Calderón, coordinadores legislativos, cúpulas partidistas, organismos empresariales, televisoras, brokers innombrables, transnacionales, constituyen la oligarquía que acordó destruir al SME. Golpe de Estado conforme al diccionario. Diseño extranjero aplicado con torpeza, justificado en el engaño en las pantallas, spots y comentarios mediáticos. Este es el poder que nos gobierna.
No es fantasía, cada actor lo evidencia. Calderón, no sólo con su ilegal acuerdo, lo exhibe además con su verborrea explicativa atacando directamente al sindicato; el PAN, en su derechismo natural, y el PRI, por boca de Beltrones, Labastida y el cobijo de Beatriz Paredes; la cámara de radiodifusores aclamando al Presidente, valiente matador. Las organizaciones patronales en abierto apoyo. Se acatan los mandatos del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional.
El golpe buscó la muerte súbita: la intimidación, el asalto policiaco, las amenazas; la desmoralización: no hay marcha atrás, es definitivo; el chantaje: oferta de liquidaciones con bono adicional a los despedidos, si aceptan en un mes, después nada. Hacienda ofrece dinero adicional “para hacer más tersa la transición”. El secretario del Trabajo, inmoral, presiona a trabajadores dejados sin sustento de la noche a la mañana y ofrece a los primeros en rendirse prioridad en una eventual recontratación.
El secretario del Trabajo violenta su responsabilidad esencial de garantizar el equilibrio entre patrón y trabajadores; descalifica la defensa legal del sindicato, aventura inútil —machaca— ordena ilegalmente a la Junta de Conciliación y Arbitraje. Todo arropado en la manipulación, la más indigna y mendaz campaña mediática, dirigida y expensada por el Presidente.
Pero la muerte no llega, el SME resiste, se organiza, suma solidaridades y marcha, pese a la intimidación. La liquidación fracasa aun con sus cifras cuestionadas, no hay desbandada. Caen en lo grotesco, ofrecen a los trabajadores franquicias, hacerlos empresarios y, el colmo de la obviedad, confieren Premio en Ingeniería al director de la CFE, Elías Ayub, cuyo único mérito sería su obediencia servil a las instrucciones desnacionalizadoras, hoy esquirol bien retribuido. El gobierno no ceja, intensifica la campaña de medios. Descalifica las marchas, infla el número de liquidaciones. Espera el olvido en el silenciamiento y el hambre.
¿Por qué liquidar al SME, en medio de una crisis nacional, y arrojar a la calle a 44 mil familias? Porque urgía destruir la última resistencia a la extranjerización de la electricidad y del negocio. Cuentan ya con el sindicato petrolero, principal facilitador; con el SUTERM, sindicato de la CFE llevado al entreguismo por Rodríguez Alcaine, humilde ayudante de Pérez Ríos, aquel vigoroso defensor de la nacionalización eléctrica. Había que tener domesticado a todo el sector energético; se pudo abrir el petróleo, pero la situación podría complicarse, no convienen organizaciones nacionalistas ni sindicatos independientes.
Se golpea a los trabajadores a favor de los poderes económicos, como se hizo con el paquete fiscal cobrando impuestos a la población para que los grandes empresarios no paguen, y tantas política similares, porque la plutocracia manda. Calculan que afianzan su hegemonía cerrando filas y en la connivencia con los poderes transnacionales, y que en las circunstancias políticas actuales el pueblo no cuenta. Tienen en la alianza de las cúpulas priístas y panistas una competencia ficticia que les permitiría ganar de cualquier lado y cuentan con el poder manipulador de las televisoras que hacen de la democracia una farsa. Implacables. ¿Será que no pase nada?
No es fantasía, cada actor lo evidencia. Calderón, no sólo con su ilegal acuerdo, lo exhibe además con su verborrea explicativa atacando directamente al sindicato; el PAN, en su derechismo natural, y el PRI, por boca de Beltrones, Labastida y el cobijo de Beatriz Paredes; la cámara de radiodifusores aclamando al Presidente, valiente matador. Las organizaciones patronales en abierto apoyo. Se acatan los mandatos del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional.
El golpe buscó la muerte súbita: la intimidación, el asalto policiaco, las amenazas; la desmoralización: no hay marcha atrás, es definitivo; el chantaje: oferta de liquidaciones con bono adicional a los despedidos, si aceptan en un mes, después nada. Hacienda ofrece dinero adicional “para hacer más tersa la transición”. El secretario del Trabajo, inmoral, presiona a trabajadores dejados sin sustento de la noche a la mañana y ofrece a los primeros en rendirse prioridad en una eventual recontratación.
El secretario del Trabajo violenta su responsabilidad esencial de garantizar el equilibrio entre patrón y trabajadores; descalifica la defensa legal del sindicato, aventura inútil —machaca— ordena ilegalmente a la Junta de Conciliación y Arbitraje. Todo arropado en la manipulación, la más indigna y mendaz campaña mediática, dirigida y expensada por el Presidente.
Pero la muerte no llega, el SME resiste, se organiza, suma solidaridades y marcha, pese a la intimidación. La liquidación fracasa aun con sus cifras cuestionadas, no hay desbandada. Caen en lo grotesco, ofrecen a los trabajadores franquicias, hacerlos empresarios y, el colmo de la obviedad, confieren Premio en Ingeniería al director de la CFE, Elías Ayub, cuyo único mérito sería su obediencia servil a las instrucciones desnacionalizadoras, hoy esquirol bien retribuido. El gobierno no ceja, intensifica la campaña de medios. Descalifica las marchas, infla el número de liquidaciones. Espera el olvido en el silenciamiento y el hambre.
¿Por qué liquidar al SME, en medio de una crisis nacional, y arrojar a la calle a 44 mil familias? Porque urgía destruir la última resistencia a la extranjerización de la electricidad y del negocio. Cuentan ya con el sindicato petrolero, principal facilitador; con el SUTERM, sindicato de la CFE llevado al entreguismo por Rodríguez Alcaine, humilde ayudante de Pérez Ríos, aquel vigoroso defensor de la nacionalización eléctrica. Había que tener domesticado a todo el sector energético; se pudo abrir el petróleo, pero la situación podría complicarse, no convienen organizaciones nacionalistas ni sindicatos independientes.
Se golpea a los trabajadores a favor de los poderes económicos, como se hizo con el paquete fiscal cobrando impuestos a la población para que los grandes empresarios no paguen, y tantas política similares, porque la plutocracia manda. Calculan que afianzan su hegemonía cerrando filas y en la connivencia con los poderes transnacionales, y que en las circunstancias políticas actuales el pueblo no cuenta. Tienen en la alianza de las cúpulas priístas y panistas una competencia ficticia que les permitiría ganar de cualquier lado y cuentan con el poder manipulador de las televisoras que hacen de la democracia una farsa. Implacables. ¿Será que no pase nada?
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