Cuando parece que el país se viene abajo, abundan las malas noticias y los políticos hacen más el ridículo que nunca, conviene valorar y repetir las (pocas) buenas noticias que de pronto nos llegan. La mejor de los últimos meses, la que más eco ha tenido a nivel internacional, es la concesión del Premio Príncipe de Asturias a la UNAM. Es un hecho de la mayor relevancia para la Universidad, pero también para todo el país, pues ésta se mantiene gracias a los recursos que aportan millones de mexicanos. Por eso el premio otorgado a la UNAM es para todos, un reconocimiento al esfuerzo, a la pasión, a la entrega y a la inteligencia de muchas generaciones de mexicanos.
Son interminables los elogios que se podrían dedicar a la UNAM. Las palabras no alcanzan para agradecerle lo mucho que le debemos todos los que hemos atravesado sus aulas. Quizá sea mejor y más objetivo dar cuenta de algunos datos públicos, pero que quizá no hayan llegado a amplios sectores de la opinión pública. Veamos.
La UNAM atiende a más de 305 mil estudiantes, de los cuales casi 24 mil son de posgrado. Tiene una planta de 35 mil académicos (profesores e investigadores), entre ellos más de 11 mil de tiempo completo. Imparte 83 carreras que se desdoblan en más de 153 planes de estudio.
El 86% de los posgrados forma parte del Padrón Nacional de Posgrados de Calidad, en el que se reúnen los mejores estudios superiores del país. En 2008 la UNAM generó más de 17 mil titulados de licenciatura y más de 6 mil graduados de posgrado (especialidades, maestrías o doctorados). Ese mismo año más de 88 mil personas recibieron una beca de la institución, y más de 2 millones acudieron a las 7 mil 700 actividades culturales y artísticas organizadas.
Aunque mucha gente piensa que la UNAM es una universidad del DF, tiene presencia en 24 entidades federativas, así como en EU, Canadá y España. En la zona metropolitana de la ciudad de México tiene seis campus y 17 escuelas.
Proporciona al país servicios tan importantes como el Sismológico Nacional, el Observatorio Astronómico Nacional, el Jardín Botánico, la Biblioteca y la Hemeroteca nacionales, el Mareográfico Nacional o el Monitoreo del Volcán Popocatépetl. Tiene 139 bibliotecas, 3 mil 500 aulas, 2 mil edificios, 2 mil 700 laboratorios, 54 mil computadoras conectadas a la Red-UNAM. Su capacidad de supercómputo permite realizar 7 mil 266 millones de operaciones aritméticas por segundo.
Esos son los datos duros. Lo más difícil de hacer es transmitir el orgullo y la emoción que sentimos miles de mexicanos (quizá millones) cuando vimos al rector José Narro recoger el Premio Príncipe de Asturias en el Teatro Campoamor de Oviedo. En su magnífico discurso el rector convocó a revisar los valores que les transmitimos a los jóvenes en el siglo XXI. Habló del carácter de bien público y social de la educación, de su concepción como derecho fundamental que representa “uno de los mayores avances éticos de la historia”. No encuentro un modo más ejemplar de transmitir valores positivos a los jóvenes que mostrarles todo lo que se hace día tras día, de manera infatigable, en nuestra Universidad. Ahí trabajan los verdaderos héroes de nuestro país. Por sus pasillos han caminado y caminan nuestras mejores inteligencias: hombres y mujeres entregados a la causa de la educación, que creen en México y en sus jóvenes, que generan conocimiento científico y perfilan las mejores soluciones a los grandes problemas nacionales. Ellos deben ser una inspiración nacional y no los payasos que medran en nuestras cámaras legislativas o en nuestros aparatos administrativos.
El príncipe Felipe de Borbón se refirió en su discurso a lo mucho que hizo la UNAM por los exiliados españoles que huyeron de su país por las persecuciones del franquismo. Tal gesto de hospitalidad, alentado por ese gran estadista que fue Lázaro Cárdenas, nunca debe ser olvidado.
Tenemos muchas razones para festejar un premio bien merecido, bien ganado, un premio para todo México y para la más grande de sus universidades. No olvidemos que, en medio de tantas tormentas, también nos pasan cosas buenas, de las que nos podemos sentir orgullosos.
Son interminables los elogios que se podrían dedicar a la UNAM. Las palabras no alcanzan para agradecerle lo mucho que le debemos todos los que hemos atravesado sus aulas. Quizá sea mejor y más objetivo dar cuenta de algunos datos públicos, pero que quizá no hayan llegado a amplios sectores de la opinión pública. Veamos.
La UNAM atiende a más de 305 mil estudiantes, de los cuales casi 24 mil son de posgrado. Tiene una planta de 35 mil académicos (profesores e investigadores), entre ellos más de 11 mil de tiempo completo. Imparte 83 carreras que se desdoblan en más de 153 planes de estudio.
El 86% de los posgrados forma parte del Padrón Nacional de Posgrados de Calidad, en el que se reúnen los mejores estudios superiores del país. En 2008 la UNAM generó más de 17 mil titulados de licenciatura y más de 6 mil graduados de posgrado (especialidades, maestrías o doctorados). Ese mismo año más de 88 mil personas recibieron una beca de la institución, y más de 2 millones acudieron a las 7 mil 700 actividades culturales y artísticas organizadas.
Aunque mucha gente piensa que la UNAM es una universidad del DF, tiene presencia en 24 entidades federativas, así como en EU, Canadá y España. En la zona metropolitana de la ciudad de México tiene seis campus y 17 escuelas.
Proporciona al país servicios tan importantes como el Sismológico Nacional, el Observatorio Astronómico Nacional, el Jardín Botánico, la Biblioteca y la Hemeroteca nacionales, el Mareográfico Nacional o el Monitoreo del Volcán Popocatépetl. Tiene 139 bibliotecas, 3 mil 500 aulas, 2 mil edificios, 2 mil 700 laboratorios, 54 mil computadoras conectadas a la Red-UNAM. Su capacidad de supercómputo permite realizar 7 mil 266 millones de operaciones aritméticas por segundo.
Esos son los datos duros. Lo más difícil de hacer es transmitir el orgullo y la emoción que sentimos miles de mexicanos (quizá millones) cuando vimos al rector José Narro recoger el Premio Príncipe de Asturias en el Teatro Campoamor de Oviedo. En su magnífico discurso el rector convocó a revisar los valores que les transmitimos a los jóvenes en el siglo XXI. Habló del carácter de bien público y social de la educación, de su concepción como derecho fundamental que representa “uno de los mayores avances éticos de la historia”. No encuentro un modo más ejemplar de transmitir valores positivos a los jóvenes que mostrarles todo lo que se hace día tras día, de manera infatigable, en nuestra Universidad. Ahí trabajan los verdaderos héroes de nuestro país. Por sus pasillos han caminado y caminan nuestras mejores inteligencias: hombres y mujeres entregados a la causa de la educación, que creen en México y en sus jóvenes, que generan conocimiento científico y perfilan las mejores soluciones a los grandes problemas nacionales. Ellos deben ser una inspiración nacional y no los payasos que medran en nuestras cámaras legislativas o en nuestros aparatos administrativos.
El príncipe Felipe de Borbón se refirió en su discurso a lo mucho que hizo la UNAM por los exiliados españoles que huyeron de su país por las persecuciones del franquismo. Tal gesto de hospitalidad, alentado por ese gran estadista que fue Lázaro Cárdenas, nunca debe ser olvidado.
Tenemos muchas razones para festejar un premio bien merecido, bien ganado, un premio para todo México y para la más grande de sus universidades. No olvidemos que, en medio de tantas tormentas, también nos pasan cosas buenas, de las que nos podemos sentir orgullosos.
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