El 2 de agosto de 1769, una expedición española se encontró con una aldea de uto-nahuas y entre ambos fundaron la que sería la Puebla de la Reyna de Los Ángeles de la Porciúncula.
Hoy, Los Ángeles se ha convertido en la segunda ciudad de la Unión Americana, detrás de Nueva York y superando a Chicago.
Pero Los Ángeles no es sólo una ciudad norteamericana: es una ciudad México- norteamericana, es una ciudad afro-norteamericana y es una ciudad asiático- norteamericana, con una vasta población de Laos, Vietnam y Cambodia, así como una pequeña Tokio.
Los Ángeles es una ciudad del Océano Pacífico, la capital oriental -valga la palabra- del Mar de Balboa.
Oriente del Pacífico pero occidente de Norteamérica, Los Ángeles es también una ciudad polaca, rusa, iraní y alemana -pues en Los Ángeles encontraron techo, durante la Segunda Guerra Mundial, Thomas Mann y Berthold Blecht, Franz Werfel y Arnold Schoenberg, amén de Marlene Dietrich. Sólo en el condado de Beverly Hills, se hablan más de doscientas lenguas. Y Los Ángeles, después de la ciudad de México, es la mayor urbe hispanoparlante de las Américas.
Digo esto para entender que el alcalde de la gran ciudad de Los Ángeles es no sólo un hombre de orgullosa ascendencia mexicana -Antonio Villaraigosa- sino el primer funcionario de una metrópoli cosmopolita, acaso la primera capital mundial del siglo XXI.
Agricultura. Industria. Medios. Hollywood. Pero también terremotos, fuegos y buenos y malos aires.
Y sobre todo, educación. La Universidad de California en Los Ángeles (UCLA). La Universidad de California del Sur (USC). Occidental Collage. El Instituto de Tecnología de California.
Y algo más: la educación como base del desarrollo.
El alcalde Antonio Villaraigosa ha llevado a cabo un esfuerzo verdaderamente extraordinario para convertir a la educación en el centro de su política de gobierno. El derecho a la educación, ha dicho Nadine Gordimer, anterior sustentante de la cátedra Julio Cortázar, el derecho a la educación es comparable al derecho de respirar.
Antonio Villaraigosa sabe que la razón primera de la pobreza y la desigualdad es la ausencia de educación. Antonio Villaraigosa sabe que la educación es el camino más seguro hacia el progreso. Antonio Villaraigosa sabe que la educación es la base del saber, el saber la base de la información y la información la base del desarrollo. Y también gracias a la educación, podemos distinguir, en los ámbitos público y privado, el oro de la verdad del cobre de la mentira.
No se puede engañar a una persona educada. Y por ello la educación se identifica con la libertad, la democracia y el progreso, y también con la capacidad crítica de reconocer los valores -los nuestros y los de los demás- que nunca serán los de menos.
Asocio cuanto he dicho a la presencia del trabajador mexicano en Los Ángeles y a los derechos y obligaciones que le asisten.
El trabajador mexicano en California no roba: contribuye. Es necesario: la economía no funcionaría sin él. Debemos encontrar maneras pacíficas y seguras de ingreso del trabajador al mercado laboral, reconociendo derechos y obligaciones. La migración es una realidad. Merece una legalidad que nos sea útil a todos. Todos debemos contribuir a la legalidad de la realidad.
Que nos incumbe también a nosotros, los mexicanos. A nosotros, en México, nos corresponde dar empleo a nuestros compatriotas. Nosotros, en México, necesitamos a nuestros trabajadores para crear infraestructura, comunicaciones, salud, educación, agricultura, industria, hogares, escuelas, hospitales, ciudades renovadas. Tenemos a los trabajadores. Lo que necesitamos es una nueva política, un Nuevo Trato para construir a México de abajo hacia arriba, refundando la república.
No quiero separar, al recibir al alcalde Antonio Villaraigosa, en nombre propio y de Gabriel García Márquez en la Cátedra Julio Cortázar de la Universidad de Guadalajara, nuestras obligaciones y derechos de los mismos que el alcalde asume, con tanto brío, en Los Ángeles.
Hoy, Los Ángeles se ha convertido en la segunda ciudad de la Unión Americana, detrás de Nueva York y superando a Chicago.
Pero Los Ángeles no es sólo una ciudad norteamericana: es una ciudad México- norteamericana, es una ciudad afro-norteamericana y es una ciudad asiático- norteamericana, con una vasta población de Laos, Vietnam y Cambodia, así como una pequeña Tokio.
Los Ángeles es una ciudad del Océano Pacífico, la capital oriental -valga la palabra- del Mar de Balboa.
Oriente del Pacífico pero occidente de Norteamérica, Los Ángeles es también una ciudad polaca, rusa, iraní y alemana -pues en Los Ángeles encontraron techo, durante la Segunda Guerra Mundial, Thomas Mann y Berthold Blecht, Franz Werfel y Arnold Schoenberg, amén de Marlene Dietrich. Sólo en el condado de Beverly Hills, se hablan más de doscientas lenguas. Y Los Ángeles, después de la ciudad de México, es la mayor urbe hispanoparlante de las Américas.
Digo esto para entender que el alcalde de la gran ciudad de Los Ángeles es no sólo un hombre de orgullosa ascendencia mexicana -Antonio Villaraigosa- sino el primer funcionario de una metrópoli cosmopolita, acaso la primera capital mundial del siglo XXI.
Agricultura. Industria. Medios. Hollywood. Pero también terremotos, fuegos y buenos y malos aires.
Y sobre todo, educación. La Universidad de California en Los Ángeles (UCLA). La Universidad de California del Sur (USC). Occidental Collage. El Instituto de Tecnología de California.
Y algo más: la educación como base del desarrollo.
El alcalde Antonio Villaraigosa ha llevado a cabo un esfuerzo verdaderamente extraordinario para convertir a la educación en el centro de su política de gobierno. El derecho a la educación, ha dicho Nadine Gordimer, anterior sustentante de la cátedra Julio Cortázar, el derecho a la educación es comparable al derecho de respirar.
Antonio Villaraigosa sabe que la razón primera de la pobreza y la desigualdad es la ausencia de educación. Antonio Villaraigosa sabe que la educación es el camino más seguro hacia el progreso. Antonio Villaraigosa sabe que la educación es la base del saber, el saber la base de la información y la información la base del desarrollo. Y también gracias a la educación, podemos distinguir, en los ámbitos público y privado, el oro de la verdad del cobre de la mentira.
No se puede engañar a una persona educada. Y por ello la educación se identifica con la libertad, la democracia y el progreso, y también con la capacidad crítica de reconocer los valores -los nuestros y los de los demás- que nunca serán los de menos.
Asocio cuanto he dicho a la presencia del trabajador mexicano en Los Ángeles y a los derechos y obligaciones que le asisten.
El trabajador mexicano en California no roba: contribuye. Es necesario: la economía no funcionaría sin él. Debemos encontrar maneras pacíficas y seguras de ingreso del trabajador al mercado laboral, reconociendo derechos y obligaciones. La migración es una realidad. Merece una legalidad que nos sea útil a todos. Todos debemos contribuir a la legalidad de la realidad.
Que nos incumbe también a nosotros, los mexicanos. A nosotros, en México, nos corresponde dar empleo a nuestros compatriotas. Nosotros, en México, necesitamos a nuestros trabajadores para crear infraestructura, comunicaciones, salud, educación, agricultura, industria, hogares, escuelas, hospitales, ciudades renovadas. Tenemos a los trabajadores. Lo que necesitamos es una nueva política, un Nuevo Trato para construir a México de abajo hacia arriba, refundando la república.
No quiero separar, al recibir al alcalde Antonio Villaraigosa, en nombre propio y de Gabriel García Márquez en la Cátedra Julio Cortázar de la Universidad de Guadalajara, nuestras obligaciones y derechos de los mismos que el alcalde asume, con tanto brío, en Los Ángeles.
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