La última vez que Antanas Mockus —ex alcalde de Bogotá y ex candidato a la presidencia de Colombia— estuvo en México, nos recordó que uno de sus lemas favoritos cuando había sido funcionario público fue la idea de que la vida es sagrada. Cualquier vida. Es importante recordarlo, porque tal parece que en nuestro país se ha ido instalando la percepción de que hay vidas de segunda o de tercera, cuyo valor es nulo, de lo que se deduce que no hay que preocuparse demasiado por ciertas muertes. Cuando suceden asesinatos en determinadas ciudades, sale un funcionario a informar que se trató de un enfrentamiento entre pandillas o entre bandas de narcotraficantes y asunto cerrado: esas vidas no son relevantes, ellos escogieron ponerse del lado de los “malos” y, por tanto, su muerte ni siquiera se investiga. A nadie le importa el triste final de esos sujetos, ni a las autoridades, ni al resto de los ciudadanos. Esa actitud de muchos funcionarios, no solamente viola un buen número de normas jurídicas (que obligan desde luego a investigar cualquier homicidio, con independencia de las actividades que hubiera podido tener en vida el sujeto), sino que además, en realidad, promueve que se siga degradando hasta niveles increíbles la convivencia social. Desde la terrible conflagración de los años revolucionarios a inicios del siglo XX, no habíamos visto un nivel tan alto de violencia en el país. Fernando Escalante, en la revista Nexos de enero, nos indica con la evidencia de las cifras duras, que hemos dado un paso atrás de 20 años en el tema de los homicidios, los cuales, a nivel nacional, aumentaron en 50% en 2008, y de nuevo otro 50% en 2009. En algunos estados, el aumento fue muchísimo más marcado: en Chihuahua, en esos dos años, el homicidio aumentó en 439%, en Durango en 312%, en Baja California en 189%, en Sinaloa en 178%. Esos datos solamente pueden sintetizarse con dos palabras: fracaso absoluto. Todas las entidades federativas tuvieron un aumento en el número de homicidios, salvo una: Yucatán, en donde la cifra disminuyó en 11%. El número de muertos es apabullante y no se puede justificar diciendo que la mayoría de las bajas son de pandilleros o integrantes de los cárteles. Insisto: esa es una excusa torpe, que rechaza el valor de la vida de todas las personas que viven en México. No hay vidas de primera o de segunda; hay simplemente vidas, y todas deben ser protegidas. La muerte de cualquier persona es un fracaso del Estado mexicano, que tiene el deber de protegernos a todos, incluso a aquellas personas que realizan actividades ilícitas, a las cuales hay que detener, juzgar y encarcelar con todo el rigor que está previsto en la ley, pero no permitir que se les prive de la vida. La violencia de los años recientes no solamente ha matado a una buena cantidad de personas que nada tenían que ver con la criminalidad —muchos niños han sido asesinados—, sino que además, al acudir a la excusa fácil de que son las bandas las que se matan entre ellas, las autoridades olvidan que incluso dentro de las bandas hay diferentes niveles de responsabilidad, y que no todos sus integrantes son peligrosos asesinos. Las bandas también emplean veladores, choferes, jardineros, contadores, mensajeros, etcétera. Si alguno de ellos tiene responsabilidades legales, debe responder por ellas ante la justicia sin que exista ninguna justificación para su muerte, ni para dejar de investigarla. El valor de la vida se ha devaluado hasta niveles insoportables en nuestro país. La espiral de sangre que ha corrido en nuestras calles, las ejecuciones cada vez más sanguinarias y vengativas, las imágenes tan violentas que hemos visto, parece que nos han anestesiado como sociedad. De otra manera no se entiende la pasividad con que se reciben, día tras día, las noticias de reos asesinados, de personas degolladas, colgadas en puentes, diluidas en tambos, torturadas, expuestas con narcomensajes en YouTube, etcétera. Debemos reflexionar hoy, como nunca, sobre el valor de la vida. Una sociedad que no la valora ni la respeta está dando pasos muy firmes hacia su propia desaparición. ¿Es eso lo que México se merece? Ojalá que no lo permitamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario