Uno de los hitos históricos que marcaron el imaginario colectivo de los mexicanos fueron las fiestas del Centenario de la Independencia. Presididas por Porfirio Díaz, nos dejaron la columna del Ángel, el Paseo de la Reforma, como ahora lo conocemos; una memoria difusa de fastos y, a contrapunto, la irrupción de la Revolución maderista y la caída de la dictadura. Como símbolos de aquel tiempo complejo quedaron la cúpula del inconcluso Palacio Legislativo, transformado en Monumento a la Revolución, el magnífico y todavía sin terminar Palacio de Bellas Artes, porfiriano en su exterior y revolucionario nacionalista en su interior, náyades y ninfas en su fachada y cactos y nopales en su vestíbulo. Porque aquello era una dictadura en la que la única celebración libre fue la fundación de la Universidad Nacional. Todo lo demás se limitó a una envoltura dirigida desde el poder y para solaz del poder. La mayor celebración del Bicentenario, en cambio, es la posibilidad de analizar y pensar en libertad, de disentir y dialogar, de debatir y consensuar, es decir, dentro de la conquista de la democracia. Hoy, las fiestas han pasado, con todo su anecdotario, el bueno y el no tan bueno: los disensos, las opiniones y las quejas y los aplausos, todo eso pasará también. En 20, 50 y 100 años, todo será anécdota y cosa que platicar a los nietos; alguien habrá logrado guardar un billete de 500 pesos con la efigie de Diego Rivera o uno de 100 con La Adelita y alguno más tendrá en un pequeño marco uno de 200 con el Ángel; las fotos, los vídeos digitales y la memoria de lo espectacular que llegó a ser. Lo que no pasará, lo que seguirá siendo por muchos siglos más es la conciencia de la mexicanidad que construimos todos los días. El debate en que entramos para preguntarnos por nosotros mismos y por nuestro futuro, la violencia también habrá pasado porque, sin duda, este ingente proyecto al que llamamos patria seguirá todavía adelante. El Bicentenario de la Independencia se transformó en la fiesta de la pluralidad de la patria, constituyó un punto final a la idea monolítica de México que había sido el núcleo de las fiestas de hace 100 años. Si las imágenes de aquel otro centenario nos parecen manidas y rancias no es por el tiempo que ha pasado -las fotos de Zapata siguen actuales y vibrantes aunque tengan 100 años-, sino porque en ellas el pueblo aparece como escenario e incidente, nunca como protagonista. Más allá de los gustos, de las preferencias y de las opiniones, los mexicanos hemos sido quienes hemos festejado nuestra Independencia, han sido los ciudadanos y todos quienes convivimos en el país quienes las hemos hecho y disfrutado. Somos nosotros, también, quienes debemos sacar nuestras conclusiones. Hemos comenzado el tercer centenario. Si el primero fue el de la formación y creación del Estado y el segundo el de la conquista de las libertades hacia la democracia, que el tercero sea el de la composición final del desarrollo, de la igualdad y la estabilidad que da la madurez; que nuestros descendientes celebren el tercer centenario y digan con nosotros: ¡Viva México!
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