jueves, 26 de noviembre de 2009

UN ANIVERSARIO MÁS

RAÚL CARRANCÁ Y RIVAS

No hay verdadera revolución sin que tarde o temprano se manifieste en una Constitución, por lo que ésta tiene como fuente directa a aquélla. Acabamos de conmemorar un aniversario más -ojalá no más o menos- de la Revolución. No hay duda de que los mexicanos festejamos lo festejable y lo infestejable. ¿Qué quiero decir? Que festejamos lo que no hemos hecho y lo que deberíamos haber hecho, lo que debemos hacer. O sea, no olvidamos dos cosas fundamentales: la convicción y la esperanza. Así es nuestro pueblo. Don Justo Sierra, el incomparable Maestro de América, afirmaba en 1878 que "la Constitución de 57 es una generosa utopía liberal, pero destinada, por la prodigiosa dosis de lirismo político que encierra, a no poderse realizar sino lenta y dolorosamente". Admirables palabras que definen lo que fue en rigor aquella Constitución inspiradora de la Carta Magna de 1917. En consecuencia es ésta, también, una generosa utopía liberal cargada de lirismo político. Lo malo es que los políticos, los malos desde luego, la burlan, la esquivan, la socavan y hasta la alteran con cinismo deplorable. En realidad la estamos realizando lenta y dolorosamente, lo mismo que realizamos con pasmosidad sorprendente los ideales revolucionarios. Revolución inacabada la de 1910 y que paso a paso, penosamente, vamos consolidando en una lucha constante a favor de la libertad. Y fue el mismo Sierra quien en discurso memorable sostuvo que el pueblo mexicano tiene hambre y sed de justicia, anticipando el estallido social de 1910. ¿Hemos apaciguado esa sed? En cierto sentido sí y en otro no. Yo sostengo que una revolución, cualquiera, aunque derruya un determinado orden jurídico, constitucional y legal, construye otro. Y si no lo hace queda en el vacío. La revolución se expresa en reglas y por ello la Revolución Mexicana y la Constitución de 1917 son una unidad. Ahora bien, si no respetamos la Constitución, lo cual no impide su dinamismo ni su carácter social dialéctico, de renovación estrictamente jurídica acorde al tiempo, no respetamos tampoco la Revolución ni somos sus dignos herederos. Para qué tanta fiesta, para qué tanto festejo y conmemoración. No se trata de caer en el marasmo del lirismo político ni en la elocuencia estéril e incluso altanera. Arcos de triunfo, fuegos artificiales, monumentos, estampillas de correo alusivas al suceso revolucionario, son muy poca cosa si el Estado de Derecho -cuerpo y forma de la idea revolucionaria- es pura palabrería hueca. Además, conocer a fondo las normas jurídicas podrá ser especialidad de abogados, de juristas, pero respetarlas es deber de todos. De gobernantes y gobernados. Ha de haber un equilibrio entre ellos de tal manera que el gobernado pueda impugnar ante los tribunales los actos de autoridad de los gobernantes contrarios o ajenos a la Constitución. Esto se dice fácil, se sabe, se conoce, hasta se recita y se declama. Los niños lo aprenden de memoria en sus colegios. ¿Y qué pasa en la realidad? La verdadera democracia, la que ha emanado inevitablemente de un proceso revolucionario, se desarrolla y afianza, se sustenta, en el poder de los tribunales. No es un poder gratuito, caprichoso, obediente a las convicciones personales de los jueces y magistrados; o a algo peor, a consignas odiosas. Es un poder en cambio constitucional y legal. Pero aquí comienza el problema. La Constitución, decía Cicerón, es una vestal sigilosa y cautelosa, en ocasiones escurridiza. Como toda virgen escrupulosa de su fuego sagrado impide con su propia vida ser violada y perder su virginidad. La metáfora es hermosa y elocuente. Sin embargo Cicerón aludía a lo que Don Justo Sierra llamaba lirismo político. ¿Qué acaso en México la Constitución, recipiente histórico de la Revolución, ha permanecido incólume? La han menoscabado tirios y troyanos. Y si queremos mantener encendida la flama de la libertad revolucionaria debemos respetar la Constitución. Hoy no es tiempo de la violencia que asoló al país después de la caída del dictador Porfirio Díaz. Hoy ha de serlo de identificar la epopeya revolucionaria con la vigencia constitucional respetada y no burlada ni alterada. Ser defensores del Derecho es ser revolucionarios. ¿O qué el Derecho no es un mecanismo ideal y conceptual para realizar la justicia, siempre en constante renovación pero nunca en denigrante alteración?

No hay comentarios: