En la vida cultural de cada sociedad, especialmente en los tiempos modernos, de cuando en cuando aparecen personajes de difícil catalogación que rompen los estrictos cubículos en los que clasificamos aquellas actividades que, a veces un poco a fuerza, llamamos culturales. Germán Dehesa fue uno de esos irreverentes constructores de la cultura que irrumpen poniendo un comentario sobre el bostezo aburrido del asistente al concierto y poniendo una sonrisa musical en los ojos del que lee más por obligación que por gusto. Hoy, que desde la tristeza muchos le recuerdan por su sentido del humor, habría que decir que ese sentido sonriente, riente, pero no a carcajadas, era una dimensión nueva del humor, porque era un humor ciudadano, crítico y agudo, iconoclasta en su forma, responsable y comprometido en su contenido. El humor de Dehesa superaba el humor político de la carpa, el disimulo y la clandestinidad para reír abiertamente de los políticos, los intelectuales, los maestros y los ciudadanos, de frente y con la sinceridad inocente del hombre de todos los días. Dehesa era un cronista implacable porque, sin proponérselo, quiso y pudo darle voz a los ciudadanos comunes, a las clases medias con ansias de ilustración, a los estudiantes con esperanzas en el futuro, a las amas de casa con algo más que decir, en fin, a todos los que no tenían quienes hablaran, en ese tono y con esa intención, por ellos, frente a todos. El hombre que se hizo caricatura a sí mismo, para ser objeto, él mismo, de su propia reflexión, vivía presidido por la frase de Luis Rius que campeaba en su oficina: "No se puede vivir como si la belleza no existiera". Por eso trabajó para que los mexicanos y especialmente los "defeños", estrambótico gentilicio que parece haber acuñado o por lo menos popularizado, disfrutáramos de un ámbito más hermoso en el cual vivir. Padre de extrañas palabras, como los "baboceadores" del día en que tomó su montón de periódicos y salió a la calle a venderlos desafiando los atavismos del México corporativo. Casi diría que fue el último creador de mitologías domésticas, hechas con el material cotidiano de todos nuestros hogares. Universitario firme y puma siempre esperanzado, Dehesa ha sido uno de los ciudadanos que con más alegría e inteligencia mostraron su generosidad hacia la UNAM en general y en particular por la Facultad de Derecho. Una de las últimas veces que lo vimos por ahí fue en el 150 aniversario de las Leyes de Reforma. Entonces, pronunció una conferencia que denominó Juárez y sus Muchachos. Decía que un ingrediente fundamental de la grandeza de Juárez era haberse rodeado de los mejores hombres de su generación, sin temor a parecer opacado o disminuido. "Sus muchachos", comprometidos como ninguno que, en el desierto de Chihuahua, hicieron un balcón presidencial con una caja, para que el Presidente, en medio de la nada inmensa, pudiera dar el Grito de Independencia y confirmar que la República seguía viva en su investidura. Olvidar sus palabras será muy difícil, y todavía más olvidar al ciudadano simpático y culto, que quiso hacernos mejores a todos, con sus amables enseñanzas. Gracias, Germán.
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