miércoles, 2 de septiembre de 2009

EL 68 Y EL 2009

SERGIO AGUAYO QUESADA

Del movimiento anulista, que reunió casi dos millones de votos el pasado 5 de julio, nació la Asamblea Nacional Ciudadana (ANCA). ¿Triunfará dónde otros se quedaron cortos?
A cada ofensiva social contra el autoritarismo, éste respondía fortaleciendo a los partidos. Un quid pro quo aceptable porque se creía que cuando hubiera alternancia y federalismo los hijos del Anáhuac estaríamos bien representados y atendidos. Nos equivocamos y el resultado es una sofocante crisis de representatividad que provocó, hace unos meses, el movimiento para anular el voto. En unas semanas, y sin recursos, la propuesta le puso sal y pimienta a unos comicios caros y aburridos.
Este 1 de septiembre se presentó, en las afueras del Congreso de la Unión, la ANCA. Por haber participando en su gestación y observado su evolución, pergeño algunas reflexiones comparándolo con el movimiento de la generación del 68; en ambos casos, la fuerza principal viene de jóvenes citadinos con educación superior al promedio.
Los retos han sido diferentes. En los sesenta era algo más riesgoso criticar al régimen --y el 2 de octubre nos lo recuerda--, pero al mismo tiempo más fácil porque el malo era un solo partido y porque fue una década pródiga en utopías. Natural la creencia de que la democracia sería el escenario por el cual marcharían, victoriosas, la equidad y la justicia. Cuatro décadas y miles de vidas después tenemos una democracia tan contrahecha que hasta vergüenza da presentarla a las visitas. Es también muchísimo más difícil encontrar las estrategias adecuadas para reorientarla, corregirla, refundarla porque todos los partidos son corresponsables.
¿Qué posibilidades tiene la ANCA de asumir el reto? De entrada estamos ante una nueva forma de percibir y hacer política. Los jóvenes que están ingresando en esta actividad son, por lo general, más pragmáticos y tolerantes con las diferencias. Algún cínico diría que esto se debe a que no han tenido el tiempo para adquirir los rencores que mi generación ha sido tan diestra en sembrar y cosechar.
A lo mejor es cierto, pero su originalidad también viene de una diferencia en el acceso a la información. La juventud sesentera se forjó en universidades, pero carecía de los datos duros para confrontar o sustentar sus opiniones, lo que facilitaba las proclamas ideologizadas. Actualmente, la tecnología permite acceder y difundir ríos de información sobre México y el mundo borrando, de paso, las distancias geográficas. Esta apertura a las nuevas ideas fortalece el relativismo tan propio de este siglo.
Las movilizaciones del 68 y la del 2009 se articulan en torno a demandas en apariencia elementales: en el 68 fue el pliego petitorio de los seis puntos y el famoso transitorio que exigía el diálogo público; en el 2009 la ANCA nace con tres exigencias al Congreso de la Unión: a) el establecimiento de mecanismos para el ejercicio de la democracia directa; b) la reducción del financiamiento a los partidos acompañada de transparencia, acceso a la información y rendición de cuentas y d) la instauración de las candidaturas ciudadanas. En la simplicidad están la profundidad y la clave del salto de la protesta a la propuesta.
El momento es propicio para influir pero el éxito dependerá, paradójicamente, de la capacidad de la ANCA para lograr, en su interior, lo que le exigen al legislativo: una relación armónica entre representantes y representados. Tiene raíces profundas la desconfianza hacia los liderazgos, las jerarquías y las estructuras formales. Una actitud justificable que provoca una obsesión con la horizontalidad que causa, de manera inevitable, esas discusiones interminables que ahuyentan a quienes tienen menos tiempo o paciencia. La solución no está en negar los liderazgos o las instituciones, sino en la capacidad de crear mecanismos que acoten la discrecionalidad y reduzcan el riesgo de que la corrupción engulla a los dirigentes nuevos. México es terreno fértil para los Juanitos.
Estaría también la relación con las instituciones. Es normal que se equipare la negociación con la claudicación, cuando es más lógica verla como el diálogo que desemboca en los consensos. Después de todo, y aunque disguste el perfil de la clase política, ella es la que tomará las decisiones y en su interior hay personas respetables; pocas pero las hay.Justificar a ambos lados
En el fondo, estamos ante el eterno choque entre moderados y radicales que difieren sobre la forma de conformar una fuerza social transformadora, sin dejar por el camino jirones de principios e identidad. No hay, por supuesto, desenlaces ciertos, pero de cuando en cuando la historia nos regala generaciones comprometidas y a lo mejor la ANCA será el crisol donde coincidan quienes desean refundar una democracia pervertida y sin rumbo. Ojalá así sea, porque hace falta.

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