viernes, 28 de enero de 2011

DINERO, MEDIOS Y DEMOCRACIA

JOSÉ WOLDENBERG

1.Recordatorio. Quien piensa y asume que todos los valores son armónicos y se complementan de una manera inercial no ha comprendido las tensiones fundamentales de la vida moderna. Precisamente porque entre ellos se producen fricciones es que administrarlos y ofrecerles horizonte se vuelve parte fundamental de la política.
Sólo para ejemplificar: conservación de los recursos naturales y desarrollo económico son dos valores que (casi) cualquiera puede reconocer. Pero desplegados en forma inclemente resultan incompatibles. El conservacionista extremo puede acabar oponiéndose al desarrollo, mientras el desarrollista inflexible puede derivar en un depredador de la base natural del propio desarrollo. No es casual entonces que, por lo menos en la retórica, se hable de un desarrollo sustentable, una fórmula que intenta equilibrar pulsiones antitéticas, es decir, que el desarrollo no avasalle los recursos naturales y que los defensores de los mismos no se vuelvan un dique contra el crecimiento.
La libertad, fuera de cualquier otra consideración, puede derivar, como decía Isaiah Berlin, en la carta de naturalización para que el lobo se coma a las gallinas. Y la búsqueda de la igualdad resultó, en no pocos casos, en la supresión de todas las libertades, convirtiendo a quienes eso proclamaron en carceleros de los ciudadanos. Por ello, Bobbio proponía su síntesis a través de un socialismo liberal.
Los ejemplos se pueden multiplicar. En ocasiones no se trata de dos valores enfrentados sino de tres o cuatro en tensión. Pero la idea que quiero subrayar es que el despliegue de un solo valor puede masacrar a los otros.
2. México hoy. La Suprema Corte en estos días se ocupará del amparo que un grupo de intelectuales y periodistas interpuso contra la disposición constitucional que prohíbe la compra de publicidad para hacer campaña a favor y en contra de candidatos y partidos. Más allá del peliagudo tema de si una norma constitucional puede ser anticonstitucional, el asunto de fondo merece no ser evadido.
Muchos esfuerzos fueron necesarios para edificar en nuestro país condiciones medianamente equitativas para la competencia electoral. Se trata de un pilar del "juego democrático" sin el cual el edificio construido tiende a ladearse, a desfigurarse. Sólo después de la reforma de 1996 México ha vivido procesos comiciales equilibrados. Y eso fue porque se aprobaron una serie de medidas, plasmadas en la legislación, que contribuyeron a ello. No fue la casualidad ni la inercia lo que abonó ese resultado, sino un diseño específico de financiamiento y de acceso a los medios de comunicación lo que pavimentó e igualó el terreno de juego. Y una de esas normas fue la de prohibir que terceros pudieran comprar espacios en radio y televisión durante las campañas, como sucede en los países europeos y en buena parte de América Latina.
No se requiere tener demasiadas luces para comprender que la remoción de esa norma -que a partir de 2007 es constitucional porque en el 2006 fue violada estando en el Cofipe- podría construir condiciones de la competencia absolutamente inequitativas con un alto costo para la legitimidad de las elecciones.
Al sólo insistir en el valor de la libertad, como lo hacen los impulsores del amparo, sin siquiera pensar que tiene que anudarse con otros valores, o peor aún sin detenerse en los efectos perversos que el despliegue de esa libertad pueda causar, su propuesta se vuelve cándida en el mejor de los casos o en el extremo siniestra.
3. Espejo. Hace un año, nos recordaba Sergio J. González ("Dinero, elecciones y democracia" en La Crónica de hoy, 19-01-11), que la Corte de Estados Unidos estableció que no se les puede prohibir a los corporativos, sindicatos u organizaciones ciudadanas comprar spots en los medios masivos de comunicación a favor o en contra de los candidatos a cualquier cargo electivo. Los apologistas de esa decisión la presentaron como un triunfo de la libertad.
Pero leamos lo que entonces dijo el presidente Obama: "Se trata de una gran victoria de las grandes compañías petroleras, de seguros, de los bancos de Wall Street y de todos los otros intereses que usan su poderío económico cotidianamente en Washington para acallar las voces de los ciudadanos de a pie". Y unos días después reiteró: "La semana pasada, la Suprema Corte...dio reversa a un siglo de legislación que creo abrirá las compuertas para que los intereses, incluyendo corporaciones extranjeras, puedan gastar sin límites en nuestras elecciones" (Ibid).
Nosotros apenas llevamos menos de 15 años de elecciones equitativas. ¿Se pretende dinamitar esa construcción? ¿Qué pasaría en el 2012 si cualquiera pudiese contratar espacio en radio y televisión para hacer campaña? ¿Todos, realmente, estaríamos en las mismas circunstancias? ¿Quiénes se beneficiarían de tal libertad? ¿Cuál sería su impacto en términos de la legitimidad del proceso? Esas preguntas no se pueden evadir. La Corte tiene la palabra.

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