Yo también estoy a punto de cumplir veinticinco años en La Jornada. Todo empezó con una consulta de varios periodistas que habían tenido problemas, me parece que con El Día. Entre ellos Carlos Payán, Carmen Lira, Miguel Ángel Granados Chapa y Humberto Musacchio. Presenté la demanda, pero el asunto se resolvió amistosamente enseguida.
Pocos días después me llamó Carmen proponiéndome que hiciera algunas colaboraciones para el periódico. Ya tenía yo alguna experiencia periodística y en ese tiempo escribía para El Universal. Por unas semanas las colaboraciones fueron dobles, pero llegó un momento en que me advirtieron de El Universal que no se valía escribir en dos periódicos a la vez. Obviamente opté por hacerlo en el nuevo diario de mis ya entrañables amigos.
Por un tiempo fui colaborador y abogado. Magú era el secretario general del sindicato y le reconozco genio y figura sindical, adicional a su triunfal monerismo que, a la fecha, me sigue fascinando. Varios años después dejé la asesoría jurídica y me convertí en periodista a secas, entonces con colaboraciones semanales, y desde hace algunos años cada dos semanas.
Confieso que en el momento en que me enfrento a la computadora para escribir mi artículo me lleno de dudas y casi me arrepiento de mi compromiso. Todos los que escribimos periódicamente vivimos esa situación. Pero hay una especie de hada madrina que nos habla al oído y nos plantea la necesidad de tratar de algún tema actual. Y de alguna manera sale el tema y se llenan las dos cuartillas y media, más o menos, que tengo autorizadas.
Todos los días recibo en casa y en el despacho La Jornada. Forma parte de mi vida. También El País, que tiene un aire izquierdista que no está nada mal y presenta las noticias con un estilo diferente. De La Jornada soy esencialmente monerista, sin perjuicio de enterarme de lo más importante del día. Admiro a nuestros moneros que ciertamente son incomparables.
Los artículos de fondo me interesan de manera especial, independientemente de mi presencia en esa que podríamos llamar sección, aunque esté dividida a lo largo de las páginas. Reconozco que soy de los más veteranos y admiro los nuevos nombres que han ido surgiendo a lo largo de los años.
Confieso que soy un lector crítico de mí mismo. A veces, por esa incertidumbre inicial permanente acerca de los temas a tratar, el resultado no me satisface del todo. En ocasiones, ocurre lo contrario y si es así, el día está completo. El problema es que los fines de semana no suelo estar en mi domicilio habitual. Mi esposa y yo nos vamos a Vallescondido, donde hicimos una casa próxima al campo de golf. Ese suele ser mi entretenimiento dominical, aunque confieso que en los últimos años mi rendimiento de golfista deja mucho que desear. Pero allí no recibimos periódicos. Por tanto, hasta el atardecer del domingo, cinco o seis de la tarde, cuando llegamos al departamento en Polanco, me pongo a leer La Jornada y El País y me la paso fenómeno. Es el momento en que me leo y allí surgen las calificaciones o los arrepentimientos.
Teniendo a la mano La Jornada confieso que no me llaman la atención otros periódicos, salvo en aquellas ocasiones en que no la tengo a la mano. Mi parcialidad de jornalero es más que evidente, casi viciosa. Porque es evidente que no hay otro diario que tenga información más crítica y bien fundada en nuestro tan difícil entorno.
En estos días no he podido atender las invitaciones con motivo del aniversario. Lo siento en el alma, pero la profesión es muy exigente y no me da tiempo para dedicarme a cosas más personales. Me habría gustado mucho ver a Carmen Lira y a Carlos Payán para poder darles un abrazo de feliz cumpleaños. Ambos se lo merecen, como también su grupo de colaboradores directos que han hecho de nuestra La Jornada un medio insuperado.
Seguimos en la pelea. Ya habrá temas externos que tratar para el número que me corresponda. La verdad es que escrito entre miércoles y jueves, no dejo de pensar en el tema probable. Y me pregunto cómo le harán los columnistas de todos los días.
Pocos días después me llamó Carmen proponiéndome que hiciera algunas colaboraciones para el periódico. Ya tenía yo alguna experiencia periodística y en ese tiempo escribía para El Universal. Por unas semanas las colaboraciones fueron dobles, pero llegó un momento en que me advirtieron de El Universal que no se valía escribir en dos periódicos a la vez. Obviamente opté por hacerlo en el nuevo diario de mis ya entrañables amigos.
Por un tiempo fui colaborador y abogado. Magú era el secretario general del sindicato y le reconozco genio y figura sindical, adicional a su triunfal monerismo que, a la fecha, me sigue fascinando. Varios años después dejé la asesoría jurídica y me convertí en periodista a secas, entonces con colaboraciones semanales, y desde hace algunos años cada dos semanas.
Confieso que en el momento en que me enfrento a la computadora para escribir mi artículo me lleno de dudas y casi me arrepiento de mi compromiso. Todos los que escribimos periódicamente vivimos esa situación. Pero hay una especie de hada madrina que nos habla al oído y nos plantea la necesidad de tratar de algún tema actual. Y de alguna manera sale el tema y se llenan las dos cuartillas y media, más o menos, que tengo autorizadas.
Todos los días recibo en casa y en el despacho La Jornada. Forma parte de mi vida. También El País, que tiene un aire izquierdista que no está nada mal y presenta las noticias con un estilo diferente. De La Jornada soy esencialmente monerista, sin perjuicio de enterarme de lo más importante del día. Admiro a nuestros moneros que ciertamente son incomparables.
Los artículos de fondo me interesan de manera especial, independientemente de mi presencia en esa que podríamos llamar sección, aunque esté dividida a lo largo de las páginas. Reconozco que soy de los más veteranos y admiro los nuevos nombres que han ido surgiendo a lo largo de los años.
Confieso que soy un lector crítico de mí mismo. A veces, por esa incertidumbre inicial permanente acerca de los temas a tratar, el resultado no me satisface del todo. En ocasiones, ocurre lo contrario y si es así, el día está completo. El problema es que los fines de semana no suelo estar en mi domicilio habitual. Mi esposa y yo nos vamos a Vallescondido, donde hicimos una casa próxima al campo de golf. Ese suele ser mi entretenimiento dominical, aunque confieso que en los últimos años mi rendimiento de golfista deja mucho que desear. Pero allí no recibimos periódicos. Por tanto, hasta el atardecer del domingo, cinco o seis de la tarde, cuando llegamos al departamento en Polanco, me pongo a leer La Jornada y El País y me la paso fenómeno. Es el momento en que me leo y allí surgen las calificaciones o los arrepentimientos.
Teniendo a la mano La Jornada confieso que no me llaman la atención otros periódicos, salvo en aquellas ocasiones en que no la tengo a la mano. Mi parcialidad de jornalero es más que evidente, casi viciosa. Porque es evidente que no hay otro diario que tenga información más crítica y bien fundada en nuestro tan difícil entorno.
En estos días no he podido atender las invitaciones con motivo del aniversario. Lo siento en el alma, pero la profesión es muy exigente y no me da tiempo para dedicarme a cosas más personales. Me habría gustado mucho ver a Carmen Lira y a Carlos Payán para poder darles un abrazo de feliz cumpleaños. Ambos se lo merecen, como también su grupo de colaboradores directos que han hecho de nuestra La Jornada un medio insuperado.
Seguimos en la pelea. Ya habrá temas externos que tratar para el número que me corresponda. La verdad es que escrito entre miércoles y jueves, no dejo de pensar en el tema probable. Y me pregunto cómo le harán los columnistas de todos los días.
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