viernes, 18 de septiembre de 2009

CIEN AÑOS DE LA UNIVERSIDAD

FERNANDO SERRANO MIGALLÓN
La UNAM es tan vieja como la cultura mexicana; la mestiza, la del encuentro de los muchos mundos.
La Universidad Nacional, ya Autónoma, es, sin duda, el proyecto cultural de más larga duración y de mayor presencia en México. Desde sus inicios ha estado relacionada con la evolución del pueblo y a ella se deben muchos de nuestros rasgos culturales, políticos y sociales. Para comprender mejor el ser del mexicano hay que buscar en ella valores, actitudes y puntos de vista que originados en el seno de su discusión y difundidos con su enseñanza y su divulgación, se incorporan a la identidad y a la práctica social de la nación y se convierten en espacios comunes de diálogo y entendimiento.
Este año, celebramos los cien de su más reciente etapa. En el discurso de apertura al reconstruirla, en 1910, el maestro Justo Sierra texto que José Luis Martínez catalogó entre los mejores ensayos de la literatura mexicana , decía que la naciente no guardaba relación con sus antecesoras y se lanzaba al mundo ingenua y nueva. Pero no debe olvidarse que, tanto Sierra como los estudiantes del Ateneo, habían hecho una guerra a muerte al positivismo y a sus nefastas secuelas en el pensamiento social y político y que, incluso, habían protagonizado una de las primeras manifestaciones públicas que anunciaban la caída del porfiriato. Sierra no podía hablar de otra manera.
La Universidad, sin embargo, es tan vieja como la cultura mexicana; la mestiza, la del encuentro de los muchos mundos. Entre la antigua, primero real y luego real y pontificia, la del liberalismo y la que el conservadurismo contribuyó a disolver; entre la dispersa de finales del siglo XIX, la que Sierra contribuyó a reunificar y se prolonga hasta nuestros días ya dotada de autonomía y en plena madurez, existen elementos de continuidad orgánica. Algunos ideales y otros materiales que, a la postre, nos permiten afirmar que este centenario lo es sólo de una fracción de su tiempo vital, pero que, en el fondo, su historia es, al mismo tiempo, la de la mexicanidad.
Desde que la primera universidad en nuestro continente abrió sus puertas en el siglo XVI, México no se ha quedado ni un solo día sin educación superior. En todas sus etapas, de un modo u otro, dicha educación se ha impartido y, si bien ha sido motivo de controversia y aun de enconado debate, siempre ha existido una institución de educación superior enclavada en el núcleo de su pensamiento y su cultura. Es a esa entelequia materializada en diversas formas, a lo que en justicia llamamos hoy la Universidad Nacional. Por otra parte, uno de los fenómenos más interesantes de la vida ahí, es su carácter de masas que convive con el trabajo artesanal de la educación superior: en el contexto universitario, la auténtica formación se realiza en el contacto entre maestros y estudiantes, como en un taller artesanal, en el que unos dejan parte de sí, de su personalidad y de su experiencia en los que, así educados, legarán a la siguiente generación los principios del pensamiento del maestro. Es posible trazar una línea genealógica de las ideas universitarias, de los grupos creados entre maestros y discípulos a todo lo largo de nuestra historia. Por último, habría que hablar de su continuidad física: hoy, la UNAM, tiene en su patrimonio importantes edificios que han estado bajo su custodia desde la Colonia, pero la manifestación más contundente de la persistencia histórica es la percepción de la cultura que ha visto en su Universidad el crisol de sus ideas y la formación de sus conductas.
Es difícil pensar que la actual, laica y libre, esté emparentada o sea la heredera de aquélla, religiosa y dogmática que fue su primera génesis. Que la nuestra, la social y nacional, sea el producto de la evolución histórica de aquella decimonónica que fue clausurada por su negativa a avanzar en la ciencia. El hecho es que nosotros mismos podemos ser muy distintos de quienes fuimos en otras épocas de nuestra vida. También, que los mexicanos distamos mucho de lo que fueron otras generaciones y el hecho es, a fin de cuentas, que sobre esta colosal base histórica podemos decir que habrá universidad para mucho tiempo todavía, sobre todo por cuanto los mexicanos hemos depositado en esa institución lo mejor de nuestro esfuerzo y las más queridas de nuestras esperanzas.

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