La dureza de la crisis se deja sentir no sólo en la pérdida de empleos e ingresos, sino en la caída de las ganancias de muchas empresas, en especial de aquellas que habían logrado algún vínculo positivo con la economía internacional. El turismo, por su parte, resiente los efectos perniciosos de la recesión global y de la inseguridad sanitaria y física que abruma la vida nacional, y ahora se queda sin interlocutor directo en el Ejecutivo. Su traslado a Economía instala a esta actividad, que podría ser estratégica para una recuperación temprana, en el valle de las sombras. Poco espacio, si alguno, para refugiarse y meditar al amparo de alguna esperanza.
El gobierno renuncia a su papel central de administrar dilemas y se enreda tratando de administrar recursos inexistentes; se inventa el petate del “hoyo” fiscal que apenas llega al 2 por ciento del PIB y se busca aplastar con ello a las percepciones vagabundas que tiempo ha dejaron los nichos de la academia catastrofista. Confunde la voz del amo con la del capataz cupular que no hace sino repetir su mantra neoliberal en clave de hacendado venido a menos.
Un día se nos presume de la recuperación presidencial de imagen y ánimo, pero como Penélope costumbrista, los hombres del Presidente y él mismo destejen sus pírricos triunfos virtuales apenas empiezan a corearlos los exegetas del púlpito electrónico. Los nombramientos y las renuncias no conmovieron a los familiares de los afectados y tal vez asustaron a los supuestos beneficiados, pero lo que sí consiguieron es enojar al PRI, en el caso de Pemex, y poner en movimiento a la indignación chihuahuense en el del procurador propuesto.
Para rematar esta semana de exaltaciones vino el himno a la congruencia del discurso del cambio y el secretario de Hacienda se dio a la poco grata tarea de convencernos de que nuestro ser único nos impide por lo menos intentar lo que otros hacen para evitar que la recesión se profundice. En vez de gastar, recorte; en vez de estimular el empleo y el ingreso, impuestos al consumo; en vez de proponer siquiera un paso hacia la construcción de un régimen de bienestar para todos, un nuevo “copete” que demostrará con creces que “no hizo igual con ninguna otra nación”: impuestos generalizados al consumo para combatir la pobreza. Diría Pedro (Infante): “Yo soy quien soy y no me parezco a nadie.”
El mundo (mexicano) al revés y la política económica de cabeza. Algo debe saber y tener bien guardado el gobierno para mantenerse en pie y convocar a la unidad para el cambio. Pero en el llano y en buena parte del lomerío empresarial lo que se impone es el rezongo airado, el desconcierto desesperanzado, el reclamo avieso que sabe no tener posibilidad alguna de tener lugar en alguna piñata milagrosa.
Sin petróleo a la mano y sometida la imaginación del Estado a un dogma liquidado pero mantenido vivo como zombi en la soledad de Palacio, lo que el gobierno ha hecho es inaugurar la arena de una confrontación carente de cuerdas y de árbitro, sin límite de tiempo, si es que esto es concebible en una política asediada por sus espectros y mitos, del México bronco de don Jesús al irredento de los mochaorejas que Fox quiso implantar como héroes cívicos de la nueva revolución “como la cristera”.
El gobierno renuncia a su papel central de administrar dilemas y se enreda tratando de administrar recursos inexistentes; se inventa el petate del “hoyo” fiscal que apenas llega al 2 por ciento del PIB y se busca aplastar con ello a las percepciones vagabundas que tiempo ha dejaron los nichos de la academia catastrofista. Confunde la voz del amo con la del capataz cupular que no hace sino repetir su mantra neoliberal en clave de hacendado venido a menos.
Un día se nos presume de la recuperación presidencial de imagen y ánimo, pero como Penélope costumbrista, los hombres del Presidente y él mismo destejen sus pírricos triunfos virtuales apenas empiezan a corearlos los exegetas del púlpito electrónico. Los nombramientos y las renuncias no conmovieron a los familiares de los afectados y tal vez asustaron a los supuestos beneficiados, pero lo que sí consiguieron es enojar al PRI, en el caso de Pemex, y poner en movimiento a la indignación chihuahuense en el del procurador propuesto.
Para rematar esta semana de exaltaciones vino el himno a la congruencia del discurso del cambio y el secretario de Hacienda se dio a la poco grata tarea de convencernos de que nuestro ser único nos impide por lo menos intentar lo que otros hacen para evitar que la recesión se profundice. En vez de gastar, recorte; en vez de estimular el empleo y el ingreso, impuestos al consumo; en vez de proponer siquiera un paso hacia la construcción de un régimen de bienestar para todos, un nuevo “copete” que demostrará con creces que “no hizo igual con ninguna otra nación”: impuestos generalizados al consumo para combatir la pobreza. Diría Pedro (Infante): “Yo soy quien soy y no me parezco a nadie.”
El mundo (mexicano) al revés y la política económica de cabeza. Algo debe saber y tener bien guardado el gobierno para mantenerse en pie y convocar a la unidad para el cambio. Pero en el llano y en buena parte del lomerío empresarial lo que se impone es el rezongo airado, el desconcierto desesperanzado, el reclamo avieso que sabe no tener posibilidad alguna de tener lugar en alguna piñata milagrosa.
Sin petróleo a la mano y sometida la imaginación del Estado a un dogma liquidado pero mantenido vivo como zombi en la soledad de Palacio, lo que el gobierno ha hecho es inaugurar la arena de una confrontación carente de cuerdas y de árbitro, sin límite de tiempo, si es que esto es concebible en una política asediada por sus espectros y mitos, del México bronco de don Jesús al irredento de los mochaorejas que Fox quiso implantar como héroes cívicos de la nueva revolución “como la cristera”.
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