La semana pasada, del 5 al 8 de noviembre, se celebró en Arequipa, Perú el Primer Congreso Latinoamericano sobre Derechos Reproductivos. El evento fue auspiciado por los colegios de abogados de Perú y organizaciones no gubernamentales dedicadas a los derechos reproductivos. En pleno paisaje andino se dieron cita abogad@s, activistas y académic@s de todo el continente, preocupados a proteger la salud de las mujeres y hacer efectivos los derechos reproductivos de tod@s.
El debate sobre derechos reproductivos en Perú ha subido de tono en últimas fechas a raíz la aprobación en comisiones de su órgano legislativo de una reforma moderada: posibilitar que las mujeres puedan interrumpir su embarazo sin ir a prisión cuando éste sea producto de una violación o ponga en riesgo su salud. Lo moderado de la propuesta contrasta con el tono radical de los grupos religiosos que se manifestaban con lujo de agresión fuera de las instalaciones del Colegio de Abogados de Arequipa: pancartas con fotografías sanguinarias de fetos en las últimas etapas de gestación tasajeados; comparaciones con el holocausto; acusaciones a los participantes en el evento como genocidas; interrupción de los eventos con altavoces a todo volumen calificando a los ponentes de asesinos. Los manifestantes no rebasaban las mil quinientas personas, pero al día siguiente los medios reportaban hasta diez mil almas consternadas por lo que calificaron de holocausto moderno.
La escena es cada vez más frecuente en nuestro hemisferio: manifestaciones intimidantes con información engañosa: pancartas con fotos que invariablemente muestran fetos en el último trimestre gestación, mientras que la mayoría de las propuestas de ampliación de los casos en que se permite el aborto se limitan a las primeras semanas de gestación; citas a “estudios científicos” que han “demostrado” que “La Vida” comienza en la fecundación; equiparación de la anticoncepción con el aborto; y un largo etcétera.
El evento puso en evidencia lo que en México se nos escapa con facilidad debido a nuestra falta de interés por lo que sucede en el resto del continente: el auge de los movimientos religiosos militantes no es un fenómeno aislado que en México haya aparecido como reacción a la despenalización de la interrupción del embarazo. Se trata de un movimiento muy versátil, de inspiración religiosa radical, que se articula mediante confederaciones de redes y grupos laicos vinculados a las facciones más militantes de las iglesias, que desde los años noventa se ha extendido por todo el continente, empezando por los Estados Unidos (de donde proviene mucho del financiamiento) y llegando hasta la Patagonia. El antropólogo peruano Jaris Mujica lo estudia y describe con agudeza en su libro “Economía Política del Cuerpo. La reestructuración de los grupos conservadores y el biopoder”.
En los últimos años se documentan casos cada vez más trágicos y absurdos: en Baja California el gobierno obliga a una niña a llevar a término un embarazo producto de una violación; en Perú una adolescente de 17 años es obligada a llevar a término un embarazo de un feto anacefálico destinado a morir y, luego, es obligada a amamantarlo durante cuatro días hasta que, como era inevitable, el neonato muere; en Guanajuato una mujer purga una sentencia de 40 años de prisión por homicidio calificado en grado de parentesco (una comparación ilustra la brutalidad de la sentencia: la sistema penal internacional contempla sólo 25 años de prisión para quienes son sentenciados por genocidio).
Pero el éxito del movimiento religioso militante rebasa los trágicos casos de enorme poder simbólico en que el “respeto” a la vida justifica la tortura de niñas obligadas a ser madres: se inserta en las políticas públicas que adoptan nuestros gobiernos. En Costa Rica, en 2002 el tribunal constitucional determina que la fertilización in vitro viola el derecho a la vida de los óvulos fecundados que no llegaran a implantarse en el endometrio; en Jalisco el Gober Piadoso nos informa que en su feudo las mujeres violadas serán privadas de su derecho a usar anticoncepción de emergencia para evitar que el delito del que fueron víctimas las haga madres de los hijos de su victimario; en Baja California Sur, en estas fechas, un gobernador emanado del PRD pero amigo personal del obispo, amedrenta a sus propios compañeros de partido para que congelen una iniciativa de ley para despenalizar la interrupción del embarazo presentada en seguimiento de un acuerdo del PRD nacional, ante la pasividad cómplice de la dirigencia nacional de ese partido.
Los credos dogmáticos no respetan derechos ni cuerpos. Lo que está en juego es mucho más que la equidad de género y los derechos reproductivos. Está en juego la laicidad del Estado. En una famosa frase que hoy habría que censurar por groseramente machista, la madre del último rey de Granada, le dijo a su vástago cuando éste lloraba la caída de su reino: “no llores como mujer lo que no supiste defender como hombre.” Superemos el inevitable machismo de una mujer que vivió en el siglo XV, pero rescatemos su advertencia: como mujeres y hombres, defendamos hoy el Estado laico, el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos, el derecho a disentir con los credos religiosos; defendamos la autonomía de las mujeres que ese fundamentalismo pretende someter. Defendamos nuestras libertades como hombres y mujeres comprometid@s. De lo contrario, como mujeres y hombres arrepentidos, lloraremos mañana lo que no supimos defender hoy.
El debate sobre derechos reproductivos en Perú ha subido de tono en últimas fechas a raíz la aprobación en comisiones de su órgano legislativo de una reforma moderada: posibilitar que las mujeres puedan interrumpir su embarazo sin ir a prisión cuando éste sea producto de una violación o ponga en riesgo su salud. Lo moderado de la propuesta contrasta con el tono radical de los grupos religiosos que se manifestaban con lujo de agresión fuera de las instalaciones del Colegio de Abogados de Arequipa: pancartas con fotografías sanguinarias de fetos en las últimas etapas de gestación tasajeados; comparaciones con el holocausto; acusaciones a los participantes en el evento como genocidas; interrupción de los eventos con altavoces a todo volumen calificando a los ponentes de asesinos. Los manifestantes no rebasaban las mil quinientas personas, pero al día siguiente los medios reportaban hasta diez mil almas consternadas por lo que calificaron de holocausto moderno.
La escena es cada vez más frecuente en nuestro hemisferio: manifestaciones intimidantes con información engañosa: pancartas con fotos que invariablemente muestran fetos en el último trimestre gestación, mientras que la mayoría de las propuestas de ampliación de los casos en que se permite el aborto se limitan a las primeras semanas de gestación; citas a “estudios científicos” que han “demostrado” que “La Vida” comienza en la fecundación; equiparación de la anticoncepción con el aborto; y un largo etcétera.
El evento puso en evidencia lo que en México se nos escapa con facilidad debido a nuestra falta de interés por lo que sucede en el resto del continente: el auge de los movimientos religiosos militantes no es un fenómeno aislado que en México haya aparecido como reacción a la despenalización de la interrupción del embarazo. Se trata de un movimiento muy versátil, de inspiración religiosa radical, que se articula mediante confederaciones de redes y grupos laicos vinculados a las facciones más militantes de las iglesias, que desde los años noventa se ha extendido por todo el continente, empezando por los Estados Unidos (de donde proviene mucho del financiamiento) y llegando hasta la Patagonia. El antropólogo peruano Jaris Mujica lo estudia y describe con agudeza en su libro “Economía Política del Cuerpo. La reestructuración de los grupos conservadores y el biopoder”.
En los últimos años se documentan casos cada vez más trágicos y absurdos: en Baja California el gobierno obliga a una niña a llevar a término un embarazo producto de una violación; en Perú una adolescente de 17 años es obligada a llevar a término un embarazo de un feto anacefálico destinado a morir y, luego, es obligada a amamantarlo durante cuatro días hasta que, como era inevitable, el neonato muere; en Guanajuato una mujer purga una sentencia de 40 años de prisión por homicidio calificado en grado de parentesco (una comparación ilustra la brutalidad de la sentencia: la sistema penal internacional contempla sólo 25 años de prisión para quienes son sentenciados por genocidio).
Pero el éxito del movimiento religioso militante rebasa los trágicos casos de enorme poder simbólico en que el “respeto” a la vida justifica la tortura de niñas obligadas a ser madres: se inserta en las políticas públicas que adoptan nuestros gobiernos. En Costa Rica, en 2002 el tribunal constitucional determina que la fertilización in vitro viola el derecho a la vida de los óvulos fecundados que no llegaran a implantarse en el endometrio; en Jalisco el Gober Piadoso nos informa que en su feudo las mujeres violadas serán privadas de su derecho a usar anticoncepción de emergencia para evitar que el delito del que fueron víctimas las haga madres de los hijos de su victimario; en Baja California Sur, en estas fechas, un gobernador emanado del PRD pero amigo personal del obispo, amedrenta a sus propios compañeros de partido para que congelen una iniciativa de ley para despenalizar la interrupción del embarazo presentada en seguimiento de un acuerdo del PRD nacional, ante la pasividad cómplice de la dirigencia nacional de ese partido.
Los credos dogmáticos no respetan derechos ni cuerpos. Lo que está en juego es mucho más que la equidad de género y los derechos reproductivos. Está en juego la laicidad del Estado. En una famosa frase que hoy habría que censurar por groseramente machista, la madre del último rey de Granada, le dijo a su vástago cuando éste lloraba la caída de su reino: “no llores como mujer lo que no supiste defender como hombre.” Superemos el inevitable machismo de una mujer que vivió en el siglo XV, pero rescatemos su advertencia: como mujeres y hombres, defendamos hoy el Estado laico, el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos, el derecho a disentir con los credos religiosos; defendamos la autonomía de las mujeres que ese fundamentalismo pretende someter. Defendamos nuestras libertades como hombres y mujeres comprometid@s. De lo contrario, como mujeres y hombres arrepentidos, lloraremos mañana lo que no supimos defender hoy.
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