viernes, 13 de noviembre de 2009

UNA NUEVA AMISTAD

FERNANDO SERRANO MIGALLÓN

Hace unos días terminó una visita de Estado entrañable por quienes la protagonizaron, las dimensiones de su trascendencia y el significado de nuestro encuentro. La reina de Holanda, su hijo y su nuera, visitaron el país para culminar una serie de acuerdos de cooperación, particularmente en materia de energía y medio ambiente. Como siempre, estas visitas nos permiten hacer una evaluación, no sólo del estado que guardan nuestras relaciones con los demás pueblos del planeta, sino también de los nexos históricos que nos unen con otros pueblos y de la personalidad de cada uno de ellos y su relación con la nuestra.Los monarcas, generalmente acostumbrados a medrar de los erarios y a expoliar a los pueblos bajo el pretexto de las tradiciones, tienen en la corona holandesa un raro ejemplo de patriotismo y humanidad que no puede ser pasado por alto; durante los años más difíciles del siglo XX, supieron estar cerca de las mejores causas de la humanidad y también cerca de su pueblo, que sufrió, como los demás, ataques bárbaros e injustos; no se puede olvidar que esa corona fue garante de la independencia de su pueblo frente al avance nazi; por ejemplo, cuestionada la princesa Juliana sobre el rumor de que Holanda se anexaría al Reich, ella se limitó a contestar: “Mi madre es ya muy vieja para gobernar Alemania”. Tampoco se puede omitir el hecho de que, al aplicarse en Holanda la primera de las Leyes de Nüremberg sobre la sangre y el honor alemanes, la misma que obligaba a los judíos a usar la estrella de David y convertía un signo de fe en una señal de exclusión y marginación, la reina Guillermina fue la primera en usarla, gesto sólo secundado por el entonces rey de Dinamarca, Cristián X. Pero fue también la reina Guillermina una de las principales accionistas de las empresas petroleras expropiadas por el general Lázaro Cárdenas, una accionista que, sin embargo, no sólo no opuso resistencia, sino secundó diplomáticamente el esfuerzo de los mexicanos por defender su riqueza. Se trata, pues, de una familia real poco común en su identidad con su pueblo y en su solidaridad con las naciones. Detalles como el hecho de haber demandado la extraterritorialidad del hospital donde, en Ottawa, daría a luz al posible heredero del trono holandés, o como el donar uno de sus palacios, antes de la Primera Guerra Mundial, para fundar un sitio donde los pueblos pudieran dirimir sus controversias sin necesidad de acudir a la guerra, justamente el palacio de La Haya, donde se encuentra la Corte Internacional de Justicia.Holanda fue el primer país en reconocer, de facto, la Independencia de México, apenas en 1824, lo que se formalizó en 1827. Pero, además, nos une con ese pueblo nuestro tratado internacional más antiguo todavía en vigor: el Tratado de Amistad, Navegación y Comercio entre los Estados Unidos Mexicanos y el Reino de los Países Bajos, celebrado el 15 de junio de 1827. Ahora que nos aprestamos a celebrar el Bicentenario de nuestra Independencia, no debemos omitir el recuerdo de esta amistad ya casi bicentenaria también, de nuestras coincidencias y, sobre todo, de un pueblo amigo y solidario del que guardamos gratísimos recuerdos.

No hay comentarios: