Iturbide convocó a la Junta Provisional Gubernativa, conformada por 38 individuos notables, quienes se encargarían de nombrar una Regencia formada por cinco miembros, presidida por el propio Iturbide. El 4 de octubre de 1821 la Regencia nombró cuatro Secretarios del Despacho: Justicia y Asuntos Eclesiásticos, Guerra y Marina, Hacienda, Relaciones Interiores y Exteriores, recayendo el nombramiento en este último ministerio en José Manuel de Herrera. La Junta, nombró una Comisión de Relaciones Exteriores integrada por Juan Francisco de Azcárate, el Conde de Casa de Heras y José Sánchez Enciso, para elaborar un Dictamen en donde se examinaran y recomendaran las acciones de política exterior del Imperio. La Comisión presentó dicho documento el 29 de diciembre de 1821. La Comisión expresaba que las relaciones exteriores del Imperio estaban determinadas por cuatro criterios: por la Naturaleza (con las naciones bárbaras de indios, angloamericanos, Rusia, Guatemala, Inglaterra, Islas de los Mosquitos y Costas de los Mosquitos); por Dependencia (Cuba y Puerto Rico); por Necesidad, Roma (La Santa Sede), y por Política (España, Francia, y los estados independientes de la América del Sur).
Se amplían estos criterios. Las naciones bárbaras de indios eran aquellas tribus al norte de la Nueva España, que si bien pudieron haber estado establecidas dentro del territorio de la Nueva España, aquellas también eran tierras despobladas a las que no llegaba el orden virreinal de forma eficiente, por lo que estas tribus gozaban de cierta autonomía y era preferible no confrontarles, ya que de hacerlo las ciudades del norte de la Nueva España hubiesen sido víctimas de su ferocidad. Para fines de la lucha de independencia, los insurgentes tenían clara la política exterior estadunidense: se trataba de una política expansionista, por lo que era indispensable que esta nación reconociera a todas luces la independencia de la Nueva España para darles a conocer "la instalación del Gobierno soberano, manifestarles la mejor disposición de entablar un comercio útil a ambas potencias (...) con exclusión de los puntos que puedan perjudicar la agricultura o industria del Imperio y la igualdad de derechos que se señalen a las demás naciones; ratificar el Tratado de Límites y que cualesquiera excesos en que se haya incidido en esa parte por alguna de las naciones se reponga".
Otra relación por Naturaleza es con Rusia. No obstante los enviados diplomáticos de Alejandro I en América elogiaron la grandeza de la Nueva España y su potencial para ser una nación completamente independiente, Rusia se negaba a reconocer la independencia que finalmente terminaría aceptando.
Respecto a Guatemala, reconocía su independencia y la forma de gobierno y aceptó la anexión de la provincia de Chiapas. Respecto a Inglaterra, el principal objetivo era la ratificación del Tratado de Versalles, con el fin de que fuera respetado el dominio y soberanía sobre el territorio. Respecto a Cuba, Azcárate proponía considerar que la isla aún se encontraba bajo el dominio español, por lo que era necesario "siempre fijar la consideración del Gobierno para precaver las empresas hostiles que pudieran dirigir contra la Península de Yucatán en tiempos de guerra, y en los de paz para impedir el contrabando".
Sin embargo, no se descarta que en Cuba, influenciada por el movimiento independentista de América, despertara el espíritu libertador, por lo que la Nueva España en todo momento pretendía mostrar su apoyo incondicional. Con Puerto Rico la visión es prácticamente la misma. Otra directriz necesaria era con la Santa Sede, ya que la religión era un sinónimo de educación desde que se había sembrado la semilla evangélica en la época de la conquista; esto y el hecho de que la Nueva España estuviera dispuesta a seguir contribuyendo con una cuota a la Iglesia, a cambio de "sus beneficios", serviría posteriormente para que Roma presionara al Estado español para el reconocimiento de la Nueva España como una nación soberana.
Con España no se negaba el carácter despótico del Gobierno, así como el hecho de que España "no hizo lo que pudo ni lo que debió" para el beneficio de su colonia, mas había una amplia disposición para reconocer a España como la madre patria, en tanto España. Francia es vista como una gran potencia que inspiraba gran respeto y admiración por los héroes de independencia, cuyo pensamiento político del siglo de las luces había influenciado a los insurgentes, por lo cual la política exterior mexicana se dirigiría primeramente a entablar un lazo por el cual Francia reconociera la independencia de Nueva España y, sobre esa base, realizaría un intercambio tanto comercial, así como científico y artístico. Para con los estados independientes de América del Sur se encontraba una conveniencia recíproca y de hermandad, que se originaba en una sola identidad en la época, el deseo de la libertad; se pensaba en una unión y hacerles participar en todas las buenas consecuencias del movimiento independentista.
Luis Chávez Orozco denomina, acertadamente, a este esquema de nuestra política internacional como el movimiento primordial en la historia diplomática de México.
Se amplían estos criterios. Las naciones bárbaras de indios eran aquellas tribus al norte de la Nueva España, que si bien pudieron haber estado establecidas dentro del territorio de la Nueva España, aquellas también eran tierras despobladas a las que no llegaba el orden virreinal de forma eficiente, por lo que estas tribus gozaban de cierta autonomía y era preferible no confrontarles, ya que de hacerlo las ciudades del norte de la Nueva España hubiesen sido víctimas de su ferocidad. Para fines de la lucha de independencia, los insurgentes tenían clara la política exterior estadunidense: se trataba de una política expansionista, por lo que era indispensable que esta nación reconociera a todas luces la independencia de la Nueva España para darles a conocer "la instalación del Gobierno soberano, manifestarles la mejor disposición de entablar un comercio útil a ambas potencias (...) con exclusión de los puntos que puedan perjudicar la agricultura o industria del Imperio y la igualdad de derechos que se señalen a las demás naciones; ratificar el Tratado de Límites y que cualesquiera excesos en que se haya incidido en esa parte por alguna de las naciones se reponga".
Otra relación por Naturaleza es con Rusia. No obstante los enviados diplomáticos de Alejandro I en América elogiaron la grandeza de la Nueva España y su potencial para ser una nación completamente independiente, Rusia se negaba a reconocer la independencia que finalmente terminaría aceptando.
Respecto a Guatemala, reconocía su independencia y la forma de gobierno y aceptó la anexión de la provincia de Chiapas. Respecto a Inglaterra, el principal objetivo era la ratificación del Tratado de Versalles, con el fin de que fuera respetado el dominio y soberanía sobre el territorio. Respecto a Cuba, Azcárate proponía considerar que la isla aún se encontraba bajo el dominio español, por lo que era necesario "siempre fijar la consideración del Gobierno para precaver las empresas hostiles que pudieran dirigir contra la Península de Yucatán en tiempos de guerra, y en los de paz para impedir el contrabando".
Sin embargo, no se descarta que en Cuba, influenciada por el movimiento independentista de América, despertara el espíritu libertador, por lo que la Nueva España en todo momento pretendía mostrar su apoyo incondicional. Con Puerto Rico la visión es prácticamente la misma. Otra directriz necesaria era con la Santa Sede, ya que la religión era un sinónimo de educación desde que se había sembrado la semilla evangélica en la época de la conquista; esto y el hecho de que la Nueva España estuviera dispuesta a seguir contribuyendo con una cuota a la Iglesia, a cambio de "sus beneficios", serviría posteriormente para que Roma presionara al Estado español para el reconocimiento de la Nueva España como una nación soberana.
Con España no se negaba el carácter despótico del Gobierno, así como el hecho de que España "no hizo lo que pudo ni lo que debió" para el beneficio de su colonia, mas había una amplia disposición para reconocer a España como la madre patria, en tanto España. Francia es vista como una gran potencia que inspiraba gran respeto y admiración por los héroes de independencia, cuyo pensamiento político del siglo de las luces había influenciado a los insurgentes, por lo cual la política exterior mexicana se dirigiría primeramente a entablar un lazo por el cual Francia reconociera la independencia de Nueva España y, sobre esa base, realizaría un intercambio tanto comercial, así como científico y artístico. Para con los estados independientes de América del Sur se encontraba una conveniencia recíproca y de hermandad, que se originaba en una sola identidad en la época, el deseo de la libertad; se pensaba en una unión y hacerles participar en todas las buenas consecuencias del movimiento independentista.
Luis Chávez Orozco denomina, acertadamente, a este esquema de nuestra política internacional como el movimiento primordial en la historia diplomática de México.
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