miércoles, 25 de noviembre de 2009

LA DELGADA PIEL DE LA ECONOMÍA

RODRIGO MORALES MANZANARES

La economía mexicana no marcha bien. Ese es un consenso ineludible. Las recientes piezas legislativas no hicieron sino reconocer esa realidad. Tanto en la deliberación de la Ley de Ingresos, como más recientemente, en la aprobación del Presupuesto de Egresos, asistimos al distanciamiento de los autores con su obra. De nuevo el legislador produjo leyes huérfanas. Las reformas necesarias de septiembre se transformaron, otra vez, en las reformas posibles de noviembre, y las posibles parecen haberse degradado a una renuncia colectiva al futuro y a una colección de efectos indeseable para todos.
Y en el exterior de las cámaras nadie, ni el gobierno ni los empresarios ni los sindicatos ni la comunidad internacional, nadie, se entusiasmó ni quedó siquiera conforme con la confección del paquete económico y las perspectivas que éste abre. Tras la aprobación del paquete, ha surgido el compromiso de emprender una reflexión de fondo sobre la situación fiscal del país y acerca del esquema de egresos que nos rige. Es inevitable la pregunta de por qué hasta ahora, si las señales de la vulnerabilidad fiscal y las deficiencias presupuestales estaban dadas desde hace tiempo. Pero, en fin, celebremos, por lo pronto, la creación de un espacio de reflexión.
En ese ánimo, sin embargo, llama la atención la extrema sensibilidad de algunos voceros del gobierno federal frente al pronunciamiento de un economista, galardonado con el premio Nobel en la materia, quien percibe que las reacciones gubernamentales frente a la crisis no fueron las más adecuadas. Más allá de si se está de acuerdo o no puntualmente con lo señalado por el premio Nobel, reaccionar subrayando su presunta desinformación, es, por decir lo menos, poco elegante.
Preocupa que, justamente cuando se pretende reconstruir un espacio de encuentros, la piel, frente a la crítica, se adelgace hasta el ridículo. Descalificar a un adversario en el debate con el argumento de la ignorancia siempre ha sido un recurso de la soberbia; hacerlo frente a un premio Nobel tiene dejos de arrogancia. E insisto, preocupa frente a las reflexiones por venir. Finalmente, las cifras se han encargado de acreditar la delgada piel de nuestra economía.
Si se parte de la base de que frente a las decisiones propias nunca existieron alternativas, creo que no se está en un ánimo genuino de revisión o reflexión. Si la economía nacional conoce los registros que conoce por una fatalidad, si las autoridades actuaron únicamente con la premisa de la responsabilidad, ¿para qué llamar ahora a buscar nuevos consensos?
Por lo demás, la premisa de lo ineludible del desempeño económico no transita ni en el mundo de los actores económicos ni en el de los analistas, y parece que ni siquiera en las filas del partido en el poder. No es con ese ánimo como se podrán tejer acuerdos de largo plazo. Las resistencias a vencer para conseguir las así llamadas reformas estructurales han estado a la vista desde hace mucho tiempo; sin embargo, hoy se nos hacen visibles nuevas resistencias: no está a revisión la actuación de las autoridades. Hoy, ese es un tema vedado. No vamos por buen camino.
Pelearse con el mundo de las ideas nunca ha sido la mejor fórmula para encarar las crisis. Ojalá los ánimos se serenen y quienes dicen estar dispuestos a construir nuevos consensos en materia económica abandonen la arrogancia y con humildad coloquen sus argumentos. En una de ésas ganan, en ésa, ganamos todos.

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