jueves, 10 de noviembre de 2011

TODO TIENE UN LÍMITE

JOSÉ WOLDENBERG

Luego de más de un año de espera, Ciro Murayama, profesor de la Facultad de Economía de la UNAM y uno de los finalistas para ocupar el cargo de consejero electoral en el IFE, decidió mandar una carta a la Junta de Coordinación Política de la Cámara de Diputados, para informar de su "decisión irrevocable" de abandonar el tortuoso laberinto construido por ese cuerpo colegiado (7-XI-11). Pudo haber dicho "ya me cansé o estoy molesto, desencantado, frustrado" (o lo que usted quiera); pudo haber expuesto razones estrictamente personales y serían absolutamente legítimas, pero prefirió realizar una reflexión política, un análisis del triste trayecto que han debido cursar.
Murayama hace una valoración de lo que significan el IFE y los consejeros electorales para la vida política del país. Dado que por lo menos retóricamente existe un consenso (casi) absoluto con relación a la fórmula democrática de gobierno, la cual implica elecciones recurrentes, el Instituto es una pieza fundamental en ese esquema. "El IFE -escribe- es indispensable para garantizar que sean los ciudadanos con su voto quienes definan la conformación del Congreso... y la titularidad del Ejecutivo, de tal manera que del trabajo del IFE depende en buena medida la legitimidad de las instituciones públicas". El Instituto no se entiende sin la pluralidad de partidos que existen en el país y sin duda ha contribuido a su reproducción y contienda institucional y pacífica. Pero no es una extensión de los mismos. Murayama pondera que el IFE "ha sabido sancionar a los partidos cuando éstos han violado las reglas del juego democrático", y subraya que "es al IFE autónomo, comprometido con la legalidad y la democracia, al que aspiré a incorporarme".
No tiene objeciones a la fórmula que establece la Constitución para el nombramiento de los consejeros. La Cámara de Diputados es "el órgano de representación popular que expresa de mejor manera la pluralidad política de la nación". Y "venturosamente... establece que los consejeros electorales...deben ser nombrados por dos terceras partes de la Cámara...". En teoría el diseño constitucional parece adecuado. No existe una institución pública más representativa de la diversidad política y ninguna fuerza en singular tiene los votos suficientes para imponer sus caprichos. El presupuesto fundamental entonces es que "el nombramiento no podía ni debía ser producto de la cercanía con un partido... sino que necesariamente tendría que ser fruto de un amplio consenso legislativo". "A eso aspiré: a ser nombrado por el consenso de las fuerzas políticas, sin establecer un solo compromiso con partido político alguno". No se requiere demasiada sagacidad para leer en la frase un deslinde con quienes buscan el patrocinio y apoyo de algún partido y/o creen que esa es la única vía realista de arribar al Consejo del IFE.
Además, el procesamiento de las candidaturas no pudo ser más tortuoso y ofensivo. "Ningún órgano de la Cámara...se ha dirigido en momento alguno a los ciudadanos que atendimos la convocatoria para explicar el porqué del incumplimiento... Peor aún, la Cámara es incapaz de explicar siquiera si la convocatoria referida sigue aún vigente o no". A la morosidad se sumó la mala educación. Son públicas y notorias las dificultades auténticas que tiene la Cámara para forjar un consenso, no es fácil construir una mayoría calificada de votos, el equilibrio de fuerzas hace difícil el acuerdo. Pero, mantener informados a los candidatos, emitir una declaración hacia ellos (por ejemplo, pidiendo comprensión y/o solicitando una disculpa), como dice un anuncio comercial, no cuesta nada. El trato, las formas, la consideración hacia los otros, siempre tan importantes y tantas veces despreciados.
Porque como bien señala Murayama hay problemas difíciles de resolver, asuntos que requieren mucho más que la simple voluntad, pero "contar con una autoridad electoral confiable y efectivamente autónoma siempre ha estado en manos de la Cámara de Diputados". Son ellos los responsables de un oso mayúsculo donde no lo había. "Sólo la irresponsabilidad política y la falta de apego al orden constitucional explican que se haya generado un problema, el de una autoridad electoral incompleta...".
Y por supuesto no hay nada que festejar. Por el contrario, "con ello se lesiona al IFE, pero también la credibilidad de la Cámara de Diputados". Es decir, la típica situación donde todos pierden y que recuerda la célebre ley de oro de la estupidez humana de Carlo M. Cipolla: la estupidez está presente cuando se causa un daño a otro sin obtener, al mismo tiempo, un provecho, o incluso obteniendo un perjuicio. (Allegro ma non troppo. Crítica. Barcelona. 1992. P. 66).
Por ello, Ciro Murayama finaliza diciendo: "todo tiene un límite". Y en efecto, en un gesto que lo honra decidió bajarse de un barco que parece no ir a ningún lado o por lo menos no al puerto al que se suponía debía arribar.
(Ciro Murayama es además mi amigo. Pero eso es harina de otro costal).

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