En un momento en el que ha crecido el desencanto con las instituciones, la UNAM conserva su prestigio y resguarda valores que ayudarán a orientar el rumbo de la nación en medio de la tormenta.
Frente a la polarización social que crece por los efectos de la crisis, el crecimiento del desempleo y la pobreza, y por decisiones gubernamentales que, en vez de conciliar, confrontan, la UNAM es un espacio de pluralidad y un vehículo de capilaridad social. Ahí se siguen sentando jóvenes de todas las clases sociales. Quienes provienen de familias acomodadas se enriquecen con una sensibilidad social que los acerca a la realidad. Quienes vienen de familias excluidas, ahí encuentran una oportunidad y un reforzamiento de su seguridad que en otros espacios se les niegan.
Frente a la desnacionalización, la Universidad Nacional Autónoma de México es un centro donde se educa para amar al país, conocer su historia, valorar sus recursos naturales y tener conciencia de que el trabajo profesional puede y debe servir para mejorar a nuestra nación. El propio campus de Ciudad Universitaria es un oasis de conservación en nuestra capital.
Frente a los intentos reaccionarios y excluyentes, la UNAM defiende al Estado laico, la educación pública, la justicia y obsesivamente la libertad. La libertad de expresión y de conciencia, sin cortapisas. Ahí conviven todas las ideologías, las creencias religiosas. Ahí debaten entre ellas. Ahí ofrecen y promueven sus visiones del mundo. Ahí aprenden a ser tolerantes con quienes son diferentes.
Frente al estancamiento económico y el retroceso, la UNAM conserva el respeto por la ciencia y el desarrollo tecnológico. Ahí está la mayor planta de investigadores que, contra viento y marea, se sostienen y podrán relanzar el desarrollo.
La UNAM otorga el más alto valor a la cultura. Sus espacios escultóricos, conferencias, conciertos, museos, edificios catalogados, exposiciones o seminarios son orgullo de su comunidad y un bien público que comparte con la sociedad.
La UNAM ejerce un liderazgo en la educación pública, cuando defiende los presupuestos de otras universidades, tecnológicos e incluso instituciones federales vinculadas a la educación y la ciencia.
En la vida política, la UNAM ha sido un contrapeso contra los abusos de poder. La UNAM ha aprendido mucho de sus propios conflictos: ha cobrado conciencia de la fragilidad de la estabilidad y del enorme poder del diálogo. Entre sus rectores están líderes civiles que en momentos de gran tensión han sabido defender lo mejor que tiene México. Está la figura ejemplar de Javier Barros Sierra, quien al defender a la UNAM reivindicó las libertades de México. Están rectores admirados de derecha como Manuel Gómez Morín o de izquierda como Pablo González Casanova. En nuestro tiempo, su junta de gobierno ha mostrado capacidad y buen diseño institucional para tener un magnífico récord en la buena selección de sus rectores.
En la tormenta actual, la UNAM es un faro a dónde mirar. Ahí hay un liderazgo moral, una institución y un punto de encuentro.
Frente a la polarización social que crece por los efectos de la crisis, el crecimiento del desempleo y la pobreza, y por decisiones gubernamentales que, en vez de conciliar, confrontan, la UNAM es un espacio de pluralidad y un vehículo de capilaridad social. Ahí se siguen sentando jóvenes de todas las clases sociales. Quienes provienen de familias acomodadas se enriquecen con una sensibilidad social que los acerca a la realidad. Quienes vienen de familias excluidas, ahí encuentran una oportunidad y un reforzamiento de su seguridad que en otros espacios se les niegan.
Frente a la desnacionalización, la Universidad Nacional Autónoma de México es un centro donde se educa para amar al país, conocer su historia, valorar sus recursos naturales y tener conciencia de que el trabajo profesional puede y debe servir para mejorar a nuestra nación. El propio campus de Ciudad Universitaria es un oasis de conservación en nuestra capital.
Frente a los intentos reaccionarios y excluyentes, la UNAM defiende al Estado laico, la educación pública, la justicia y obsesivamente la libertad. La libertad de expresión y de conciencia, sin cortapisas. Ahí conviven todas las ideologías, las creencias religiosas. Ahí debaten entre ellas. Ahí ofrecen y promueven sus visiones del mundo. Ahí aprenden a ser tolerantes con quienes son diferentes.
Frente al estancamiento económico y el retroceso, la UNAM conserva el respeto por la ciencia y el desarrollo tecnológico. Ahí está la mayor planta de investigadores que, contra viento y marea, se sostienen y podrán relanzar el desarrollo.
La UNAM otorga el más alto valor a la cultura. Sus espacios escultóricos, conferencias, conciertos, museos, edificios catalogados, exposiciones o seminarios son orgullo de su comunidad y un bien público que comparte con la sociedad.
La UNAM ejerce un liderazgo en la educación pública, cuando defiende los presupuestos de otras universidades, tecnológicos e incluso instituciones federales vinculadas a la educación y la ciencia.
En la vida política, la UNAM ha sido un contrapeso contra los abusos de poder. La UNAM ha aprendido mucho de sus propios conflictos: ha cobrado conciencia de la fragilidad de la estabilidad y del enorme poder del diálogo. Entre sus rectores están líderes civiles que en momentos de gran tensión han sabido defender lo mejor que tiene México. Está la figura ejemplar de Javier Barros Sierra, quien al defender a la UNAM reivindicó las libertades de México. Están rectores admirados de derecha como Manuel Gómez Morín o de izquierda como Pablo González Casanova. En nuestro tiempo, su junta de gobierno ha mostrado capacidad y buen diseño institucional para tener un magnífico récord en la buena selección de sus rectores.
En la tormenta actual, la UNAM es un faro a dónde mirar. Ahí hay un liderazgo moral, una institución y un punto de encuentro.
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