Las crisis nunca son definitivas aunque sus turbulencias lo lleven a uno a imaginar un mundo sin salida. Lo que hoy está en cuestión no es su carácter catastrófico o, como diría Gramsci, orgánico, sino las opciones de que dispone el mundo y nosotros con él para acelerar la salida y amortiguar los daños sociales y productivos que la hecatombe económica actual ha traído consigo. En este asunto, como en muchos más, estamos muy retrasados no digamos respecto de lo que hacen y dicen los estados desarrollados, sino de lo que han puesto en juego a la fecha países de similar nivel de desarrollo, como Brasil o Chile y, más allá, Corea, China, India o Sudáfrica. Las tormentas de este otoño en materia de presupuesto e impuestos no han hecho sino confirmar este retraso y puesto de relieve un factor adicional, presente de tiempo atrás, que muchos esperaban hubiese sido diluido por el cambio político-electoral de julio pasado. La admisión del retraso en la acción estatal para salir de la recesión y paliar el dolor social quedó confirmada en las cifras mayores y específicas del presupuesto de egresos, que son menores a las de 2008 y, por tanto, no pueden considerarse como intervenciones positivas, mínimamente firmes y a la altura de la profundidad de la contracción productiva. En los impuestos se mantuvo la jettatura fiscal que ahoga al país desde por lo menos los años sesenta del siglo pasado, y la salida falsa de gravar al consumo se quedó también en la tierra de nadie de la fiscalidad. Y en el gasto asistimos a una suerte de subasta entre gobernadores y diputados donde lo que imperaba, sin remedio, era la penuria de recursos reales e institucionales para hacer del gasto una palanca efectiva contra la crisis. Más de lo mismo pero con menos, podría ser la suma algebraica de este fútil ejercicio en prestidigitación fiscal que nos ofrecieron las fuerzas mayoritarias en el Congreso. Lo demás, que sin embargo no es lo de menos, fue el sainete y la bravata de algunos personajes del nuevo bronx camaral, que por lo visto y oído tiende a distribuirse simétricamente a lo ancho y largo de San Lázaro, y entre las mejores familias. Se trató no sólo de una admisión explícita del mencionado retraso respecto de los ritmos del mundo y de nuestro vecino mayor, sino que, a juzgar también por lo visto, leído y oído, se trató de una admisión consciente, voluntaria y voluntarista del rezago; de asumirlo como cemento de una coalición que no parece ser de ocasión. Si añadimos a lo ocurrido en San Lázaro lo que acaece a todo lo largo del país en el litigio sobre la despenalización del aborto, podría incluso hablarse de un entendimiento ideológico que amenaza llevarnos no sólo a un estancamiento económico sino también político, mental y moral. Por lo pronto, digamos que se trata de una coalición para la estabilización sin crecimiento que, lo quieran o no sus arquitectos, postula una prolongación sin fecha de término del estancamiento estabilizador en que México ha estado sumido desde hace lustros y que sólo se interrumpió por un momento al final del siglo XX. Esa fue una golondrina que no hizo verano, pero nos dejó la pared nacional toda manchada. Mientras pasa el linchamiento mediático que se emprenderá contra el señor Stiglitz, como ocurrió antes con otros premios Nobel y con Slim, los mariscales de campo de esta nefasta iniciativa seguramente se darán a la búsqueda de nuevos placebos y cuentas de colores con los cuales pretenden entretener al respetable. De lo que no podrán escaparse es del bochorno que las evaluaciones de gente como el profesor de Columbia provocan en la sociedad y su opinión pública (¡cero y van tres!). Con todo el entusiasmo y la prepotencia desplegados en San Lázaro en días pasados, hay que reconocer que la nave no va más. Que la República y su Estado, otrora tan vanidosos a la vez que enjundiosos, ya dieron de sí. Ojalá y los comisionados para diseñar una reforma hacendaria el año entrante tomen nota de este desierto y se arriesguen a proponer objetivos nacionales y de desarrollo, para después fraguar la mecánica fiscal de ingresos y gastos. De otra forma, habrán perdido una vez más su tiempo y el nuestro cuando lo que ya no sobra es precisamente eso.
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