RICARDO BECERRA LAGUNA
Según dicen los que saben de estas cosas, desde los noventa, Michoacán ha sido un eficaz laboratorio electoral.
Allí se experimenta con los fenómenos y patologías ya conocidos en muchas otras regiones del país, pero también se anuncian los síntomas, las reacciones y las novedades de los tiempos por venir. Hagamos esa revisión en ocho puntos.
1.- Las rutinas electorales, con sus arreglos barrocos y sus candados redundantes, volvieron a funcionar. El Instituto Electoral de Michoacán trabajó en 113 municipios y en 24 distritos, el continente de un padrón de 3 millones 428 mil ciudadanos. Estos elementos constituyen la columna vertebral de la elección y no fueron ni remotamente cuestionados.
Luego, casi 19 mil michoacanos de a pie, fungieron como funcionarios electorales el día de la jornada y se hicieron cargo de 6 mil 74 casillas en todo el estado. Los 120 Comités se instalaron, los materiales electorales llegaron puntuales a su cita y el 95 por ciento de las casillas estuvieron vigiladas, al menos, por dos partidos políticos, en aburrida y absoluta normalidad.
2.- Funcionó también el nuevo modelo de comunicación política y sus dispositivos asociados. Los michoacanos se informaron y formaron su opinión a través de los tiempos del Estado en radio y televisión. El IFE administró esos espacios durante 156 días, presentó 23 informes en el que demostró un cumplimiento general de las emisoras que rondó el 98.5 por ciento, además que dio curso a 51 litigios interpuestos por los pendencieros partidos políticos.
3.- Los recuentos de votos han cursado en paz y de manera legal, sobre todo en Morelia. Frente a resultados cerrados (dos mil votos de diferencia en la capital, el 0.78%) y porque la ley electoral lo permite -cuando hay una diferencia menor a un punto porcentual- el PAN solicitó un recuento general, voto por voto y no ocurrió ninguna catástrofe. Al contrario. El Instituto local aprobó unos lineamientos, se dispusieron los equipos técnicos y humanos para un nuevo cómputo público. La cosa está dando mayor certeza y seguridad mediante la apertura de 859 paquetes electorales.
4.- Triunfos estrechos y gobiernos divididos. En lo que parece ser el signo de los tiempos, Fausto Vallejo de la alianza PRI-PVEM obtuvo 658 mil 667 votos, frente a los 606 mil 514 de Luisa María Calderón, de la coalición PAN-Nueva Alianza. No muy lejos, Silvano Aureoles, del PRD-PT-Convergencia se llevó el otro tercio, con 536 mil 654.
La realidad de un electorado que se expresa insistentemente en tres opciones fundamentales se repitió en Michoacán: el PRI tenía 47 municipios, ahora 46; el PAN 20 y conquistó 31, mientras que el PRD pierde 11 de los 40 ayuntamientos que antes administraba.
La vida del Congreso local no podía ser más compleja: con todo y su triunfo, el PRI, obtuvo 11 diputados y no tiene mayoría absoluta. El PAN tendrá 6 escaños y el PRD otros 7, ¿conclusión? Un gobierno vigilado, equilibrado, una fragmentación del poder constitucional producida por la realidad electoral.
5.- Quizás el dato más importante: 54.2% de participación, la votación de los michoacanos, la más alta en varios lustros, a pesar del serio problema de seguridad pública, a pesar del asesinato del alcalde panista en La Piedad y a pesar de los sombríos augurios que no cesaron de ulular en todo el proceso.
6.- No obstante, los partidos y sus personeros siguen estando abajo, muy debajo de esa corriente de responsabilidad cívica. Lean sus declaraciones; revisen sus estrategias electorales y contemplen su artificiosa litigiosidad. Todos acusándose de fraude, todos poniendo un pretexto por delante para no acatar el veredicto de las urnas.
La conducta propia y el compromiso democrático de los partidos y sus candidatos sigue siendo la principal incógnita de la ecuación política mexicana.
7.- La encuesta como arma arrojadiza. Éste es uno de los fenómenos más inquietantes de la actualidad electoral en Michoacán y en el resto del país. Un verdadero salto hacia atrás. Las encuestas están dejando de ser un instrumento de la certeza y confianza pública; una fuente verosímil de información para el electorado. Por el contrario, cada candidato y cada partido tuvo una encuesta bajo el brazo para subir a la palestra y decirse ganador.
La noche de la elección fuimos testigos de un espectáculo que remitía a tiempos pasados, donde la falta de información asequible, permitía cualquier dicho, maniobra o especulación. Pero esta vez, las estrategias del descontón aparecieron “respaldadas” por encuestas de supuesta seriedad científica. Y la confusión demoscópica reverberó en periódicos y en medios electrónicos a lo largo de los 150 días previos a la elección.
Ésta es una de las llamadas de atención más importantes en los tiempos por venir: quizás estemos ante el fin del ciclo de la autorregulación y tengamos la necesidad de redoblar la exigencia y el rigor en las encuestas.
8.- Finalmente: se instalaron 6,074 casillas. Todas las que estaban planeadas. Sólo 18 no pudieron colocarse previo acuerdo con los habitantes de Cherán. ¿Problemas de narcotráfico? Algo más viejo: la antigua disputa forestal del municipio con la tala ilegal.
Quiero decir: Michoacán se pudo recorrer; se pudieron visitar los domicilios de cientos de miles de personas; miles aceptaron ser entrenadas y aceptaron hacerse responsables de la votación de sus vecinos en sus casillas. Y el día de la jornada, la mayoría salió a votar, sin incidentes.
Mientras exista esa ciudadanía dispuesta a implicarse en los procesos electorales, sin inhibirse por las amenazas o los desplantes de los poderes fácticos, cualquiera que sean, la vida democrática de México seguirá siendo una vía franca y transitable.
Si esto pudo ocurrir en uno de los estados que registran una de las tasas de inseguridad más altas del país, quiere decir que las elecciones siguen siendo nuestra opción de convivencia cívica y social. Quiere decir que, pese a todo, México tiene la certidumbre esencial: habrá elecciones y las habrá en todas partes. Para mi gusto, ésa es la noticia fundamental, puro aire fresco desde Michoacán.
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