jueves, 3 de noviembre de 2011

UNA HISTORIA JUDICIAL

GENARO DAVID GÓNGORA PIMENTEL
 
En un hermoso libro de J. Moliérac llamado Iniciación a la Abogacía[1], se cuenta la siguiente anécdota:
 
“Jules Simon recuerda la noble actitud de un magistrado del gran siglo, Chamillard, que fue ministro de Luis XIV, había llevado al Parlamento un proceso que acababa de ser juzgado. El perdidoso vino a verle y deplorando su ruina, se quejaba de haber sido condenado, volviendo siempre a cierto documento que, en su concepto, debería hacerle ganar el pleito. Chamillard, que le escuchaba con paciencia y dulzura, le dijo que, en efecto, hubiese ganado, si tal documento se hubiera exhibido, pero que no se hallaba en el expediente. Insiste el litigante, se discute y por fin, Chamillard abre el bolso[2] y en el encuentra el documento capital, que cambiaba la faz del asunto y que, por negligencia, había omitido leer. Inmediatamente tomó su decisión. Dijo al litigante que volviera al día siguiente y como la sentencia era inapelable pasó la noche rastreando sus ahorros y habiendo reunido el monto del perjuicio causado al litigante, se lo entregó, despojándose de tal suerte de casi toda su fortuna. Cumplió así su estricto deber, pero es bello hacerlo, ¡cuando cuesta tan caro! Lo que hizo a continuación no es menos honroso: fuese a ver al presidente de su compañía y le rogó que nunca más le encomendara informe alguno. En cierta forma consumaba así su ruina, pero es que, se tenía a sí mismo por sospechoso después de haber cometido tamaño error, aunque, noblemente lo hubiese reparado”.

Desde luego, esta historia contada en tintes heroicos, es obra de un litigante. Pero…. ¿Será cierta?...
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[1] Editorial Porrúa, S.A., 1974, traducción de Pablo Macedo, pp.16.
[2] Uso que databa de los romanos, consistente en poner en un talego los documentos del proceso.

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