viernes, 30 de marzo de 2012

KONY 2012

JOHN MILL ACKERMAN ROSE

En apenas tres semanas, el video Kony 2012 (http://www.kony2012.com/), de la organización Niños Invisibles (Invisible Children), con sede en California, Estados Unidos, ha sido visto más de 100 millones de veces en internet. Este documental sobre Joseph Kony, criminal de guerra y líder de un grupo armado en la República Democrática del Congo, irrumpe como un ejemplo del enorme potencial de las redes sociales para facilitar la difusión libre de mensajes e imágenes sin el filtro previo de las empresas televisivas o productoras cinematográficas.
El éxito de este esfuerzo constituye un hito histórico comparable a la difusión masiva de los cables diplomáticos de Estados Unidos por Julian Assange y Wikileaks, así como a la utilización de las redes sociales en los levantamientos sociales que tuvieron lugar en Egipto, España, Estados Unidos, Chile y numerosos otros sitios a lo largo del año pasado.
Sin embargo, esta nueva etapa en la comunicación a nivel mundial no necesariamente desembocará en un cambio social a favor de la justicia. Todo depende de si la nueva generación de jóvenes será capaz de aprovechar estas nuevas herramientas para difundir mensajes contrahegemónicos que influyan de manera positiva en la conciencia colectiva.
Lamentablemente, en lugar de revolucionar las conciencias, el contenido de Kony 2012 reafirma el orden mundial imperante con su mensaje asistencialista, amarillista e imperialista.
No hay duda de que Joseph Kony es un cruel criminal de guerra que merece ser castigado. Este líder del Ejército de Resistencia del Señor (Lord´s Resistance Army-LRA) ha cometido todo tipo de atrocidades tanto en el Congo como en Uganda. El video señala que a lo largo de sus 26 años de existencia el LRA habrá reclutado forzosamente a más de 30 mil niños y sería responsable del desplazamiento de más de 2.1 millones de personas. También indica que Kony anima a sus soldados a violar, mutilar y matar brutalmente a civiles inocentes. A raíz de esta situación, hace años la Corte Penal Internacional (CPI), con sede en La Haya, giró una orden de aprehensión en su contra que aún no ha sido cumplida.
El problema no es el hecho de que el video denuncie la comisión de terribles actos, sino la forma en que lo hace y las “soluciones” que propone para resolver el problema. Llama la atención, por ejemplo, que la narrativa del video se basa en una yuxtaposición de imágenes del hijo del realizador de la película (un niño anglosajón, jovial y bien alimentado) y de un niño originario de Uganda que ha atestiguado las acciones del LRA.
La cinematografía trae a la memoria la campaña de We are the world (Somos el mundo), de Michael Jackson y Lionel Richie, que en los años 80 presentaba fuertes imágenes de niños africanos en estado de desnutrición. El propósito era apelar al sentido de “culpa” de los “clasemedieros” del Primer Mundo para convencerlos de donar un par de dólares. En México tenemos nuestra propia versión de la misma estrategia de comunicación con el Teletón que todos los años incita a millones de ciudadanos a donar pequeñas cantidades de dinero para aligerar al gobierno la carga de su responsabilidad de atender a los niños más excluidos del país.
Este tipo de proyectos de comunicación y asistencia esconden más que lo que revelan, ya que si bien los fondos recaudados muchas veces sí resuelven problemas concretos en el corto plazo, a la larga pueden empeorar la situación. Las hambrunas y la violencia en África no son consecuencia de la falta de “asistencia” desde los países del norte, sino precisamente el resultado de siglos de explotación e intervención por estos mismos países colonizadores. Asimismo, el problema de la desatención a los discapacitados en México no es resultado de la falta de solidaridad de la sociedad con ellos, sino el descuido sistemático de la política social por los gobiernos neoliberales desde hace tres décadas.
Al ofrecer una salida falsa para descargar la culpa y paliar los síntomas del problema, estos esfuerzos enmascaran las verdaderas causas. Distraen la atención y evitan que se genere una verdadera presión social a favor de modificar las políticas públicas que son las verdaderas fuentes del problema. Este tipo de mensajes también son muy problemáticos porque normalmente tienen una fuerte carga racista y alimentan una sensación de superioridad de los “donantes” respecto de las víctimas.
Pero Kony 2012 no solamente llama a “ayudar” a los “pobres africanos”, sino que mezcla el asistencialismo social con el imperialismo militar al proponer que la verdadera solución sería la intervención militar estadunidense. El momento cumbre del documental es cuando el equipo de Invisible Children celebra la recepción de una carta del presidente Barack Obama donde señala que enviará cientos de “asesores militares” al Congo para apoyar con las labores de localización de Kony. Igualmente, la mitad de los recursos de la organización con sede en California se dirigen a tareas de cabildeo y educación cívica con el principal fin de presionar al gobierno de Estados Unidos para que envíe más tropas a África.
El mensaje es claro: Solamente Wa- shington puede salvar al mundo de los “malos”. Quizás esto explica por qué George W. Bush, Condoleezza Rice, Bill Gates y Justin Bieber encabezan la lista de personas a quienes la organización recomienda escribir con el fin de que apoyen los esfuerzos para detener, o incluso eliminar, a Kony. Los realizadores del video olvidan, o intencionalmente dejan fuera de su relato, el hecho de que el gobierno de Estados Unidos es uno de los principales responsables de los crímenes de guerra en el mundo y que ni siquiera se ha dignado a firmar el Estatuto de Roma o a reconocer la competencia de la Corte Penal Internacional.
Al final de cuentas, Kony 2012 no rompe con el statu quo de dominación y desigualdad mundial, sino que lo fortalece y reafirma. Queda entonces el reto histórico de que los jóvenes mexicanos den una lección a sus compatriotas de California elaborando y difundiendo sus propios videos con propuestas de salidas de la injusticia global verdaderamente transformadoras.

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