lunes, 28 de noviembre de 2011

DE MARIACHIS Y OTRAS DESGRACIAS

RICARDO BECERRA LAGUNA

Neptuno era un perro callejero y melómano que dormía en la puerta de mi niñez, junto a la terraza. Sus mejores siestas las tomó escuchando el ya entonces viejo fonógrafo de mi padre y su pierna suelta duraba la eternidad hasta… que alguien ponía música ranchera. Entonces, raudo y confundido, Neptuno optaba por la prudente distancia de aquella música de violines chirriantes y trompetas tartamudas.
Y yo seguí los pasos de Neptuno, aunque mi padre, hermanos y mis tíos insistieran mil veces -sobre todo los domingos- con Javier Solís y su viejo San Juan; Jorge Negrete y México lindo y querido o Aceves Mejía con su Malagueña, linda, y hechicera ella.
Ha sido una convicción tímida, discreta e inhibida por el medio ambiente, claro (soy de los que no pelean en las fiestas), y me creo lo suficientemente tolerante para aguantar cualquier festejo y una boda completa en donde los más necios acaban cantando siempre las mismas. Sea.
Pero la cosa va un poco más allá cuando leo en los periódicos de las últimas semanas: resulta que la UNESCO inscribió a EL MARIACHI (así con mayúsculas) dentro de la “lista representativa del patrimonio cultural inmaterial de la humanidad”.
No sabía cuál era el canon ni el mérito necesario para acceder a semejante padrón universal, pero me parece obligado protestar y prestar argumentos para que una barbaridad como esa -representativa sí- pero barbaridad al fin, no ocurra (por favor).
Es una música refractaria a las influencias del mundo. Sus elementos básicos son esencialmente iguales desde el origen, al menos desde que dejó de ser el fandango de las fiestas en tiempos de Don Simón. Su formato ha admitido corridos, huapangos y en el extremo, valses de ecos afrancesados, pero su estructura es inevitablemente rígida y exige siempre, como base, un sonsonete repetido cien veces. Eso la convierte en una música que apenas evoluciona. Su última innovación es la introducción de florituras pop –como las pavorosas cajas de ritmos- que encabeza hoy, Alejandro Fernández.
Su tremendismo sentimental. Sólo el tango es una música comparable en la sucesión de tragedias, dramas y catástrofes personales. Véanlo desde sus títulos (son miles): “Por tu maldito amor”, “De qué manera te olvido”, “La Malagradecida”, “Quiero que se oiga mi llanto”, “Te solté la rienda”, “Échame a mi la culpa”, “Ya pa’ qué te digo más”, y no será necesario traer a colación sus letras -universo de la desdicha y el alcohol- en el que cada fiesta y cada domingo necesitamos hundirnos para ser nosotros, los mexicanos.
A base de tololoches, guitarrones, vihuelas, violines y trompetas, la capacidad armónica de las rancheras se basa en la repetición. Tanta simpleza se traduce en un repertorio limitado, a pesar de sus muchos años, cuya variación esencial no reside en la estructura musical misma sino en la letra, mientras más trágica mejor.
A pesar de tanto tiempo y de tal presencia nacional, no tenemos un solo mariachi, un solo instrumentista de música ranchera –en el bajo, la trompeta, la vihuela- que pueda competir con ningún virtuoso equiparable de su instrumento: ni violinista, ni trombonista, ni siquiera guitarrista, cosa que sí ocurre con músicas populares menos provincianas y refractarias, incluso cercanas a México como la cubana o el jazz norteamericano. Variedades de música abiertas a las influencias del mundo cuya versatilidad ha producido a muchos de los principales músicos o instrumentistas del siglo XX y de lo que va del XXI.
No ignoro el papel de las rancheras en la “Edad de oro” del cine mexicano y tampoco puedo disimular su arraigo masivo, su persistencia a lo largo de siglos, ni un gusto nacional y que va más allá de México, forjado por la escucha perenne de alaridos de panzones tapizados en lentejuelas.
Ya sé que una mujer mexicana sólo sabe que su amor es verdadero, si él, ofrendó una serenata; también sé que no hay día de madres digno de tal nombre que no exija la presencia sonora de nuestra “música vernácula” y sé, sobre todo, que el mariachi es cristiano, profundamente guadalupano.
Mi protesta es que, en ésta, algunas de nuestras autoridades de cultura, quieren pasar el gato por liebre. No sé si en Japón o en Finlandia, pero los mariachis mexicanos no encuadran en los requisitos del famoso premio, ni en su sentido ni en su contenido.
Y es que la “Lista representativa del patrimonio cultural inmaterial de la humanidad” que promueve la UNESCO, prevé unos “criterios de inscripción” cuya preocupación principal es que la cosa propuesta “necesite medidas de salvaguardia urgentes para asegurar su trasmisión”.
No es el caso. Las rancheras y los mariachis, no están en peligro de extinción (por desgracia).

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Como puede un periodista, haber ganado un premio tan importante, cuando ni siquiera investigas bien lo que publica, estoy muy desepcionado de ti porque pense que eras un periodista sensato, pero me equivoque, y pues aunque te duela vas a ser mas reconocido por el MARIACHI y el tequila mas que por tu premio cuando salgas a otro pais y sepan que eres mexicano, a menos de que te averguenses de ser mexicano y di que eres de Polonia pero aya no vas a conseguir nunca el premio que conseguiste aqui en Mexico, disculpa mi ignorancia y mis faltas de ortografia, no soy tan estudiado como tu.

Anónimo dijo...

Y si tu madre con una serenata tubo, la mia no.Nunca hables en plural imbecil, si las mujeres de tu familia han caido con una serenata es una cosa, pero no pluralices, tarugo.

Anónimo dijo...

Definitivamente este hombre sólo muestra una gran ignorancia respecto al tema, pero en fin, como dicen... a chillidos de marrano...oídos de matancero...