Ya en su vejez, Jorge Luis Borges se imaginó conversando con un joven, él mismo, 50 años menor, en una de sus más intensas y mejor armadas ficciones, Borges dialoga, se reconoce en el otro, ve sus rasgos fundamentales y mira en sí mismo sus sueños triunfantes y los postergados. El saldo agridulce no le permite sino añorar aquellas cosas que pudieron haber sido; después de todo, uno de los mejores poemas de Borges comienza diciendo... “pienso en las cosas que pudieron ser y no fueron...” El presidente Obama ha preferido apostar hoy por un cambio que, a su juicio, espera prevenir tanto un desastre financiero como imprimir un sello de justicia social al único sistema democrático del mundo en el que la salud es un derecho que no está garantizado.
Chile, en 2008, modificó, después de 25 años, su sistema de pensiones, aquel que orgullosamente declaraba ser el primer sistema absolutamente particular en el mundo. La cantidad de personas que, al cabo de los años, no alcanzaron a ahorrar lo suficiente para obtener una pensión, se convirtió en un problema de urgente resolución que amenazaba, no sólo al sistema financiero, sino que ponía el acento en las relaciones económicas de la sociedad chilena: la reforma lleva el significativo nombre de Pilar Solidario.
Así, lo que pareciera el lento retorno de las políticas sociales y la vuelta del péndulo que nos llevó hasta la extrema derecha es, en realidad, una demanda mundial por nuevas relaciones económicas más humanas y más solidarias, basadas más en el trabajo y la redistribución del ingreso y en la solidaridad y menos en la especulación y el fantasioso trasiego de millones de dólares inexistentes. En todos los países, la fórmula parece haber fracasado, la construcción de inmensas fortunas para los amos de la información y los dueños de los canales de distribución de la riqueza, por encima de los derechos del resto de la sociedad, y la inequidad entre los diferentes sectores económicos, produjeron no sólo el empobrecimiento de grandes masas en todo el mundo, sino también ampliaron la brecha entre ricos y pobres y, finalmente, nos hundieron en este ajuste de cuentas que llamamos crisis económica global.
Insistir en soluciones parciales es abonar la semilla de la crisis que con mayor gravedad habrá de volver en 20 o 30 años. Al contrario, nuevas reglas económicas para todos, basadas en la acción solidaria y equilibradora del Estado, podrían rendir buenos dividendos y, más que nada, contribuirían a no separar más a la población al interior de las sociedades, a no crear submundos en este planeta que ya bastante complicado se nos aparece.
En su demanda de aprobación, el presidente Obama, habla tanto de una competencia ordenada en el sector de los servicios médicos como también de una acción de justicia que permita distribuir la riqueza. Algo que nosotros también deberíamos comprender. Nuestro discurso ideológico constitucional está pleno de derechos como la vivienda, la salud o la educación, aunque, para hacerlos efectivos es necesario pensar en términos de cómo puede nuestro esfuerzo complementar el de aquellos que, por sus condiciones, difícilmente pueden satisfacer sus necesidades por mucho que se empeñen.
No resultaría grato, en diez o 20 años, ponernos a pensar en las cosas que pudieron ser, y no fueron.
Chile, en 2008, modificó, después de 25 años, su sistema de pensiones, aquel que orgullosamente declaraba ser el primer sistema absolutamente particular en el mundo. La cantidad de personas que, al cabo de los años, no alcanzaron a ahorrar lo suficiente para obtener una pensión, se convirtió en un problema de urgente resolución que amenazaba, no sólo al sistema financiero, sino que ponía el acento en las relaciones económicas de la sociedad chilena: la reforma lleva el significativo nombre de Pilar Solidario.
Así, lo que pareciera el lento retorno de las políticas sociales y la vuelta del péndulo que nos llevó hasta la extrema derecha es, en realidad, una demanda mundial por nuevas relaciones económicas más humanas y más solidarias, basadas más en el trabajo y la redistribución del ingreso y en la solidaridad y menos en la especulación y el fantasioso trasiego de millones de dólares inexistentes. En todos los países, la fórmula parece haber fracasado, la construcción de inmensas fortunas para los amos de la información y los dueños de los canales de distribución de la riqueza, por encima de los derechos del resto de la sociedad, y la inequidad entre los diferentes sectores económicos, produjeron no sólo el empobrecimiento de grandes masas en todo el mundo, sino también ampliaron la brecha entre ricos y pobres y, finalmente, nos hundieron en este ajuste de cuentas que llamamos crisis económica global.
Insistir en soluciones parciales es abonar la semilla de la crisis que con mayor gravedad habrá de volver en 20 o 30 años. Al contrario, nuevas reglas económicas para todos, basadas en la acción solidaria y equilibradora del Estado, podrían rendir buenos dividendos y, más que nada, contribuirían a no separar más a la población al interior de las sociedades, a no crear submundos en este planeta que ya bastante complicado se nos aparece.
En su demanda de aprobación, el presidente Obama, habla tanto de una competencia ordenada en el sector de los servicios médicos como también de una acción de justicia que permita distribuir la riqueza. Algo que nosotros también deberíamos comprender. Nuestro discurso ideológico constitucional está pleno de derechos como la vivienda, la salud o la educación, aunque, para hacerlos efectivos es necesario pensar en términos de cómo puede nuestro esfuerzo complementar el de aquellos que, por sus condiciones, difícilmente pueden satisfacer sus necesidades por mucho que se empeñen.
No resultaría grato, en diez o 20 años, ponernos a pensar en las cosas que pudieron ser, y no fueron.
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