RAÚL CARRANCÁ
Las encuestas averiguan estados de opinión, y nada hay más cambiante que ésta. La opinión es el juicio que se forma de algo cuestionable (dudoso, problemático y que se puede disputar o controvertir), o sea, nada hay más cambiante que la opinión. Eduardo Zamacois tiene un libro muy interesante que se intitula La Opinión Ajena, la cual se alimenta de indecisión, dudas y criterios de muy dudosa clase. Por lo tanto seguir esa opinión, basarse en ella o hacerle caso es ir en busca de algo incierto, nebuloso. Yo reconozco, desde luego, que en todos los países democráticos o semidemocráticos del orbe las encuestas son un instrumento de trabajo en los procesos electorales. Sin embargo, hay que tomarlas con cuidado. Pero hay algo más que yo no sé hasta qué punto se haya visto con la atención que requiere. La encuesta tiene dos caras, una la de los cálculos y cómputos, que son en realidad conjeturas, juicios que se basan en indicios y observaciones, y otra la de su influencia en la opinión. Es decir, las encuestas reflejan la opinión pero también influyen, inciden en ella; y en este sentido no hay la menor duda de que manipulan la opinión, con buena o mala fe de los encuestadores. Y no se diga lo que valen ellas para ciertos políticos, partidos o grupos políticos. Son un medio utilísimo para penetrar en la mente de los electores, y esto se maneja tanto en la psicología individual como en la social. A mí me causa asombro que se prohíba cierto tipo de spots, pero que se sigan exhibiendo a los cuatro vientos los reportes de las encuestas. La verdad es que son tan influyentes unos como otras. Claro, las segundas se presentan mañosamente con cara angelical, o de espejo angelical. Qué hay de malo en ellas, se preguntan algunos, sólo cumplen la función de reflejar la realidad. Y pocos captan que la encuesta es un medio subrepticio para influir en los demás.
Ahora bien, si se fija uno se verá que muchos políticos del nivel que sea utilizan las encuestas, aunque digan lo contrario, como constante punto de referencia de sus campañas. Se dice que las encuestas son en rigor un cálculo de probabilidades. Yo pienso, al contrario, que son igualmente de improbabilidades. Las buenas razones para que un candidato gane son siempre mutantes. Por eso hay que insistir en la imperiosa necesidad de que en vez del enfrentamiento de encuestas, o de su comparación, se realicen varios foros en que los candidatos, en concreto los aspirantes a la Presidencia de la República, expongan ampliamente sus ideas más que sus programas. Por otra parte lo inaceptable es que se influya en el consciente y subconsciente del pueblo, de los votantes. Voy a lo siguiente. ¿Por quién se vota? Si los candidatos sólo han presentado síntesis o sinopsis de ideas, si sólo son figuras simbólicas de un hombre o de una mujer, el elector se irá tras eso. ¡Ah! pero en el acto hablarán las encuestas. "Fulano lleva una de ventaja de equis puntos sobre mengano", lo que equivale a un mensaje que penetra en el cerebro del pueblo. Es una especie de mercadotecnia electoral. Lo evidente es que las encuestas llevan consigo una determinada dosis de manipulación y habida cuenta de eso se las debería controlar. En suma, no siempre el puntero en las encuestas es el futuro triunfador, pero hay grandes probabilidades de que la gente, en un gesto casi mecánico, se decida por él. Las autoridades se han preocupado mucho por la llamada veda electoral, o período de silencio. Y mientras el silencio impera las encuestas lo rompen, caen sobre nosotros, se las usa para transformar la improbable en probable y viceversa. ¿Por qué en el IFE no se medita muy seriamente en ello? No hay democracia perfecta ni tampoco pura, mas no se debe perder de vista que la voluntad ciudadana es manipulable y que el subconsciente llega hasta las manos del elector con la esperanza de que el voto depositado en las urnas sea secreto, libre, universal, directo e igual. ¿Será utopía?
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