miércoles, 29 de septiembre de 2010

LO QUE ESTÁ EN JUEGO

JORGE ALCOCER VILLANUEVA

La posibilidad de coalición entre el PAN y el PRD para la elección de gobernador en el estado de México podría estar muerta; la causa no será la "ley Peña Nieto" (que proscribió las candidaturas comunes), sino la campaña personal, gira de por medio, que ha emprendido Andrés Manuel López Obrador por los municipios de ese estado. En un tono exaltado, el tabasqueño mandó "al carajo" las alianzas entre izquierda y derecha, y de paso a los dirigentes del PRD, que dice le dan "pena ajena", por lo que los conminó a afiliarse al PAN. Así se llevan.Estamos ante dos visiones encontradas: una que mira los resultados previos y defiende la necesidad de enfrentar al PRI mediante alianzas pragmáticas; y otra, que condena esas alianzas por considerarlas negativas para la imagen y futuro de la izquierda, mirando ante todo lo que puede ocurrir en la elección presidencial de 2012, en la que, salvo un viraje imprevisto, cada uno de los tres mayores partidos postulará su propio candidato.A los pragmáticos, hechos y datos parecen dar la razón. Oaxaca, Puebla y Sinaloa, son referentes inmediatos; pero lo es también, en sentido opuesto, el avasallador resultado que en julio de 2009 alcanzó el PRI (en coalición con el PVEM, PNA y PSD) en el estado de México, al obtener la victoria en 38 de 40 distritos federales, en 39 de 45 distritos locales y en 97 de 125 municipios, en los que, sin embargo, alcanzó el 44.5% de la votación estatal efectiva, contra 22.2% del PAN; 17.6% del PRD; 5.6% de Convergencia; 5% del PT; 2.9% del PVEM y 1.2% del PNA. Son esos datos los que pueden explicar la proscripción de las candidaturas comunes, como también la determinación de ir en unidad -a toda costa- entre PAN y PRD, sumando, por lo menos, a Convergencia.La visión de López Obrador tiene referentes distintos. Su proyecto pasa por evitar que sus adversarios internos sigan acreditando que la mayoría de los electores respaldan las alianzas y con ellas a quienes las han impulsado en el PRD (los Chuchos y Marcelo Ebrard); no es la congruencia de la izquierda lo que al tabasqueño preocupa, es el futuro de sus aspiraciones personales, amenazadas por su declive en las encuestas de preferencias entre los suspirantes a la candidatura presidencial en 2012, especialmente frente a Ebrard. De seguir el conflicto, pronto las encuestas también serán enviadas "al carajo".El resultado de la eventual coalición PAN-PRD (quizá sumado a ellas Convergencia), con el PT con candidato propio, es una incógnita. En Puebla (2010) el abanderado petista no hizo mella, pero en el estado de México (2011) podría ser determinante, pues a la división se sumaría el activismo de López Obrador, lo que no ocurrió en este año, ya que el ex candidato se limitó a la condena, pero se abstuvo de traducirla en movilización y giras.Ante el encontronazo con López Obrador, quizá la única salida de quienes están a favor de la unión entre izquierda y derecha sea trasladar la decisión a la ciudadanía mexiquense, o al menos a la militancia de los partidos; una consulta directa podría ser la forma de dirimir el litigio. En la boleta se colocaría una primera pregunta sobre la coalición, ("sí" o "no"); a los que respondan "sí" se les preguntaría por el candidato(a) que prefieren, ya sea de manera libre, o seleccionando de entre una lista previa. Una decisión de ese tipo sería la respuesta a las objeciones en contra de la coalición, un medio para legitimar alianza y candidato, y un preludio, por demás interesante, para la elección mexiquense, a la que Tirios y Troyanos consideran, con razón o sin ella, bola de cristal que anticipa lo que ocurrirá en 2012.Mantengo la opinión de que si las coaliciones electorales están permitidas por la ley, sin requisitos de identidad ideológica o programática, pueden ser establecidas por todos los partidos, en las combinaciones que decidan. Sin embargo, cuando provocan conflictos internos, que amenazan con predeterminar el resultado de la elección constitucional, acudir a la consulta y decisión de los ciudadanos es una vía no sólo legalmente asequible, sino políticamente legítima. Posdata El fraude perpetuo. Toca turno a Juan Molinar; que con la revista Cambio de parapeto coloca foto y bigote en carteleras y parabuses en el DF.

INJUSTICIA PRESIDENCIAL

JESÚS CANTÚ ESCALANTE

El domingo 19 El Diario de Juárez publicó un editorial en el que convocó a los “señores de las diferentes organizaciones que se disputan la plaza de Ciudad Juárez” a que les expliquen “qué es lo que quieren de nosotros, qué es lo que pretenden que publiquemos o dejemos de publicar, para saber a qué atenernos”.
El posicionamiento provocó la reacción de Alejandro Poiré, secretario técnico del Consejo de Seguridad Nacional, quien respondió enérgicamente: “No cabe, en modo alguno, por parte de ningún actor, el pactar, promover una tregua o negociar con los criminales”, y reclamó que “la única autoridad que debe reconocerse es la legítimamente constituida por emanar de la ley y de los procesos electorales”.
El editorial fue una forma muy heterodoxa, impactante e inusual de posicionar a un medio de comunicación frente a un evento trascendente para él mismo y para la comunidad juarense; pero más allá de la forma, el mensaje, los señalamientos y hasta la disposición a negociar no son para nada atípicos respecto de lo que han hecho otros medios de comunicación y el mismo gobierno federal que tanto se indignó.
En particular, el señalamiento de la inexistencia de una autoridad capaz de mantener el orden y hacer prevalecer el estado de derecho ha sido común en todos los comunicadores y medios que han enfrentado situaciones similares.
Tras la liberación de los tres periodistas secuestrados por el crimen organizado en Gómez Palacio, Durango, el pasado 2 de agosto, Denise Maerker escribió en su colaboración de El Universal: “El secuestro ocurrió en territorio liberado. Sí, pero de cualquier autoridad legítima”.
A su vez, el diario Noroeste de Sinaloa, luego del ataque que sufrió en sus instalaciones de Mazatlán, señaló en un editorial desplegado en la primera plana, como nota principal, el jueves 2: “…el ataque sufrido por esta casa editora (…) es un claro síntoma del grave deterioro del estado de derecho en Sinaloa, donde el ciudadano común ve cómo cada día van siendo constreñidos y anulados muchos de sus derechos por la ineficacia e ineficiencia de las autoridades de todos los niveles (…) En esas condiciones, por supuesto que se torna mucho muy difícil ejercer el periodismo con la responsabilidad y profesionalismo que esta tarea reclama”.
En la forma hay una gran diferencia con el posicionamiento de El Diario, pero en el mensaje no tanta: “Ustedes son (publicó El Diario refiriéndose a los jefes de la delincuencia organizada), en estos momentos, las autoridades de facto en esta ciudad, porque los mandos instituidos legalmente no han podido hacer nada para impedir que nuestros compañeros sigan cayendo, a pesar de que reiteradamente se los hemos exigido”.
Mencionó nuevamente el “vacío de poder que respiramos los chihuahuenses en general, en medio de un entorno en el que no hay las garantías suficientes para que los ciudadanos puedan desarrollar sus vidas y actividades con seguridad…”.
Sin embargo, por las declaraciones de Poiré, lo que más irritó al gobierno federal fue la disposición de El Diario para “pactar, promover una tregua o negociar” con la delincuencia organizada, a pesar de que la propia autoridad federal había negociado en el caso de los tres periodistas secuestrados en Gómez Palacio, Durango.
El 26 de julio, el crimen organizado secuestró a Héctor Gordoa, jefe de información del programa Punto de Partida, que conduce Denise Maerker; a Alejandro Hernández, camarógrafo de Televisa Torreón; y a Jaime Canales, camarógrafo de Multimedios Laguna. Ese mismo día, de acuerdo con lo publicado por Milenio, edición del 28 de julio, los comunicadores (bajo presión de los secuestradores) hablaron con sus medios y les expresaron que “la condición de sus captores para liberarlos era que transmitieran tres videos del narcoblog en el noticiario del mediodía del canal local de Grupo Milenio”.
Según el mismo diario, “a la 1:40 horas los videos fueron transmitidos en el Telediario de la Laguna, en un enlace especial originado desde Milenio Televisión, en el DF. Tuvo una duración de 15 minutos y fueron emitidos sin ninguna edición”.
Es decir, se aceptó la solicitud de los secuestradores, con la esperanza de que éstos cumplieran su parte: liberar a los rehenes.
Esto es claramente pactar con la delincuencia organizada.
Por su parte, Denise Maerker suspendió el 29 de julio la transmisión de su programa Punto de Partida, tras un mensaje en el que advirtió: “No es mucho lo que en este momento le puedo adelantar sobre las circunstancias que nos llevan a cancelar el programa de hoy. Lo que le puedo decir es que el lunes pasado periodistas y reporteros de este y otros medios de comunicación fueron secuestrados. Emitir un programa en estas circunstancias resulta imposible y un riesgo no sólo para quienes permanecen retenidos, sino también para todos aquellos que nos dedicamos al ejercicio periodístico”.
El 2 de agosto, en la ya mencionada colaboración de Denise en El Universal, manifestó: “A Héctor lo soltaron el jueves en la mañana porque querían que hiciera una nota donde destacara que el video que llevó al arraigo de la directora del penal de Gómez Palacio estaba truqueado. Esa ‘información’ debía salir en Punto de Partida en la noche, así como una entrevista con él para que contara ‘lo bien’ que lo habían tratado. Se quedaron con los camarógrafos de Televisa y Milenio para asegurarse de que cumpliríamos con esa exigencia. Nadie, ni Héctor ni ningún negociador de Televisa ni de Milenio, prometió nunca que se cumpliría con esa exigencia”.
Y aclaró: “La decisión de Televisa fue inmediata: ni esta vez ni nunca se iba a negociar el contenido de un programa porque alguien tenía de rehén a un compañero nuestro”.
Esto significa que Televisa no está de acuerdo en negociar el contenido de un programa, aunque en otros aspectos sí esté dispuesta a negociar.
El lunes 20, en su colaboración semanal en El Universal, Denise Maerker reveló: “Que quede bien claro, la actuación de la Policía Federal fue determinante para que los tres periodistas secuestrados en Gómez Palacio recobraran su libertad sanos y salvos. Lo fue durante la negociación con los secuestradores gracias a su equipo especializado en manejo de crisis”.
Es decir, la Policía Federal estuvo al tanto o quizá hasta fue el negociador en este caso.
Y algo similar ha ocurrido en el caso del secuestro de Diego Fernández de Cevallos. El 21 de mayo, su hijo mayor emitió un comunicado en el que pidió a las autoridades mantenerse al margen del caso a fin de favorecer el proceso de negociación para liberarlo. De inmediato, el entonces secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, declaró: “El gobierno será muy respetuoso respecto a las decisiones de la familia en ese sentido y buscará siempre ser un espacio útil para lograr este propósito. Todos estamos obligados a generar un ambiente propicio para que esto se desenvuelva con absoluto respeto a la vida de don Diego y con el absoluto respeto que hoy maneja su familia”. El gobierno no negoció, pero respaldó las negociaciones de la familia y aceptó las condiciones de los secuestradores.
No son los medios de comunicación o las familias de los secuestrados los únicos que pactan con el crimen organizado.
El jueves 23, el periódico regiomontano El Norte publicó en su primera plana una información sobre las cuotas que el crimen organizado cobra a los transportistas, con el apoyo de elementos de la Policía Federal, por permitirles transitar por la carretera Monterrey-Altamira. Se incluyó allí la declaración de un transportista que, al ser cuestionado sobre cómo le hacían para transitar de noche por la carretera Reynosa-Ciudad Victoria, respondió: “¿Cómo le hacemos? Pues preguntando a quién se le debe pedir permiso, y, una vez que nos autorizan a viajar de noche, nos dan una clave por si nos detienen más adelante, que sepan que ya estamos autorizados para circular por ahí”.
Los ejemplos de acuerdos tácitos o explícitos con el crimen organizado para evitar ser víctimas de su violencia son múltiples; están presentes en la decisión de los medios de comunicación tamaulipecos de no publicar ninguna información sobre los hechos violentos que ocurren en su entidad; en la de los empresarios que aceptan pagar las cuotas para seguir operando, etcétera.
En su mensaje a los “señores” del crimen organizado, después de pedirles señalar qué quieren que El Diario de Ciudad Juárez publique o deje de publicar, aclaró: “Esta no es una rendición. Como tampoco significa que claudicamos al trabajo que hemos venido desarrollando. Se trata de una tregua para con quienes han impuesto la fuerza de su ley en esta ciudad, con tal de que respeten la vida de quienes nos dedicamos al oficio de informar”.
Así, en consonancia con la actitud que han asumido otros comunicadores, políticos, empresarios y ciudadanos amenazados, El Diario reconoce su disposición a “pactar, promover una tregua o negociar con los criminales”.
Pero en esta ocasión el gobierno federal no sólo no respetó la decisión de la publicación ni apoyó “el manejo de la crisis”, sino que le reclamó su proceder.
El editorial no es ortodoxo y su posición es cuestionable; pero el trato gubernamental es desigual, incongruente e injusto, pues además, sin información suficiente, pretendió desvirtuar el atentado contra la libertad de expresión al retomar las versiones de que el asesinato del periodista fue un delito del orden común.

EL DIPUTADO GODOY Y LA PRECARIEDAD

RODRIGO MORALES MANZANARES

La toma de protesta del diputado federal Godoy es un episodio paradigmático. Como se recordará, el legislador perdió sus derechos políticos al existir una orden de aprehensión en su contra, y por ello no pudo tomar protesta. Sin embargo, un juez le concedió un amparo que le restituye sus derechos y ahora goza de fuero para hacer frente a las acusaciones sin el riesgo de perder su libertad. El inusual cerco que se operó en torno al Palacio Legislativo de San Lázaro fue burlado. Varios son los problemas que el caso encarna.
En primer lugar, habría que discutir de nuevo cuándo se pierden los derechos. La Constitución establece que es cuando se libra una orden de aprehensión, pero dado los constantes hierros en la procuración de justicia, las voces que establecen que la privación de derechos se cumpla una vez que se dicte sentencia condenatoria, parecen tener algo de razón. Por otro lado, habría que discutir el alcance del fuero constitucional del que gozan los legisladores; la idea de acotarlo a garantizarles el ejercicio irrestricto de su libertad de expresión es sin duda un buen principio.
Pero más allá de eso, el caso llama la atención porque vuelve a poner en evidencia la precariedad con que funciona la procuración de justicia. Si al final del día el hoy legislador no es culpable de lo que se le acusa, habrá resultado que el llamado michoacanazo no habrá sido otra cosa más que un montaje político, y tendremos otro ejemplo de uso faccioso de los aparatos de procuración de justicia. Ello debiera acelerar el debate en torno a la autonomía del Ministerio Público, o al menos sobre los controles que debieran existir para impedir su uso político.
Por otra parte, si la inocencia del diputado deviene de la impericia de la Procuraduría, y es en efecto culpable pero no se le puede consignar porque la averiguación está mal integrada, sin duda tenemos un grave problema. No es el primer caso en que las investigaciones no tienen la solvencia requerida; no es la primera vez en que el Poder Judicial señala inconsistencias, y la pregunta es, ¿dónde está el proceso de aprendizaje del Ministerio Público para armar sus casos?
Ahora bien, si al final del día resulta que el legislador sí es culpable de lo que se le señala, se colma el juicio de procedencia, y se hace justicia, me parece que tendríamos que reflexionar en torno a lo que tenemos hoy como Estado para impedir que en el futuro la delincuencia organizada arribe a cargos de elección popular. No tenemos gran cosa. En términos de la fiscalización de los recursos, hoy contamos con una legislación que sin duda potencia las capacidades y atribuciones de la unidad de fiscalización del IFE, pero no hay que olvidar que ese trabajo se hace ex post, es decir una vez que la elección ya está calificada, por tanto, si en ese espacio se detectaran fuentes de financiamiento ilegales y vinculadas a la delincuencia, eso ocurriría cuando el funcionario electo ya estaría en funciones. Es decir no tenemos herramientas preventivas para inhibir de manera efectiva la llegada de recursos ilícitos a las campañas. Sin duda llegó la hora de actualizar los tipos penales para hacerlos compatibles con las nuevas realidades que vivimos. Ojalá aprendamos todas las lecciones del caso Godoy.

...Y SIGUE EL AUTORITARISMO!

MARÍA DE LOS ÁNGELES MORENO

En mi artículo anterior, comenté algunas cuestiones sobre el manejo y administración del Gobierno del DF que, desde mi punto de vista, son aberrantes y abusivos, y que tienen que ver, básicamente, con un desarrollo urbano desordenado y con la destrucción o maltrato de inmuebles históricos o emblemáticos no sólo para la ciudad, sino para todo el país.
Por ejemplo, el monumento a la Revolución, patrimonio federal, que el jefe de gobierno ha convertido en “monumento al elevador”, a la vez que ha obstaculizado la perspectiva, así como ha impedido su posible utilización para conmemorar el 20 de noviembre la epopeya revolucionaria mexicana, que marcó el surgimiento de derechos sociales y de instituciones en el siglo XX mexicano. Otro ejemplo, el uso de la plaza de la Constitución para eventos de todo tipo que, so pretexto de abrirlo al público, en realidad lo que hace es limitar el disfrute de capitalinos y visitantes de una magnífica imagen del espacio más relevante existente en el DF. Uno más, la demolición arbitraria, y sin autorización del INAH, de 16 edificios coloniales que databan de los siglos XVII, XVIII y XIX.
Pero hay uno que quiero mencionar en especial el día de hoy: Xochimilco.
Xochimilco fue una zona privilegiada de nuestra Ciudad, donde, por igual, encontrábamos sembradíos, canales navegables con trajineras, bosques y montañas que enmarcaban en verde los paseos, las comidas típicas, las exposiciones artesanales y las exhibiciones de plantas y flores, entre muchas otras cosas.
Alguna vez Xochimilco fue llamado la Venecia mexicana. No muchos años atrás, sus canales no sólo rodeaban las chinampas cultivadas con métodos ancestrales, sino que podían llevar productos alimenticios hasta el centro de la Ciudad y, posteriormente, hasta Santa Anita, en Iztacalco.
Por todo eso, y mucho más, Xochimilco (que en lengua original significa lugar de las flores) fue declarado patrimonio cultural de la humanidad, el 11 de diciembre de 1987. La inscripción en esta lista confirma el valor excepcional y universal de un sitio cultural o natural (Xochimilco es ambos) que debe ser protegido para beneficio de la humanidad.
Hoy, la incuria y desatención del gobierno central y delegacional, ambos surgidos del PRD, lo han convertido en un sitio desordenado, lleno de basura, con canales obstruidos por el lirio y los desechos vertidos por los asentamientos humanos sin drenaje adecuado, las montañas invadidas ilegalmente; un comercio informal creciente que se extiende sobre calles, plazas y deportivos; inseguridad cada vez mayor y destrucción, en fin, que de seguir así podría implicar retirar la Declaratoria de la UNESCO como patrimonio cultural de la humanidad, pero peor aún una catástrofe ecológica y económica que no sólo afectará a Xochimilco, sino a todo el DF.
Este proceso de deterioro humano, ambiental y cultural lleva ya algunos años y, no obstante las continuas protestas ciudadanas, el gobierno parece no percatarse. Por el contrario, con la reciente aprobación en la Asamblea de la Ley de Desarrollo Urbano, el Jefe de Gobierno concentrará en su persona la capacidad de hacer y deshacer a su gusto, respecto del nada eficiente desarrollo actual en la Delegación, problema que se puede definir como concurrente en todo el DF.
Por si no bastase la anterior enumeración, en un momento de crisis de la ciudad ante el cambio climático, donde los capitalinos sufrimos los recortes al suministro de agua, vivimos, día a día, la importancia de una política pública que no existe, el problema del agua en Xochimilco es también grave, pues, de ser fuente de abasto del vital liquido, pasó a depender en sus canales y cultivos de agua tratada, por cierto mal; los cultivos se vuelven más escasos y, en muchas ocasiones, son regados con agua contaminada; los servicios domésticos se encarecen y los suelos se hunden por la extracción excesiva de agua del subsuelo.
Con todo ello, se pierde atractivo turístico, valor cultural, desaparecen usos y costumbres ancestrales y lo único que se incrementa es la inconformidad y la demanda no respondida por las autoridades del DF.

lunes, 27 de septiembre de 2010

¿QUÉ QUIEREN DE NOSOTROS?

DENISE DRESSER GUERRA

Presidente Felipe Calderón; secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna; secretario de la Defensa Nacional, General Guillermo Galván; doctor Alejandro Poiré, vocero del Consejo de Seguridad Nacional, y señores de las diferentes instituciones encargadas de la seguridad nacional: Así como La Redacción de El Diario de Ciudad Juárez preguntó al crimen organizado de su entidad qué hacer, nosotros los ciudadanos también les hacemos a ustedes la misma pregunta: ¿Qué quieren de nosotros? La pérdida de 28 mil vidas en los últimos cuatro años evidencia una espiral de violencia en ascenso que quebranta la vida y el futuro de todos los que vivimos en México. Hacemos de su conocimiento que somos ciudadanos, no adivinos. Por tanto, como ciudadanos, queremos que nos expliquen qué es lo que quieren de nosotros en esta guerra contra el narcotráfico que han decidido librar, para saber a qué atenernos. Ustedes han sido rebasados por los poderes de facto en este país, y como miembros de los mandos instituidos legalmente no han podido hacer nada para evitar que los periodistas –y otras víctimas inocentes– en Ciudad Juárez y numerosas ciudades asediadas sigan cayendo. Es por ello que, frente a esta realidad inobjetable nos dirigimos a ustedes para preguntarles qué piensan hacer para combatir de manera más eficaz la violencia, porque ya no queremos que muchos mexicanos más sean víctimas de una guerra mal librada. Ya no queremos más muertos. Ya no queremos más heridos y tampoco más justificaciones poco creíbles. Es imposible la vida tranquila y productiva en estas condiciones. Indíquennos, por tanto, qué van a hacer para cambiar una situación que se ha vuelto intolerable. Esta no es una rendición de nuestra parte. Tampoco significa que claudicamos como ciudadanos a las responsabilidades que nos corresponden. Se trata de exigir un replanteamiento a fondo de la estrategia aplicada hasta el momento, la cual demuestra cada día su ineficacia. Frente al vacío de poder que enfrentamos los mexicanos en general, en un entorno en el que no hay las garantías suficientes para desarrollar nuestras actividades con seguridad, simplemente vivir en México se ha convertido en algo arriesgado. Ciudad Juárez y muchas ciudades más pueden dar cuenta de ello. Hasta en la guerra hay reglas. Y en cualquier conflagración existen protocolos y garantías para la población civil. Pero actualmente los ciudadanos –así como los periodistas– acaban pagando tributo con su vida, como lo hicieron los estudiantes del Tecnológico de Monterrey y las familias destrozadas por los disparos del Ejército en distintos retenes a lo largo del país. La respuesta oficial en estos casos ha sido señalar a los muertos como culpables de alguna ilegalidad, como cómplices del crimen organizado, o como víctimas de un móvil de índole personal. En el caso más reciente del periodista Luis Carlos Santiago Orozco, de El Diario de Ciudad Juárez, el gobierno federal ha intentado –de nuevo– colocar la culpa sobre los hombros del asesinado en lugar de reconocer la situación insostenible a la cual se enfrentan los periodistas en México. A la vuelta de casi cuatro años desde que comenzó la guerra del presidente Calderón, somos escépticos de que las supuestas autoridades de justicia nos entreguen un esclarecimiento confiable sobre este caso y muchos más. Vale la pena recordar que cuando Felipe Calderón se hallaba en campaña por la carrera presidencial acudió a las instalaciones de El Diario de Ciudad Juárez. Cuando se le preguntó sobre las garantías que ofrecería su gobierno para asegurar la libertad de expresión, dijo que “un periodista que ha sido amenazado o que realice una investigación contra el crimen organizado debe tener mecanismos de protección oficial”, y se congratuló de que existiera ya una fiscalía especial para investigar ataques contra periodistas. Hoy la historia es bien conocida: México es uno de los países más peligrosos para ser periodista, y lo que acaba de ocurrir en Ciudad Juárez simplemente constata cuán cercenada se encuentra la libertad de expresión por los capos del crimen organizado. No hay protección especial para quienes ejercen el oficio de comunicar, ni una fiscalía eficaz que investigue las agresiones en su contra. El periodismo mexicano está padeciendo las consecuencias de una guerra que Felipe Calderón decidió librar sin conocer las dimensiones del enemigo ni los costos que esta confrontación podría traer al país. Introducidos sin pedirlo al conflicto, los ciudadanos han sido arrastrados a esta lucha sin control, con los resultados ahora conocidos y, sobre todo, abominados por las mayorías. El Estado como protector de los derechos de los ciudadanos se ha mantenido ausente en estos años de belicosidad, y queda cada vez más claro que los diversos operativos emprendidos en lugares como Ciudad Juárez han sido un rotundo fracaso. Y así como El Diario de Ciudad Juárez pregunta “¿a quién exigimos justicia?”, los ciudadanos queremos saber lo mismo. Ya no sabemos a quién recurrir para pedir ayuda en caso de un robo, un secuestro, una intimidación. Tanta es la falta de justicia, tanta es la desolación e impotencia que sienten distintos sectores. Y, mientras tanto, el primer mandatario pontifica sobre la paz como si se tratara de algo real, y envía una carta a todas las familias del país en donde dice que el color blanco de nuestra bandera nacional es el de “la paz que hemos conquistado”. Ese mensaje es una afrenta para los mexicanos, ya que la paz es lo que menos se vive en estados como Sonora, Sinaloa, Tamaulipas, Chihuahua, Michoacán y Nuevo León. En México hemos llegado al punto en el que es necesario –y urgente– adoptar otro tipo de medidas para obligar a las autoridades establecidas por la ley a ofrecer respuestas más contundentes. La capacidad de tolerancia de tantos ciudadanos dolidos ha llegado a su límite; no cuentan ya esas autoridades con nuestra anuencia ni con nuestra confianza. Y de allí la pregunta para quienes han convocado a una guerra que cada día resulta más fútil: ¿Qué quieren de nosotros como ciudadanos?

GUDIÑO PELAYO Y EL HUMANISMO JUDICIAL

MIGUEL ÁNGEL GRANADOS CHAPA

A mediados de 2007 el ministro José de Jesús Gudiño Pelayo estuvo al borde de la muerte, probablemente por las mismas causas que le arrancaron la vida el domingo pasado. Hace tres años pudo recuperarse mediante el auxilio de la ciencia médica, pero también por su tesón, la fuerza de su voluntad. Cuando volvió al trabajo, no concluida aún su convalecencia, momentos hubo en que debía hacer leer su ponencia o sus argumentos, porque era incapaz de hacerlo, por debilidad. Pero allí estaba, con la mente lúcida, trabajando. Quizá por aquella resistencia esta vez la agresión física lo tomó por sorpresa, para que no pudiera defenderse.
Se hallaba en Londres, de paseo con su familia. No había gozado de sus vacaciones, como lo había hecho casi todo el Poder Judicial de la Federación, en la segunda quincena de julio, porque le correspondió formar parte de la comisión de receso, una especie de guardia que trabaja en la Suprema Corte de Justicia de la Nación mientras descansa el resto del personal, incluyendo a los ministros.
Muerto el 19 de septiembre, el pleno al que perteneció le rindió homenaje el jueves siguiente. Las palabras de sus compañeros sintetizaron el sentimiento generalizado de pesar que fue percibiéndose tan pronto como el propio día de su deceso corrió la noticia de su tránsito. Las páginas de los periódicos se llenaron de esquelas de condolencia, en número sorprendente para un miembro del Poder Judicial, no un acaudalado empresario o un político con poder individual, o sus parientes. Las expresiones de duelo dirigidas a su esposa, doña Yolanda Cícero, y a sus tres hijos, Yolanda, José de Jesús y Juan Carlos, provinieron de todos los miradores: una demostración de que nunca nadie resintió un daño de su parte, algo difícil de predicar en un juez con más de 30 años en el Poder Judicial, la mitad de los cuales transcurrieron en el máximo sitial a que puede aspirar un jurista.
Nacido en Autlán, Jalisco, el 6 de junio de 1943, Gudiño Pelayo se graduó de abogado en la Universidad Iberoamericana, donde también obtuvo la maestría, y donde ejerció la docencia, una de las facetas relevantes de su personalidad, ejercida en los centros de estudios superiores de los lugares donde se desempeñó como juzgador. Cursó estudios de administración pública en España (Madrid y Alcalá de Henares), pero tan pronto volvió a México ingresó al Poder Judicial federal, como secretario de estudio y cuenta del ministro Fernando Castellanos Tena, en la Sala Penal de la Corte. Esa misma sala (con las modalidades surgidas en la reforma de 1994) sería presidida por él en tres ocasiones, la última de las cuales empezó a correr en enero de este año. Pronto fue designado juez e inició el peregrinar de los servidores de la administración de justicia, que continuó cuando fue ascendido a ministro.
Gerardo Laveaga, un jurista que debía formar parte de la terna para sustituir al maestro fallecido (y dirige desde hace años el Instituto Nacional de Ciencias Penales), que lo conoció de cerca mientras fue director de comunicación social del máximo tribunal, recuerda que la firmeza de las convicciones de Gudiño Pelayo le impidió simular o pretender pasar inadvertido con miras a su ascenso a la Corte. En sus libros sobre el amparo expresó ideas contra los convencionalismos en boga en los años ochenta. “Opiniones como estas llegaron a inquietar a quienes vaticinaban para él un futuro halagüeño. Cuando publicó Introducción al amparo mexicano, un magistrado amigo suyo le pronosticó que había perdido su oportunidad para convertirse en ministro. Al referir esta anécdota, Gudiño se regodeaba: ‘Aposté y gané’”.
No sólo era un jurista consumado y un hombre de dilatadas lecturas en materias diferentes al derecho. Poseía un espíritu moderno, que lo condujo a contar con una página propia en la red, donde además de resumir la actividad jurisdiccional en que tomaba parte hablaba de publicaciones recientes e invitaba a la participación de sus visitantes. En la misma línea de comunicación y transparencia, ideó y condujo un programa en el Canal Judicial, donde más que entrevistar estimulaba a jueces y magistrados a que narraran vivencias que resultaran aleccionadoras.
En el homenaje de cuerpo presente que la Corte le rindió, el ministro Luis María Aguilar insistió de modo pertinente en el lugar central que su familia ocupaba en la vida de Chucho, como le llamó con la confianza que propicia el trato cercano. Su vida estaba dedicada “a la alegría del amor”, según dijo, con tino que hizo derramar lágrimas a su señora y sus hijos. Si se toma el ejemplo de su hija Yolanda, queda claro que propició el desarrollo libre de sus descendientes. Ella ejerce la docencia universitaria en Tlaxcala, y allí mismo opera una pequeña empresa editorial, que dio a la imprenta su novela Tierra de mis soledades, el relato de dos jóvenes mujeres que sufren el desdén de la jerarquía católica hacia el género femenino mientras intentan realizar apostolado en la sierra chihuahuense, entre los rarámuri.
Fue un humanista en su ejercicio del derecho. Con frecuencia alzó los ojos por encima de los códigos para ver más allá de su tieso contenido. Atenco no debe quedarse en Atenco, sentenció al ocuparse de la represión a ciudadanos de ese municipio del Estado de México. Creía que el caso debía servir para que la Corte construyera un criterio sobre el uso de la fuerza pública.
Laveaga sintetiza así el desempeño del togado muerto: “Se colocó en el ala liberal de la Corte y lo mismo defendió el derecho que tienen las mujeres para decidir si continúan un embarazo, que el de las parejas del mismo sexo para contraer matrimonio. En el caso de los manifestantes de San Salvador Atenco pretendió fincar responsabilidades al gobernador del Estado de México y al secretario de Seguridad Pública federal por los abusos que habían cometido algunos agentes, pero al ver que este reclamo no iba a prosperar, se concentró en exigir a las autoridades que, en adelante, establecieran protocolos clarísimos para delimitar el uso de la fuerza pública.
“En el asunto de Lydia Cacho se sintió frustrado ante el voto de sus pares: no entendía por qué no se habían pronunciado ante hechos que, según él, resultaban tan evidentes. La ley podría no admitir ciertas pruebas en el proceso penal (…) mas no era un proceso penal. El libro que escribió con José Ramón Cossío, Genaro Góngora Pimentel y Juan Silva Meza no sólo fue una serie de razonamientos para justificar su voto particular, sino un enérgico deslinde. El título elegido para el libro –Las costumbres del poder– implicó un reproche doméstico: no estamos integrando la Corte que México espera de nosotros” (El Universal, 23 de septiembre).
Su apariencia solemne, conservadora, resultaba contradicha por su espíritu inclinado al humor, al trato sencillo. Sin ambages aludía, en tono de broma, a los encaramientos entre ministros. Por ejemplo, un día dijo que la disputa frecuente entre Genaro David Góngora Pimentel y Sergio Salvador Aguirre Anguiano contribuía a elevar el rating del Canal Judicial.
Entre decenas de magistrados, en enero de 1995 fue elegido ministro de la Corte. Lo propuso el presidente Zedillo y lo aprobó el Senado, junto con 10 de sus compañeros, varios de los cuales ya no están en funciones. Como él, murió el ministro Humberto Román Palacios. Cumplieron el término para el que fueron elegidos Vicente Aguinaco, Góngora Pimentel, Mariano Azuela, Juan Díaz Romero, Juventino Castro.
Ahora tocó a Gudiño Pelayo el turno de partir. Conforme a su credo de niño, que quizá de adulto fue sustituido por un agnosticismo no militante, recibirá en la vida perdurable, multiplicado, el bien que sembró a su paso por este valle de lágrimas.

domingo, 26 de septiembre de 2010

UNAM CENTENARIA

CIRO MURAYAMA RENDÓN

La celebración de los 100 años de existencia de la Universidad Nacional Autónoma de México —si bien la autonomía se consiguió unas décadas más tarde—, que mereció una sesión solemne en el Congreso de la Unión y, un día antes, el reconocimiento explícito del presidente de la República en un recinto universitario, es uno de los escasos signos alentadores de nuestro tiempo como país. El que sea una institución académica, pública, masiva, popular, la que despierte el orgullo y el respaldo de múltiples sectores de la sociedad mexicana no puede sino valorarse positivamente. En medio de la crisis, de la violencia, de una discusión pública pobre, de un debate político tan vacío como confrontado, de una discusión económica encapsulada, de un sentido común influenciado y manipulado por unos cuantos consorcios de la telecomunicación, de un protagonismo de una Iglesia escasamente comprometida con la legalidad sobre la que se edifica el laicismo, de un panorama en general ominoso donde se identifican pocas luces para alumbrar el futuro, el que sea una institución hecha para el saber quien concentre un amplio respaldo y aplauso puede indicar que no todo está perdido, que se sigue valorando a la enseñanza, la investigación y la difusión de la cultura como las herramientas modernas que México necesita para construir una mejor realidad.
Llegar a esta buena valoración externa no ha sido fácil. En los últimos años hubo que remontar no sólo los resquemores contra la educación superior pública que se instalaron en el punto de vista convencional dominante desde los años ochenta, sino la auténtica crisis de legitimidad que representó la autoritaria huelga de 1999-2000, donde el radicalismo con banderas pretendidamente de izquierda lesionó el prestigio de la Universidad al cerrar durante casi un año los espacios de trabajo académico y aprendizaje y de cortar, para siempre, las posibilidades de formación de varios miles de mexicanos. Desde entonces, un arduo y cuidado trabajo de reproyección institucional ha permitido que, de la UNAM, se valore lo que produce desde sus aulas, cubículos, laboratorios, para el país: conocimiento científico en las más diversas áreas, reflexión crítica e informada sobre nuestro devenir. En el centro de la atención a la UNAM está lo que debe estar: sus logros académicos, sus números impresionantes de atención a alumnos y formación de profesionistas y posgraduados, la vasta producción científica, humanística y artística por la que el propio país se conoce y es conocido y reconocido también en el extranjero.
La UNAM es el crisol donde se encuentra buena parte de la riqueza cultural y científica del país: desde sus filmotecas a sus centros de monitoreo de los volcanes; de sus seminarios de ciencias sociales a los observatorios astronómicos; con carreras tan disímiles como “piano” o “bioquímica diagnóstica”; con un estudiantado tan plural como difícilmente se pueda encontrar en alguna otra institución; con la generación de la mitad de la investigación nacional y con la mayor cantidad de investigadores nacionales de nuestro territorio. Tenemos una Universidad que hace honor a ese sustantivo.
El merecido reconocimiento a la UNAM no implica, sin embargo, que sea unánime o en todo. La UNAM tiene críticos y adversarios, algunos de ellos de mala fe y otros que no tienen la información necesaria. Pero no detrás de todo crítico a la UNAM, o a algunas de sus prácticas o áreas, hay un malintencionado o un ignorante. La UNAM no puede darse el lujo —o más que la UNAM, los universitarios, quienes trabajamos y estudiamos en ella— de eludir o desoír las críticas, es más, deberíamos de formularlas, en primer lugar, los universitarios, para mejorar lo que no está bien y para mantenernos lejos de la demagogia que tanto despreciamos en los demás.
A la fecha, tenemos niveles de eficiencia terminal que dejan mucho que desear; nuestra planta docente no necesariamente está bien actualizada en sus conocimientos y prácticas pedagógicas, y la evaluación a los académicos depende de que ellos quieran acceder a promociones o a estímulos, pero no se trata ni de lejos de una práctica exigente y generalizada. Perdura la sui géneris distinción entre “profesor de tiempo completo” e “investigador”, de tal suerte que no se acaba de asimilar que una obligación ineludible de todo profesor es la investigación y que los investigadores tienen que estar comprometidos e involucrados, siempre, en la formación de los alumnos desde la licenciatura. Con frecuencia, los profesores de “hora clase”, sobre todo en carreras de ciencias sociales —y a diferencia de lo que ocurre con los médicos, los ingenieros, los abogados—, nunca han trabajado en otro lado que no sea la propia Universidad, de tal suerte que no imparten conocimientos adquiridos en su campo de trabajo. Nuestras normas de exigencia hacia los estudiantes son laxas, se puede reprobar una y otra vez sin que pase nada. El personal administrativo con frecuencia no cumple su labor: para nadie es un secreto que los salones, pasillos y baños de la UNAM, aunque CU haya sido declarada patrimonio cultural de la humanidad, suelen dar pena ajena. Y tenemos problemas estructurales, agudos, como el envejecimiento de la planta académica y la escasez de espacios para la renovación de los profesores e investigadores que sin duda tendrá repercusiones sobre la calidad del trabajo institucional.
El reconocimiento a la UNAM, a su lugar en la construcción de México, es más que merecido. Los eventos de esta semana han sido sobrios y solemnes, como corresponde a una institución académica. A los universitarios nos queda ahora, para ser consecuentes con nosotros mismos, hacernos cargo de todo aquello, que es mucho, que no resulta digno de aplauso y que debemos mejorar.

EL TERREMOTO DEL 85 Y EL SERVICIO EXTERIOR MEXICANO

HERMILIO LÓPEZ BASSOLS

En ocasión del 25º. Aniversario del terremoto que sacudió nuestra capital, recuerdo la actuación del Consulado General de México en Houston, en la coordinación de la ayuda a nuestros compatriotas en desgracia, labores de información y envío de ayuda.
Minutos antes de las 10:00 a.m. del 19 de septiembre de 1985, la radio local daba las primeras noticias, me encontraba en la oficina del exdirector de la NASA. Volví al Consulado y con las primeras informaciones disponibles, acudí a la televisión para dar un primer parte de lo ocurrido, apoyándome en un mapa de la capital donde se señalaban los mayores daños. Intuitivamente pedí ayuda a la población local ante el desastre. Al mediodía, la alcaldesa Kathy Whitmire se presentó en el Consulado acompañada de numerosos micrófonos de estaciones de radio. Ratificamos la solicitud de ayuda, mientras las imágenes de televisión confirmaban la magnitud del desastre que aquí se trataba de ocultar por las instancias estatales. Cientos de llamadas inundaron la oficina indagando sobre la ayuda necesaria y los lugares de acopio de la misma. Luego se preparó un buen número de bomberos para que se trasladara a México, gracias al apoyo de Continental Airlines que puso a disposición del Consulado varias aeronaves por las noches. Varios hospitales, entre ellos el Metodista, entregaron toneladas de medicinas y equipo que se trasladó a México.
Al interrumpirse la red telefónica en varias áreas del DF, cientos de personas en EU y Europa llamaron a la oficina para solicitar informes sobre sus familiares. Se sabía que teníamos comunicación con México. La oficina trabajó las 24 horas por espacio de cinco días. Ma. Elena, Irma, José Luis, Samuel, Rigoberto (+), Daniel, Rosa Ma., Rosita, Irene, Fanny, Javier, Belarmino, Silvia, mi esposa y muchísimos voluntarios anotaban los nombres y teléfonos, y en las noches viajaban dos funcionarios de la Cancillería, Miguel Ángel y Ramón -hoy embajadores-, quienes entregaban la ayuda en el aeropuerto Benito Juárez, y luego por teléfono en la SRE se verificaba la suerte de las personas, cuya lista llevaban. Así tendimos un "puente aéreo" de ayuda humanitaria e información por casi una semana. Era Houston el sitio donde se concentraba la ayuda del sur y este de EU.
El día 20 -tardíamente- el presidente De la Madrid ordenó a varios secretarios de Estado que viajaran al exterior para informar de los hechos y solicitar ayuda. Antonio Enríquez Savignac (+), secretario de Turismo, viajó a EU; su primera -y única- escala fue Houston, donde se enteró del segundo terremoto. Inmediatamente me solicitó que organizara la primera conferencia de prensa que un miembro del gabinete daba en el exterior, se contó con la cobertura de todas las cadenas nacionales de televisión de EU y corresponsales de los grandes periódicos del mundo que viajaron desde Nueva York, Los Ángeles y Washington. Fue impresionante ver a más de 150 periodistas de todo el mundo en el Consulado General de México, recibiendo el doloroso parte oficial. Así se pudo precisar lo que México necesitaba, y rápidamente se actuó por espacio de más de una semana.
Se realizaron maratones promovidos por las estaciones de radio en español. José Suleimán llevó a bultos mexicanos a "pelear" ante escasísimo público, incluyendo a Raúl Ratón Macías (+) -a quien finalmente se le prohibió hacerlo por su edad. Por tierra, partieron decenas de camiones con medicinas, ropa y comida donadas por hispanos y por la cadena de supermercados "Fiesta".
Meses después, el presidente De la Madrid otorgó diplomas en "Reconocimiento a la Solidaridad Internacional", y Houston fue la ciudad en el mundo que recibió el mayor número de ellas. Como cónsul general de México entregué a la alcaldesa, al concejal Ben Reyes, a varios líderes hispanos, al diputado Román Martínez y al doctor Leonel Castillo, al Comité Patriótico Mexicano, a los asesores jurídicos del Consulado y al jefe de la Policía, Chief Brown, dichos diplomas. Nuestra gratitud también pertenece a cientos de voluntarios que, recibiendo llamadas en el Consulado, coordinando los envíos o recogiendo la ayuda, mostraron una impresionante solidaridad en los momentos posteriores a aquella terrible desgracia del pueblo mexicano.
Vaya hoy nuevamente el agradecimiento a mis compañeros que mantuvieron abiertas las puertas del Consulado por más de 120 horas consecutivas -hecho que quizá no se repite en los anales de nuestras oficinas consulares- para atender llamadas y personas, cumpliendo ampliamente con su sentido de responsabilidad. Meses después lo reconoció el presidente de la República y el canciller Sepúlveda en documento que obra en mis archivos.

EL PRAGMATISMO DE PEÑA NIETO (Y SUS MIEDOS)

ARNALDO CÓRDOVA

El gobernador del estado de México es el futuro candidato de todos los grupos de poder en México. No es todavía, ni de lejos, el candidato futuro del PRI, por la sencilla razón de que la elección interna todavía está por dirimirse. Pero Peña Nieto se lanzó muy pronto al ruedo (o lo lanzaron) y ya ha hecho su fama pública; es por eso que debemos tomarlo en cuenta. Si por él fuera, no creo que valdría la pena gastar saliva. Pero es el caso que este pequeño espécimen político que parece haber surgido de la nada no representa nada en sí mismo, sino todo lo que se ha fraguado en su derredor y los enormes poderes que parecen haberse conjurado para hacerlo su futuro candidato. Es un hecho que el mayor monopolio de medios le ha prodigado su más tenaz y obsecuente promoción, aparte de muchos otros que ven en él al candidato más viable, independientemente de lo que sucede o pueda ocurrir en el PRI. Se ha podido ver que esa promoción ha sido tan poderosa que hasta las mismas filas priístas se han venido moviendo en una misma dirección. El tiempo, empero, tiende siempre a poner las cosas en su lugar. Dentro mismo del PRI se ha podido ver que hay, no nuevas, sino viejas aspiraciones que aún no se habían manifestado. Antes no podía hacerse a menos de mencionar a Beltrones, pero se le veía en la lejanía. Ahora suena más fuerte y hasta por ahí anda figurando la señora de los huipiles. Por supuesto que en estas lides nada puede decirse de cierto. Vale pues la pena ocuparse de Peña. Su enseña principal es que en política se debe actuar con pragmatismo. Su idea de ese concepto es muy primitiva y vaga. Significa volver al pasado priísta que nos gobernó con tanto éxito durante setenta años. Pragmatismo significa, en el ideario de Peña, fortalecer al presidente de la República en su gobierno y restaurar, por ejemplo, las reglas no escritas que en el pasado priísta le permitieron regir al país con mano firme y sin atender a veleidades legislativas que le ponían cuanto freno pueden imaginar los partidos representados en el Congreso. Hizo su tesis en una Universidad patito sobre el presidencialismo y se centró en Álvaro Obregón, según él, un enérgico jefe del Ejecutivo. La figura es emblemática a más no poder, pero el fundamento de sus ideas autoritarias está en el discurso de Carranza al presentar en el Constituyente de Querétaro su proyecto de Constitución. La idea que Peña Nieto tiene de Obregón es de verdad miserable. Él ve sólo a un individuo que ejerce el poder como si se tratara de un titiritero al que sus muñecos no ofrecen mayor resistencia. Yo he escrito sobre Obregón y he puesto de manifiesto la grandeza política del sonorense, que no sólo era un árbitro conciliador formidable, sino, además, un muy buen observador de las reglas escritas y no escritas de la política. En su época, las normas no escritas eran las más numerosas y las que al final prevalecían. Lo que Peña destaca de su actuación es su arbitrariedad, que fue excesiva, no su sabiduría política. El ideal del gobernador mexiquense es un gobernante que actúe sin trabas legislativas, como se imagina, sin ninguna razón, que fue Obregón. Éste era un político que sabía poner a todos de acuerdo antes de que la norma se aplicara y ello evitó en grandísima medida la violencia que entonces era atroz. El remedio que idea Peña, asesorado por consejeros como Chuayffet Chemor, un auténtico analfabeto político, es disminuir al máximo las facultades controladoras del Legislativo sobre el Ejecutivo. Es una treta antiquísima entre nosotros. Así justificaban los defensores de la dictadura porfirista el poder arbitrario del dictador. La culpa de todas las ineptitudes del presidente es de los legisladores que buscan someter sus actos al derecho. Es que no le dejan hacer nada, clama Peña Nieto. Es el modo más barato de justificar la incapacidad de los presidentes para gobernar. Él cree que si se cuenta con leyes que le permitan a uno hacer lo que considera necesario, entonces se puede hacer un buen gobierno. En consecuencia, si no se cuenta con esas leyes soñadas, la culpa es del Legislativo. Por lo tanto, habrá que maniatar lo más que se pueda al Congreso, que parece tender por naturaleza al más completo desmadre. Peña se pronuncia en contra del tope del ocho por ciento para la sobrerrepresentación del partido mayoritario. Con un cuarenta por ciento, postula, debería obtener una mayoría absoluta. No puede pedírsele que se apiade de los criterios modernos de la representación de los votos y de la representatividad democrática de los partidos. Es un chico que no entiende nada de las complejidades de la organización del Estado democrático y que sólo mira a lo que él entiende como el pragmatismo en el arte de gobernar, del que tampoco entiende mayor cosa. Para él, pragmatismo quiere decir no atarse a paradigmas. Evidentemente, quiere decir, hacer a menos de cualquier regla que impida hacer lo que desde el gobierno se juzga necesario. Eso es de la época de las cavernas. Hoy, gobernar quiere decir consensuar, poner de acuerdo a todos para realizar cualquier acción de gobierno. A cualquiera de esos merolicos que nos administra la televisión le debe parecer que ese es un modo muy enérgico y eficaz para gobernar a este burdel en que se ha convertido el país. Es la apuesta natural de los medios de comunicación y, junto con ellos, de todos los grupos de poder que nos gobiernan. En la realidad, no es más que una pobrísima propuesta de gobierno hecha por descerebrados ambiciosos e ignorantes que no saben gobernar más que por la fuerza. Llena de miedos y temores que son perfectamente entendibles. Tienen miedo de cualquier clase de control por parte de los representantes del pueblo; tienen miedo de que se les pueda juzgar por sus malos actos mediante la aplicación de la ley; tienen miedo de los partidos de oposición si les hacen montón y los amenazan con una coalición que les gane la mayoría en las urnas. Fue por eso que Peña Nieto promovió las recientes reformas en materia electoral en su estado. Niega el derecho de los “partidos políticos a presentar candidaturas comunes y los quiere obligar a formar alianzas que son gravosísimas y tremendamente inconvenientes. Una alianza en la legislación electoral del estado de México equivale, prácticamente, a renunciar a las prerrogativas y derechos que cada partido tiene por ley. Las candidaturas comunes permitían conservar la propia identidad y todos los derechos de un partido político. Ahora eso se acaba y en una eventual alianza habrá que perder todos los derechos que como partido se tienen. El protagonismo del gobernador mexiquense tiene pies de barro y juega apuestas sin respaldo que no tienen ninguna seriedad. Televisa lo hizo su candidato anticipado y le ha dado todos los espacios (sería bueno saber, muy a ciencia cierta, cuánto representa ya el costo de sus promocionales y, sobre todo, quién los está pagando). Eso es signo, para todos, de que Peña Nieto es el prospecto presidencial de la oligarquía mexicana y a eso deberemos atenernos

DE CELEBRACIONES

ROLANDO CORDERA CAMPOS

Pasó el bicentenario y tocó a la UNAM celebrar su primera centuria como institución nacional. Vendrá noviembre y la revolución buscará recuperar las mayúsculas, con el permiso y sin él de los revisionistas a la orden que, de la taxonomía y disección del siempre complejo fenómeno, pasaron en estos tristes años de la alternancia a la negación del acontecimiento y sus varias implicaciones políticas, económicas y sociales. Hacerle eco al lamentable postulado de Fox sobre los 70 años perdidos fue cometido de historiadores autodesignados, pero no deja de resultar interesante que con la revisión haya venido la negación a ultranza de lo que la revolución propició o permitió: una efectiva circulación de las elites; la construcción de un Estado capaz de promover el desarrollo y de proteger, hasta el exceso, a los productores capitalistas que hicieron posible aquella primera acumulación industrial que se montó en lo que había logrado emerger en el porfiriato y, por último pero no al último, la ampliación de unos sectores medios apabullados por la dictadura y la propia forma de crecimiento adoptada, acosados por el remolino que a muchos alevantó, pero carentes de perspectivas firmes en materia de empleo, dedicación, cultivo de la cultura, la crítica o la ciencia. Con corporativismo y todo, como resultado de algún maquiavelismo de guarache o como milagro guadalupano, estas capas, gracias a la expansión de la educación media y superior, llegaron a conformar auténticos estratos cuya cristalización llevó a sus hijos al reclamo democrático inaugurado con sangre y fuego en 1968 e impulsado de igual forma en 1994. Al final de cuentas, lo que se exigía en el 68 al Estado era asumir con humildad y congruencia que el país podía pasar de la primaria y aspirar a graduarse de adulto. Sin revolución todo hubiere sido igual reza ahora esta poquitera versión de la célebre conseja del conde de Lampedusa. Se trata de un abuso de la argumentación contrafactual que ha encontrado hospedaje generoso en la confusión que domina el espíritu público, pero que sobre todo sirve como vehículo para una irracionalidad interconstruida con el sistema oligárquico en que desembocaran el cambio estructural globalizador de los años 80 y 90 y la conclusión del tránsito democrático al inicio del nuevo milenio. Sin historia en la que abrevar y sin un pasado del que tomar lecciones y enorgullecerse, no hay más que el presente continuo carente de objetivos, a pesar de que el estancamiento se traduzca en inmovilismo del Estado y de la propia política y nos condene a un futuro sin porvenir. Hay sin duda mucho que revisar y rescribir de esta saga que a muchos nos permitió, sin más, llegar a la universidad, aspirar al buen empleo y aprovechar una meritocracia incipiente y siempre marcada por el poder y la política autoritaria. Para eso tenemos a nuestro lado a buenos y robustos historiadores y. todavía, a entusiastas economistas, sociólogos y politólogos, que no se han arredrado ante la dictadura del llamado pensamiento único y arriesgan criterios de evaluación claros e insisten en gestar alternativas. Como lo ha hecho con fervor y activismo ejemplar el flamante doctor honoris causa de la UNAM David Ibarra. La muerte del intelectual público se ha anunciado una y otra vez en nuestro tiempo. Con la muerte de Carlos Monsiváis topamos con lo insustituible y hemos de lamentar y recordar sin pausa una pérdida mayúscula para la crítica y la capacidad social de generar agendas y visiones peligrosas a la vez que generosas y promisorias. Pero como bien dijo el rector Narro al recordar su desaparición, su obra está con nosotros y no habrá mejor manera de tenerlo con nosotros que con su lectura y relectura. La UNAM celebró de buena y festiva gana, y su rector, ante el pleno del Congreso de la Unión, hizo honor al legado de Justo Sierra y se puso a la altura del pundonor republicano de su nieto, el ingeniero Javier Barros Sierra, cuando convocó a reivindicar la política como expresión civilizada y práctica civilizatoria, y urgió a los partidos y al gobierno a cambiar el rumbo y buscar un nuevo curso para nuestro desarrollo. Habló Narro desde la pluralidad exigente e imprescindible que es propia de toda universidad, lo que no le impidió tomar partido por la justicia social, la equidad, el laicismo y el ejercicio de la soberanía por el Estado para remover concentraciones inicuas y ampliar las bases para el bienestar fundamental, mediante una salud digna y una educación de calidad. Al honrar su propia memoria, sin grandilocuencia ni autosatisfacciones insostenibles, pero con ánimo de ir más allá de la misión cumplida ante don Justo; al reiterar su llamado al gobierno y el Congreso para que apoyen con seriedad y consistencia a todo el sistema universitario y de investigación e innovación nacionales, el rector ofreció al país el esbozo de un rumbo que de ser acogido y enriquecido por las fuerzas políticas y las organizaciones sociales puede llevarnos pronto a unas nuevas jornadas de pragmatismo histórico, como el que desplegaron Lázaro Cárdenas y los suyos y que, maltrecho y luego contrahecho, nos permitió afirmarnos como nación y asumir con rigor la necesidad de un Estado en condiciones de representarnos de modo incluyente. De esto se trata: de reconocer para conocer; de identificar debilidades para encontrar nuestras fuerzas. A partir de lo que hay y se tiene pero para exigir(nos) más y mejor. Este es el legado de 200 años y la lección de la UNAM centenaria.

jueves, 23 de septiembre de 2010

MIGRANTES QUE NO IMPORTAN

JOSÉ WOLDENBERG KARAKOSKY

Óscar Martínez, un joven periodista salvadoreño, le preguntó el año pasado a El Calambres (Higinio Pérez Argüello) "¿por qué sólo asaltaban a indocumentados?". El Calambres, de 26 años, se encontraba preso en el penal de Huixtla, Chiapas, acusado de violación, portación de arma prohibida y asalto. Era uno de los muchos que por esas tierras se dedicaba a asaltar, robar, violar e incluso matar a migrantes. Y la respuesta no se hizo esperar: "Porque saben que esas personas van de paso...". Se trata de los migrantes centroamericanos que cruzan por nuestro territorio buscando llegar a Estados Unidos y que se encuentran como los trapecistas en su momento más vulnerable: ya se han soltado del primer trapecio pero todavía no han alcanzado el segundo.
Óscar Martínez vio, acompañó, entrevistó a un buen número de migrantes, siguió por sus rutas, intentó comprender sus necesidades y anhelos, platicó con autoridades migratorias y policías, con funcionarios de la CNDH y coyotes, lo hizo en Oaxaca y Chiapas pero también en Tijuana y Chihuahua. Y escribió una serie de crónicas que pintan el infierno que los migrantes viven al cruzar por nuestro país (Los migrantes que no importan. En el camino con los centroamericanos indocumentados en México. Nota introductoria: Julio Scherer García. Icaria. Barcelona. 2010. 271 págs.).
Las causas para migrar no sorprenden: la pobreza y la esperanza de una vida mejor, el reencuentro familiar, la violencia que amenaza. Un ejemplo entre miles: Jaime Arriaga, hondureño, 37 años, "un clásico campesino". "Era su segundo intento. El primero le permitió pasar dos años en Estados Unidos. Ahorró. Logró construir en su aldea una casa de cemento y teja que le costó 17 mil dólares. Y regresó a Honduras para quedarse porque ya tenía lo que quería: su casa y sus cultivos. Pero seis meses duró la inversión de dos años. "Un huracán... me destruyó todo". Todo: la casa y la milpa. Y entonces, como la primera vez, Jaime empacó un poco de ropa y algunos dólares, y se despidió de su mujer. "Ya sabés que la única manera de volver a lograr lo que he perdido es en Estados Unidos".
Óscar Martínez lo encontró en la casa albergue del sacerdote Alejandro Solalinde en Ixtepec y le contó su catastrófica relación con La Bestia, ese ferrocarril de carga con más de 20 vagones que hace el recorrido entre Ixtepec y Medias Aguas, entre Oaxaca y Veracruz, en seis horas o más, y que se ha vuelto célebre por la inclemencia con que cercena a las personas. En el caso de Jaime "el último vagón le pasó por encima de su pierna derecha".
Pero no es la relación con una máquina ciega lo peor que le puede pasar a los migrantes. Son los contactos, relaciones, tratos con otros hombres, lo que resulta más espeluznante. En no pocos casos de mujeres, a las causas anteriores para migrar hay que sumar los abusos y maltratos sexuales. Como los de los cientos de prostitutas que habitan esa zona de nadie situada en la frontera de Guatemala y México. De nuestro lado se cometen todo tipo de arbitrariedades contra indocumentadas presas de las redes de trata de personas. Como "Erika", una hondureña que "salió de su país con 14 años y dejó a los dos gemelos que parió cuando tenía 13". Esos niños eran fruto del abuso de uno de los hijos de la señora con la que vivía "arrimada", y decidió "irse para el norte" a buscar "una mejor vida". Pero su norte no resultó el original, "prefirió quedarse en Chiapas. Lo hizo en Huixtla, un municipio de la zona de burdeles...", y ahí vive, entre la resignación y la falta de papeles. Al parecer, la más eficiente amenaza de los lenones es que "si te escapas, llamo a Migración y te meten presa".
Óscar Martínez se enfrenta apenas unos cuantos meses después, "ya no sólo (a)... asaltos y violaciones en parajes alejados de todo. Ya no se trata sólo de mutilados". Ahora: "los machetes dieron paso a los fusiles de asalto; los rincones en el monte, a casas de seguridad; los asaltantes comunes, a los Zetas; los robos, a los secuestros". Todo ello escrito antes de la matanza de 72 migrantes y denunciando la connivencia de las bandas con autoridades. Habló con un funcionario de la CNDH al que le dijo: "Tengo tres testimonios donde alguien que fue secuestrado asegura que de su grupo alguno se escapó y que al volver, muy golpeado, les dijo que venía de denunciar a la policía local que en la casa quedaban migrantes, y que la policía los llevó a entregarlos a los secuestradores". Su conclusión es fría y aterradora: "el panorama ha cambiado, pero las autoridades son las mismas y los migrantes siguen sin importar".
Al llegar a los puntos fronterizos -Tijuana, Ciudad Juárez, La Nariz, Sonoíta, Algodones, Sásabe, Las Chepas, Nuevo Laredo- los retos y obstáculos no son menores: coyotes, retenes militares, policías locales, agentes federales, narcos y murallas construidas del otro lado; un río auténticamente Bravo, desiertos y la Patrulla Fronteriza. Asoma ya la tierra de la gran promesa.

100 AÑOS DE LA UNAM

MIGUEL CARBONELL SÁNCHEZ

A Jorge Carpizo

El México moderno sencillamente no puede explicarse sin la UNAM. La gran Universidad del país llega a sus primeros 100 años aportando a México un caudal de conocimiento como ninguna otra institución académica y con una vocación de servicio público que se ratifica día tras día. Llegamos también al primer centenario llenos de ilusiones y retos, con la preocupación de millones de mexicanos acerca del presente y futuro del país, pero cumpliendo sin demora alguna nuestro compromiso como universitarios. La UNAM asume cabalmente el mandato de su Ley Orgánica: realiza docencia, lleva a cabo investigación y extiende la cultura a muchos mexicanos. Para percibir la magnitud de la tarea vale la pena repasar algunas cifras que ilustran lo mucho que la UNAM aporta al país. La Universidad Nacional atiende a 314 mil 557 alumnos, de los cuales 179 mil están en licenciatura y 25 mil 036 cursan un posgrado. Su planta académica está integrada por 35 mil 057 personas, de las cuales 11 mil 536 son profesores o investigadores de tiempo completo. El año pasado la UNAM realizó más de 8 mil 500 actividades artísticas y culturales, a las cuales asistieron 2 millones 490 mil personas. En la UNAM se imparten 85 carreras en 159 distintos planes de estudio. El 91% de las carreras y posgrados de la Universidad están acreditados o tienen la distinción de excelencia. En 2009 recibieron un título profesional de la UNAM 16 mil 970 personas, y 6 mil 599 obtuvieron uno de posgrado. Se otorgaron ese mismo año 92 mil 778 becas para apoyar a los alumnos más necesitados y que demuestran empeño y compromiso con sus estudios. Además de nuestros estudiantes, hay que considerar que en 2009 tuvimos a 303 mil 888 personas utilizando los servicios y cursos impartidos a través de la modalidad de extensión universitaria. Mucha gente piensa que la UNAM es una universidad para el DF. Tal percepción no es exacta. La Universidad tiene seis campus y 17 escuelas en la zona metropolitana de la Ciudad de México, pero tiene presencia en 24 estados más, seis sedes en el extranjero y cinco polos de desarrollo regional en Michoacán, Querétaro, Morelos, Baja California y Yucatán. La infraestructura que se ha ido construyendo nos suministra la base física esencial para el desempeño de nuestro trabajo. La UNAM cuenta con 2 mil 098 edificios, 3 mil 627 aulas, 2 mil 764 laboratorios, 139 bibliotecas y 18 museos. A la RedUNAM de cómputo están conectadas más de 56 mil computadoras y su capacidad de procesamiento permite 7 mil 266 millones de operaciones aritméticas por segundo. El presupuesto de la Universidad durante el año 2010 es de 27 mil 066 millones de pesos. Los datos anteriores, sin embargo, no alcanzan a describir la profunda emoción y el orgullo que sentimos millones de mexicanos por la UNAM, en la que muchos estudiamos, trabajamos o estamos de alguna manera vinculados a lo largo de nuestras vidas. En la UNAM trabajan varios de nuestros mejores hombres y mujeres. Personas dispuestas a aportar su energía, su talento y su tiempo a la causa de la educación, que sin duda alguna es prioritaria para construir el país del futuro. Si queremos un México con menos violencia, con oportunidades para todos, con mayor nivel cultural y más opciones profesionales, debemos invertir en educación de excelencia. No hay otra ruta ni puede haberla. La mejor inversión contra la inseguridad tiene que ver con darles oportunidades de estudio y de empleo a nuestros jóvenes. La UNAM está dedicada a eso por completo, utilizando todos sus recursos para atender una demanda que desde hace años rebasa con mucho su capacidad instalada. En la UNAM estamos cumpliendo 100 años de aportar a la construcción de México y nos sentimos muy alegres por ello, pero creemos que los próximos 100 serán aún mejores. Para eso trabajamos las nuevas generaciones de universitarios, con la misma ilusión y entrega que tuvieron los grandes maestros que nos preceden, a los que nos debemos por completo. Esa deuda y una admiración académica de muchos años explican la dedicatoria de este artículo.

MAESTRO JUSTO SIERRA: ¡MISIÓN CUMPLIDA!

JOSÉ NARRO ROBLES

Mis primeras palabras son de agradecimiento. Muchas gracias al Congreso de la Unión por la iniciativa. Gracias a todos los grupos parlamentarios de las cámaras de Diputados y de Senadores, a las presidencias de las mesas directivas, a las juntas de Coordinación Política, a todas y todos nuestros legisladores por este reconocimiento a la universidad de la nación. Por mi conducto, la comunidad de la máxima casa de estudios les expresa gratitud. Para nosotros, esta ceremonia tiene un valor inapreciable.


La UNAM es parte de la historia del país. Es una institución que ha cambiado en concordancia con las transformaciones del país. Ésta fue su historia en el virreinato, en el convulso siglo XIX; ésta es su historia en el centenario que ahora celebramos.



El proyecto definido por Justo Sierra creó una institución fundamental para que México se modernizara, para que el México de antes de la Revolución transitara al de hoy. Por ello, creo que con justeza se puede afirmar que la nación no sería la misma sin su universidad, como igualmente se puede sostener que ésta tampoco sería la misma si no hubiera estado tan estrechamente vinculada a la sociedad de la que es parte, a sus necesidades y anhelos. El vínculo de la UNAM con el país es la mejor muestra de la razón que Justo Sierra tenía al pensar que México necesitaba una institución liberadora, capaz de darle emancipación mental; una institución que le diera sustento a su modernización y progreso material.



Justo Sierra fundó una universidad para todo el país. Una institución que no ha sido simple transmisora de conocimiento, sino una verdadera educadora. Como él quería, en los últimos 100 años la Universidad Nacional ha apoyado a México en su desarrollo. Mucho es lo que ha aportado en la prestación de servicios, en lo económico, en la expansión de la infraestructura, en la ciencia, en el desarrollo tecnológico, en la cultura, en la política. Por ello, con orgullo y satisfacción podemos decir a nuestro fundador: maestro Justo Sierra: ¡misión cumplida!



La aportación más visible de la Universidad Nacional Autónoma de México al desarrollo del país es la preparación de millones de jóvenes que han podido estudiar y egresar de sus aulas, tanto de bachillerato como de licenciatura y posgrado. La UNAM ha abierto las puertas del conocimiento a jóvenes de todos los estratos sociales, muchos de los cuales han sido los primeros en sus familias en ingresar a la educación superior.



La universidad es uno de los espacios más importantes del país en el cultivo de las ciencias y las humanidades. Es una casa del pensamiento no sólo mexicano, sino iberoamericano. A lo largo de sus 100 años de existencia como Universidad Nacional, ha producido nuevo conocimiento para beneficio de la sociedad y ha contribuido al desarrollo de instituciones de educación superior en México y en otros países. Además de casa de estudios, la UNAM es casa de cultura, de creación y de difusión. Por medio de sus espacios cumple con su función de extender los beneficios de las culturas mexicana, iberoamericana y universal.



Al tiempo que ha atendido sus responsabilidades esenciales, ha realizado muchas otras tareas: custodia parte de la memoria histórica de México en la Biblioteca y la Hemeroteca nacionales; atesora numerosas colecciones nacionales y presta servicios invaluables al conjunto del país. Como muestra de esto último se pueden mencionar los servicios Sismológico y Mareográfico, o el Observatorio nacionales. A lo anterior también se suman su papel en la conformación del régimen de libertades y del desarrollo de la vida democrática de México, así como en la preparación de líderes para todos los sectores y en todos los campos del saber y del quehacer humanos, y en la organización y desarrollo de varias de nuestras instituciones.



Reconocemos nuestras insuficiencias y nos esmeramos en superarlas. Sabemos que hay espacio para la mejoría y ahí tenemos un compromiso. Nos alienta permanentemente la posibilidad de progresar en el cumplimiento de nuestros objetivos.



Por nuestro compromiso con los asuntos del país, a los universitarios nos preocupan las condiciones que afectan a México. Sin duda, hoy somos mejores que hace un siglo, pero no hemos llegado adonde queríamos llegar. El verdadero progreso no se puede generar entre la desigualdad y la exclusión, en medio de la ignorancia y las muertes evitables. Tampoco la sociedad puede prosperar ni vivir en paz con los niveles de inseguridad que nos afectan.



Es hora de reconocer que muchos de nuestros problemas, de los históricos y los derivados del propio proceso de modernización, no tienen solución si seguimos por el mismo camino, si no se efectúan reformas de fondo, si no se ponen en práctica políticas alternativas, si no se imagina y traza un nuevo proyecto nacional.



Requerimos actualizar muchas de nuestras instituciones, para avanzar en la democracia, para fortalecer el federalismo y el equilibrio de los poderes, para estimular el desarrollo económico, para consolidar un verdadero estado de derecho donde la ley establezca su imperio, pero también para robustecer la política social. Los nuevos tiempos de México reclaman un diseño renovado de su porvenir y, en consecuencia, una reforma integral.



Debemos dar el gran salto del México desigual a uno con equidad, solidaridad y justicia social, donde la opulencia y la miseria se moderen, como planteó Morelos hace 200 años. Los derechos sociales para todos los mexicanos son, hoy por hoy, condición básica para avanzar hacia el país que todos anhelamos. Pero no basta con que dichos derechos se enuncien en el texto constitucional. Debemos avanzar y hacerlos exigibles.



La agenda de México en el siglo XXI debe partir de ese reconocimiento. El nuevo curso de desarrollo tiene que poner en el centro de su eje la lucha contra la desigualdad, la pobreza, la exclusión, la ignorancia y la enfermedad. Debemos reconocer que ningún proyecto vale la pena si no sirve para mejorar las condiciones de vida de la población. Es cierto, en términos presupuestales se debe actuar con responsabilidad, pero no privilegiar políticas en las que es más importante preservar los equilibrios financieros o fiscales que resolver los desequilibrios sociales o del desarrollo humano de nuestra gente.



Requerimos enfoques que miren al país en el largo plazo. Debemos retomar la confianza en nosotros mismos, cambiar para anticipar los nuevos desafíos. Difícilmente podremos avanzar en este sentido si no damos la debida prioridad a la educación, a la ciencia y al desarrollo tecnológico. La actual sociedad del conocimiento está transformando a las sociedades industriales en sociedades basadas en el conocimiento y la innovación, lo que implica invertir sustancialmente en estos ámbitos.



En este sentido, el progreso implica enormes desafíos para naciones como la nuestra. ¿Cómo pertenecer a la sociedad y a la economía del conocimiento en nuestras condiciones? Más allá de la retórica, si no se transforma radicalmente nuestra realidad, quedaremos retenidos en el viejo siglo. No daremos el paso correcto en tanto destinemos 0.7 del PIB a la educación superior y 0.4 a la investigación. No será posible mientras sólo tres de cada 10 jóvenes mexicanos estudien en las instituciones de educación superior. No será viable si no se multiplica, al menos por 10, el número de patentes concedidas a connacionales.



En estos tiempos en que se tiende a disminuir el valor de la política, es necesario reivindicarla en su sentido originario, de participación de los ciudadanos en los asuntos que interesan a todos, no como un fin en sí misma, sino como un medio para la realización de propósitos útiles a la sociedad. Es necesario retomar los valores intrínsecos de la política: el diálogo, la negociación, el respeto a las opiniones ajenas y la voluntad de alcanzar acuerdos.



La universidad es una institución académica. Para cumplir sus fines debe preservar la libertad de cátedra, de investigación, de expresión y de crítica. Tal libertad implica que no debe subordinarse ni comprometerse con los intereses emanados del ejercicio de la política. En la universidad caben todas las ideologías, todas las corrientes del pensamiento, ya como objeto de estudio, ya como forma de análisis de la realidad, o como método para lograr que la pluralidad se exprese con absoluta libertad. Sin embargo, en ella no cabe la política que tiene por objeto la obtención del poder. No cabe porque al hacerlo, al tomar parte de una posición, se acabaría con la riqueza que le da su pluralidad.



Soy de los que no tienen duda de que por nuestra universidad pasan las distintas agendas nacionales. Sin embargo, para que esto forme parte de la realidad, quienes coordinamos el trabajo de la comunidad debemos hacer a un lado las agendas personales, al tiempo que se conserva una sana y responsable cercanía con todas las fuerzas políticas del país, con todos los sectores, con la sociedad entera. El acto que nos convoca es un ejemplo de ello.



Yo no he escuchado en el Congreso a ningún legislador oponerse a la educación, la ciencia y la cultura. Por el contrario, en la última década los apoyos adicionales para la enseñanza superior aprobados por la Cámara de Diputados ascienden a 50 mil millones de pesos. Con su decisión, ni las finanzas públicas se desequilibraron ni se generó un colapso en nuestra economía.



En cambio, con esos incrementos y con los propuestos por el Ejecutivo federal, en 10 años la matrícula de la educación media superior y superior aumentó en más de un millón de alumnos y las universidades se fortalecieron.



Con frecuencia, los ciudadanos hemos conocido de acuerdos que toman las fuerzas políticas en el país. Frente a ello nos congratulamos; nos queda claro que esto se dificulta en los tiempos electorales, pero tenemos todavía más claro que no todos son tiempos electorales. De igual forma, ha sido posible establecer pactos políticos que en principio parecían improbables.



Hoy quiero, respetuosamente, pedir a esta soberanía que las fuerzas políticas representadas en el Congreso establezcan un gran acuerdo en favor del rescate social que México demanda, del que se requiere para pagar la deuda histórica, del que necesitamos para solucionar los problemas que a Morelos, Juárez o Zapata perturbaban; de esos que a muchos hoy nos agobian.



En particular, les invito a que el compromiso se signifique, en un inicio, con el establecimiento de una política de Estado que incluya la duplicación de la cobertura en la educación superior y el cumplimiento de la Ley General de Educación, que desde hace más de cinco años establece el compromiso de asignar el uno por ciento del PIB a la investigación científica y al desarrollo tecnológico. De igual forma, se debe considerar la duplicación de los recursos para las artes y la cultura, así como la aprobación de presupuestos plurianuales en la materia.



Frente al ciclo presupuestal que ya empezó, con igual respeto pido a la honorable Cámara de Diputados que se incrementen los recursos destinados a las universidades públicas federales y estatales, a la ciencia y la cultura, además de que el destinado a la UNAM se mantenga en los términos presentados por el Ejecutivo federal, que mucho reconocemos. Al hacerlo, se fortalecerá a las instituciones y se invertirá en el presente y el futuro del país: en su juventud.



Ni un solo peso de los que requieren la educación superior, la ciencia y la cultura se debe escatimar a las instituciones correspondientes, pero tampoco un solo centavo del presupuesto se debe distraer de su cometido. Por ello, la transparencia en el ejercicio del dinero público y la rendición de cuentas son irremplazables, y cualquier desvío debe ser sancionado con toda energía.



Hoy que el mundo flaquea en su sistema de valores laicos, hoy que el dinero y los bienes materiales se han convertido en el emblema del éxito, debemos regresar a los principios básicos. ¡Que no se nos olvide!: lo que importa no es lo que la gente tiene en las bolsas de valores. Lo trascendente y apreciable son los valores que los ciudadanos portan.



Estoy seguro de que en el horizonte hay un México mejor, más justo, libre y democrático. Un México con mayores oportunidades para la juventud y la niñez, con mejores condiciones de empleo e ingreso para nuestra población productiva, con mayores niveles de dignidad para nuestros adultos mayores, con mejores condiciones de vida para todos. Un México distinto, pero con su Universidad Nacional acompañándole en el trayecto y la misión.



Somos más, muchos más los que creemos en la patria, los que sabemos que se puede, los que sostenemos que es posible un cambio de paradigma, sin sobresaltos, pero con un impulso definido hacia el porvenir. El desafío no es sólo crecer en la economía; también, y en especial, mejorar la dignidad de los que nada tienen, edificar un verdadero desarrollo humano para todos. Para ello debemos actuar con mayor justicia, al igual que pensar en grande y en el largo plazo.



En nombre de la Universidad Nacional Autónoma de México, reitero mi más sincero agradecimiento al Congreso de la Unión por esta sesión solemne. Quienes formamos parte de la comunidad universitaria: académicos, alumnos y trabajadores, los actuales y los que nos antecedieron, estamos muy reconocidos con aquellos que a lo largo del tiempo han creído y apoyado a la universidad de México.



Agradecemos también a todos los poderes públicos: al Legislativo y al Judicial, a los gobiernos municipales, estatales, de la ciudad de México y federal, que han apoyado de muy distintas maneras a nuestra institución. Quiero también expresar nuestro reconocimiento a las personalidades y organizaciones sociales, empresariales, filantrópicas y del más diverso signo, así como a las instituciones académicas afines de nuestro país y de los diversos confines del orbe, por el apoyo y el aliento que han dado a la UNAM.



Por último, no puedo dejar de hacer una mención muy especial a la sociedad mexicana. A esa sociedad nos debemos y por ella nos esforzamos; a toda ella, nuestro agradecimiento.



Ayer señalaba que estos tiempos son oportunos para lanzar vivas a México y a la UNAM. También para reiterar el lema de la universidad: Por mi raza hablará el espíritu.



* Palabras del rector de la UNAM en la sesión solemne del Congreso con motivo de los 100 años de la máxima casa de estudios

EL CENTENARIO DE LA UNAM

RAÚL CARRANCÁ Y RIVAS

El 22 de septiembre de 1910 Don Justo Sierra le abrió las puertas a la nueva Universidad ante un dictador que se derrumbaba, cubierto en el pecho de medallas, y un México naciente a la vida moderna, oyéndose ya el fragor de la batalla revolucionaria. Ayer se cumplieron cien años de esa gesta conmemorada con gran excelencia y realce en nuestra Máxima Casa de Estudios. ¿Qué es en rigor la Universidad? La sede del pensamiento libre de México. En ella se aprende la verdad sin cortapisas y en este sentido cabe decir que la verdad se manifiesta y expresa en todas las ramas del conocimiento, tanto en las humanidades y ciencias sociales como en las ciencias de la naturaleza. Por eso la libertad de cátedra es la pieza fundamental de nuestro compromiso pedagógico en la enseñanza, la investigación y la difusión de la cultura. En uno de los momentos estelares de la Universidad en que se enfrentaron en formidable polémica Antonio Caso y Vicente Lombardo Toledano con motivo del "Primer Congreso de Universitarios Mexicanos, asamblea nacional de rectores, profesores y estudiantes", que se llevó a cabo en la Ciudad de México del 7 al 14 de septiembre de 1933, ambos universitarios de excepción defendieron, respectivamente, la libertad de cátedra y la filosofía marxista. Es decir, dos criterios distintos en la cultura y en su concepción. Sin embargo coincidieron, al margen de sus diferencias, en que la libertad universitaria es un baluarte del pensamiento no sólo en el ámbito de éste sino a nivel nacional. Lo que nos distingue como pioneros del resto de las universidades del país. O sea, que en la Universidad caben todas las corrientes ideológicas que deben enseñar los profesores y maestros a sus alumnos y discípulos, y ellos seleccionarlas en un esfuerzo intelectual de acuerdo con sus tendencias y convicciones.
Ahora bien, por razones obvias lo anterior no satisface plenamente al "status quo" imperante, al "stablishment", término acuñado en 1955 por el periodista británico Henry Fairlie y ya de difusión a escala mundial. En una palabra no satisface al gobierno -y hay pruebas de sobra para sostenerlo- porque es un dique que se opone a la retórica oficial, a la propaganda de la clase gobernante y a sus aspiraciones de perpetuarse en el poder. Pero hemos sido, somos y seremos el único foro en que las ideas, libres como la imaginación de los hombres que las concibieron, se discuten y analizan sin compromiso alguno para imponerlas. En consecuencia somos imprescindibles y con razón se nos ha llamado la conciencia de la República. Pero el país ha evolucionado notablemente de 1910 a la fecha y la Universidad, con su enorme influencia, ha inspirado la creación de las universidades públicas del interior de México. Lo que pasa es que al lado de éstas han ido proliferando las universidades privadas, que no son públicas o estatales sino que pertenecen a particulares. ¿Qué tendencias han tenido y tienen esas casas de estudios? Por regla general, salvo excepciones, de corte mercantilista e incluso empresarial. Por supuesto que en principio ello no es malo o negativo y hay carreras muy serias para estudiarlo. Lo preocupante es que en algunos casos esas universidades han servido y sirven a intereses transnacionales que buscan, lográndolo con frecuencia, infiltrarse en el país en beneficio suyo. En este orden de ideas son el instrumento adecuado a los gobiernos contrarios y opuestos a lo que comúnmente se denomina "ideal revolucionario", que corresponde a los principios básicos de nuestra evolución histórica concentrados en el movimiento social de 1910 y plasmados en la Constitución de 1917. Son universidades, por lo tanto, al servicio de un determinado propósito. Pero la historia no se puede acallar. Tarde o temprano su voz se oye y se escucha en todos los ámbitos de la nación. Los hombres de corta mira se ubican exclusivamente en el momento, en la hora actual, aferrándose a su reloj con la pasión del amante desbordado por la forma. Olvidan que hay una esencia histórica que prevalece contra viento y marea. En tal virtud nuestra Universidad debe mantener y conservar a toda costa su prestigio de libertad y dar la mano a las universidades, públicas o privadas, que lo comparten. En este sentido el centenario de nuestra Alma Mater implica un ensanchamiento de la misión universitaria más allá de sus fronteras. Mucho se dice que México requiere un cambio inmediato. Pues bien, el mismo es inconcebible sin la presencia del espíritu universitario, sin la libertad de expresión del pensamiento, porque los cambios meramente políticos suelen ser de circunstancia y condición, generados por conveniencias, utilidades y provechos. Y algo más. La Universidad es analítica y crítica por naturaleza, no acepta con sumisión los dictados de otros. En suma, la presencia de la UNAM es imprescindible para México tanto como la de las universidades libres y no comprometidas, ya sean públicas o privadas.
Que las palabras de don Justo Sierra, el ilustrísimo campechano, iluminen el camino difícil que México recorre en la actualidad: "No se concibe en los tiempos nuestros que un organismo creado por una sociedad que aspira a tomar parte cada vez más activa en el concierto humano, se sienta desprendido del vínculo que lo uniera a las entrañas maternas para formar parte de una patria ideal de almas sin patria".

100 AÑOS, ORGULLOSAMENTE UNAM

FERNANDO SERRANO MIGALLÓN

Ayer, la Universidad Nacional Autónoma de México cumplió 100 años de existencia o, si se prefiere, un centenario de su más reciente etapa histórica. Podemos decir que, con ello, la nación cumple cien años de maduración en sus instituciones de educación superior. La Universidad, epónimo que corresponde en México a la UNAM, es el más alto grado que en su evolución puede alcanzar una cultura. Cuando una civilización genera instituciones que pueden estudiar y analizar el universo, pero también a sí mismas dentro de la realidad, está ya en capacidad de producir nuevo conocimiento y, sobre todo, contar con una conciencia crítica capaz de coadyuvar para corregir la ruta y el destino de la comunidad. Estos 100 años han sido el tiempo de la Universidad y también el tiempo de México. La estructura de nuestro pensamiento, las obras que han hecho historia y buena parte de nuestra cohesión social, son elementos del trabajo universitario. Al celebrar el centenario de la UNAM, celebramos también el centenario de la consolidación de la cultura nacional. Con el tiempo, igual que la sociedad mexicana, la Universidad ha desarrollado mecanismos para solucionar sus crisis. Es natural que en un microcosmos como el universitario, en el que conviven en libertad los más distintos puntos de vista, ocurran momentos álgidos. Sin embargo, la mayor parte de los momentos difíciles de la Universidad se han originado fuera de ella y no es poco frecuente que muchos problemas y tensiones de la sociedad se procesen y solucionen en el interior de la casa de estudios, como muestra del pensamiento y del análisis de nuestra comunidad. Frecuente depositaria del apoyo y el afecto de grandes segmentos de la sociedad, ha sido también blanco frecuente de ataques, siempre interesados y siempre parciales, de quienes no la conocen, no la comprenden o a quienes estorba su voluntad de buscar la verdad y conquistarla en beneficio de la sociedad. A cada ataque, de cada crisis, la UNAM ha salido más fuerte y más unida. Hoy, la Universidad vive uno de sus mejores momentos, no sólo por el reconocimiento que la sociedad le ha prodigado y el sitio que ha sabido conquistar en el mundo, sino porque nuestra casa ocupa un lugar central en la construcción del futuro de México, por cuanto son la educación y el desarrollo científico las auténticas prioridades de nuestro pueblo para solucionar sus problemas. Con el fin de lograrlo, la UNAM trabaja y se prepara, construye y critica. Quedan dos tareas que cumple a la cabeza de las muchas universidades que se han formado a su vera en las últimas décadas: ser, en tiempos de apremio económico, el único mecanismo de movilidad social del cual se benefician innúmeras familias mexicanas y, la más importante, en momentos de grave descontrol y desaliento, ser conciencia crítica y faro del pensamiento mexicano. Es verdad que son muchas las necesidades que la UNAM enfrenta, pero también que su transparencia, la rendición de cuentas y el innegable apego al espíritu popular de nuestra sociedad la convierten en la muestra de lo que la sociedad mexicana puede lograr si nos empeñamos con firmeza en hacer, de la educación y del pensamiento, los principales instrumentos para construir un mañana mejor para todos.

UN RESPETUOSO HOMENAJE A UN MEXICANO EJEMPLAR

SERGIO ARMANDO VALLS HERNÁNDEZ

José de Jesús Gudiño Pelayo ha partido de esta vida dejando un legado que trascenderá no sólo en el ámbito jurídico, sino también en el histórico, social e institucional.
Lo conocí hace alrededor de cincuenta años, cuando cursábamos la carrera de Derecho, él estudiaba en la Universidad Iberoamericana y yo en la Nacional Autónoma de México. Desde entonces, cultivamos una amistad fraterna que nos permitió intercambiar pensamientos y enriquecer los propios. Los intereses comunes que nos unían hicieron que el lazo de amistad se estrechara cada día más; los caminos que transitamos por esta vida lograron una consistente y siempre grata relación la que se estrechó aún más cuando ambos convergimos en la Suprema Corte de Justicia de la Nación como ministros del Máximo Tribunal. Fue él, precisamente, el encargado de darme las palabras de bienvenida al Alto Tribunal el nueve de noviembre de dos mil cuatro.
José de Jesús fue un hombre de ideas, de convicciones profundas, un forjador de gente de leyes y un amplio conocedor del Derecho.
En él se conjugaban los elementos que expuso en una de sus obras respecto de lo que la sociedad requiere de los jueces; calidad moral para ejercer bien la labor del juzgador y sólidos conocimientos del Derecho: "Existe un enorme interés público en que quien juzgue sea una persona de honorabilidad y conocimientos, una persona que cuente con las herramientas técnicas necesarias para el cabal desempeño del cargo, y que también tenga la calidad moral indispensable para ejercerlo bien."
Inició su carrera dentro del Poder Judicial de la Federación como secretario de Estudio y Cuenta, adscrito a la Primera Sala en la Suprema Corte de Justicia, posteriormente se desempeñó como juez de Distrito, para llegar a ser magistrado de Circuito. En 1995 llegó nuevamente a la Suprema Corte de Justicia pero ahora como ministro de la misma.
Su perfil era el de un ministro de pensamiento independiente, con firmes convicciones que defendió en el Máximo Tribunal, su pensamiento siempre tendió a que se concretara la justicia en cada caso y que los derechos de los gobernados fueran plenamente respetados. Estas fueron las máximas que guiaron su labor en el más Alto Tribunal de la República.
José de Jesús legó para la posteridad obras que sobresalen por su profundidad y seriedad en las que trató grandes temas de la ciencia jurídica, siendo algunos de ellos los siguientes: "Problemas fundamentales del amparo mexicano"; "Introducción al amparo mexicano"; "El Estado contra sí mismo"; "Las comisiones gubernamentales de Derechos Humanos y la deslegitimación de lo estatal"; "Controversia sobre controversia"; asimismo, una vasta cantidad de artículos, escritos de gran envergadura y conferencias magistrales.
Chucho Gudiño ya no caminará por los pasillos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación a la que sirvió con denuedo, llevando siempre presente en su trabajo diario una de las máximas de la Universidad que lo formó: "El que no vive para servir, no sirve para vivir."
Su partida significa una gran pérdida no sólo para Yola y sus hijos, sino también para todos nosotros, para la Suprema Corte de Justicia de la Nación, para el Poder Judicial y para México.
Hago votos porque José de Jesús Gudiño Pelayo descanse en paz, en su cuerpo y en su espíritu.
Que ese pensamiento garantista que lo caracterizó "no descanse", sino que siga alumbrando nuestro camino y el de las generaciones que continuarán nuestras tareas.