociedad. Al cumplir sus tareas cotidianas con empeño y honestidad, Rull contribuye, en silencio y con modestia, a que su hospital se haya convertido en una de las insignias del sistema mexicano de salud y uno de los centros de investigación de mayor prestigio en el continente; sin duda, en sus largos 50 años de servicio, la mayor parte de las jornadas de trabajo han sido rutinarias, sin mayores sobresaltos; sin embargo, en esos mismos años ha habido horas en que la vida de un paciente, la buena marcha del hospital o un reto científico han requerido de él un esfuerzo especial, una entrega inusitada que ha sabido cumplir con entereza. En esas horas se ha comportado como un héroe silencioso, discreto; sí, un héroe porque, pese a todo y a cualquier circunstancia, ha cumplido con su deber incluso más allá de lo que la llaneza de la suficiencia requería; es uno de aquellos mexicanos que, sin haberlo sido de origen, han hecho por México tanto como los que han nacido en nuestro territorio. En momentos como éste, cuando nos parece que las circunstancias son más poderosas que nuestras fuerzas, y pienso en el doctor Rull, venciendo a la muerte, a la pobreza del presupuesto y, gran cantidad de veces, a la incomprensión de muchos, sólo con la fuerza de su voluntad. Eso es lo que necesitamos. Felicidades, don José Antonio.
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