RICARDO BECERRA LAGUNA
"La economía política y la política económica en el mundo desarrollado están mutando: de ser la ciencia y la práctica del crecimiento a volverse una especie de disciplina para administrar el estancamiento económico”.
Benjamin Friedman (autor de un libro muy importante “Las consecuencias morales del crecimiento económico”) formuló la sentencia que cito, en una conferencia dictada en Harvard, hace ya varios años ("Widening Inequality Combined with Modest Growth", 2009).
Y es que, si no ocurren virajes importantes en la política mundial, la lúgubre advertencia sigue gravitando sobre nuestras cabezas: el mundo desarrollado vivirá un periodo de estancamiento mundial, al menos, una década más.
Pero antes, admitamos que no pasó lo peor –otra gran depresión en Estados Unidos y Europa, como la de aquellos años 30- pero a cambio, el crecimiento queda en suspenso. Una extraña combinación de varias economías nacionales que caen (Grecia, España, Italia, Portugal, Islandia o Irlanda), mientras que las más importantes, simplemente entran a una extraña fase de estancamiento.
Oigamos ahora al FMI, que cuatro años después, parece seguir a pie juntillas las profecías de Friedman: “La recuperación mundial está amenazada por las tensiones en la zona del euro y las fragilidades de Estados Unidos y Japón. Las condiciones financieras se han deteriorado, las perspectivas de crecimiento se han ensombrecido y los riesgos a la baja se han intensificado este año y los que siguen” (Perspectivas de la Economía Mundial, enero 2012).
Gracias a las políticas (más agresivas) de Obama y la Reserva Federal, EU sobresale dramáticamente, pues espera un crecimiento de 1.8 por ciento este año. En cambio Alemania arañará el 0.3 y Francia alcanzará un escuálido 0.2 por ciento. Japón, que viene de retroceder un punto de su PIB, se recuperará con penas 0.7 por ciento.
¿Y los BRIC’s? Brasil anunció la semana pasada que su economía había crecido 2.7 en 2011, una tercera parte del 7.5 por ciento alcanzado en 2010. Y por si fuera poco, los chinos se moderan con un objetivo de crecimiento del 7.5%, la tasa más baja desde 2004. Es decir: muy probablemente, las más pujantes de las economías emergentes, no tendrán la fuerza para apuntalar una recuperación mundial.
Dice Friedman “…el mundo debe entonces, aprender de la experiencia japonesa, que lleva 20 años en un agujero de picos de sierra… con años de crecimiento muy moderado y otros de caídas por debajo de cero”. Un caso que quizás sea una premonición del futuro en Europa.
Caer desde los cielos debido a un estancamiento de dos décadas, ha significado muchas cosas malas para el Japón: es el país más endeudado del mundo (el saldo representa 510 por ciento de su PIB), mas que España, Portugal o Grecia; dejó de ser el mayor depósito de ahorros; es el único país desarrollado que ha experimentado una deflación crónica desde la posguerra (cada año, desde hace 15, bajan los precios uno por ciento, es decir, cada año las ganancias y los salarios son menores); en ese tiempo, perdió el liderazgo tecnológico en industrias como las telecomunicaciones y la informática; la productividad de sus empresas sufre un sostenido declive en la medida que la superpotencia se transforma en un país de jubilados (con los costos asociados), hasta que por fin, el año pasado, un cabizbajo ministro de economía anunció su primer déficit comercial ¡desde 1980!, es decir, Japón empieza a comprar más de lo que es capaz de exportar.
Y todo esto ocurre a pesar de que nadie en el planeta ahorra más que los japoneses, nadie trabaja más horas, nadie tiene menos vacaciones. Todo eso que la teoría supone que debería llevar a un país a un cierto crecimiento… en Japón ya no.
Lo que más preocupa es que Europa ha puesto en escena, del 2008 para acá, el mismo libreto que inició el estancamiento japonés en 1992: regulación bancaria “blanda” y permisiva, expansión excesiva del crédito y precio del dinero muy bajo; todo lo cual dio paso al estallido simultáneo de una burbuja financiera y otra inmobiliaria.
Luego vinieron los titubeos gubernamentales; cruentos programas de austeridad seguidas de desesperadas, inmensas, inyecciones presupuestales. “Japón tardó seis meses en empezar a bajar los tipos de interés, cuatro años en usar los estímulos fiscales y diez en afrontar los problemas del sector financiero", dice Friedman; todo lo cual ha producido un largo periodo de inestabilidad, deflación y bajo crecimiento, de los que aún no ha salido... ni sabe cómo salir.
Como ven, es una trayectoria que podemos reconocer en la Europa contemporánea, pero si el viejo continente se mete en un túnel recesivo como ese, de la mano de Japón, no solo caerán ellos también de sus cielos, sino que el mundo vivirá “una depresión estructural a largo plazo que recuerda la que tuvo lugar en la década de 1870, cuando el crecimiento global medio era de 1 por ciento”, concluye Friedman.
¿Habremos comprendido lo que todo eso significa para México? Volveremos sobre el tema.
No hay comentarios:
Publicar un comentario