Los hechos terribles e incomprensibles de las últimas semanas deberían llevarnos a reflexionar detenidamente sobre el tipo de valores que parecen asentarse en la vida cotidiana de quienes habitamos en México. Las imágenes crueles de un desquiciado asesinando a personas en el Metro con la mayor sangre fría, la risa enloquecida de un presunto secuestrador de aviones, la saña de un par de adolescentes que ultiman a una familia en Villahermosa sólo porque querían tener relaciones sexuales con la señora de la casa, y cientos de episodios más, quizá ya no puedan ser calificados como hechos aislados. Desde luego, no me voy a sumar a ninguna teoría del complot, pero sí quisiera destacar que detrás de ese cúmulo de actos siniestros quizá se oculta un hecho de alcance considerable: el fracaso de la sociedad mexicana en prohijar una serie de valores que permitan un mínimo de convivencia civil pacífica.
Tomemos el caso del asesino del Metro del DF; con independencia de la sanción que merecidamente le impondrán por sus actos, uno se pregunta cómo es que pudo haber conseguido una pistola, de dónde la sacó, cómo obtuvo tantas municiones. Pero además dan ganas también de indagar sus antecedentes escolares: ¿en qué escuela fue educado (es un decir) ese energúmeno? ¿Tomó clase de civismo alguna vez? ¿Quién fue su profesor? ¿Qué calificaciones le pusieron?
Cuando todos los días revisamos las estadísticas de delitos que quedan impunes (más del 98% de delitos no son castigados), cuando desde el propio poder público nos repiten sin tregua que nuestros policías no pueden frente a la criminalidad, cuando sabemos que de diciembre de 2006 a la fecha se han producido más de 14 mil ejecuciones, cuando nos enteramos de que en este país viven sujetos capaces de diluir en ácido a cientos de personas o sicarios que desde su adolescencia ejecutan a otros por menos de mil pesos, es posible que estemos transmitiendo un mensaje equivocado a algunos tipos que de por sí no tienen muy afianzados los valores más elementales que hacen posible la convivencia.
Obviamente, del otro lado también hay héroes, personas dispuestas a luchar por sus derechos y a no dejarse violentar en su integridad ni permitir que viole la de los demás. La tripulación del vuelo de Aeroméxico, los miles de policías honestos y trabajadores que noche tras noche patrullan nuestras calles (muchas veces sin entrenamiento o medios suficientes para cumplir con su trabajo y ganando un sueldo bajo), el hombre que decide enfrentar al asesino de la estación Balderas y que se levanta una y otra vez pese a los balazos recibidos, las víctimas que cada año pierden su patrimonio o a sus seres queridos y que luego son doblemente victimizadas por un sistema de justicia penal corrupto e insensible, etcétera. Esas son las personas que nos mantienen con esperanza y que hacen la diferencia para evitar que este país se caiga en pedazos. Hay que ensalzar su conducta y darles el mejor lugar en nuestro espacio público, pues son lo mejor que tiene México.
Para construir nuevos valores no basta con decir que el gobierno tiene toda la responsabilidad. La tiene en gran medida, desde luego, al ser el encargado de administrar el sistema educativo nacional. Pero también es cierto que tenemos que hacernos cargo de la responsabilidad de educar en la familia, de reforzar valores entre nuestro grupo social, de asumir compromisos cívicos y participativos, en vez de adormecernos días tras día viendo el televisor o de promover la abstención electoral. Igualmente, los medios de comunicación tienen una tarea inmensa por hacer, muy lejos del amarillismo que caracteriza a algunos de ellos.
Se trata de repetir hasta el cansancio una idea básica: vale la pena vivir en paz, pero para ello todos tenemos que poner de nuestra parte.
Podemos comenzar con hechos sencillos, casi humildes (como no pasarse el alto o no tirar basura en la calle), pero que a la postre acaban marcando la gran diferencia. También en materia de convivencia cívica se puede afirmar que la forma es fondo.
Si no asumimos el papel que nos toca realizar, nadie lo hará por nosotros. No nos demoremos.
Tomemos el caso del asesino del Metro del DF; con independencia de la sanción que merecidamente le impondrán por sus actos, uno se pregunta cómo es que pudo haber conseguido una pistola, de dónde la sacó, cómo obtuvo tantas municiones. Pero además dan ganas también de indagar sus antecedentes escolares: ¿en qué escuela fue educado (es un decir) ese energúmeno? ¿Tomó clase de civismo alguna vez? ¿Quién fue su profesor? ¿Qué calificaciones le pusieron?
Cuando todos los días revisamos las estadísticas de delitos que quedan impunes (más del 98% de delitos no son castigados), cuando desde el propio poder público nos repiten sin tregua que nuestros policías no pueden frente a la criminalidad, cuando sabemos que de diciembre de 2006 a la fecha se han producido más de 14 mil ejecuciones, cuando nos enteramos de que en este país viven sujetos capaces de diluir en ácido a cientos de personas o sicarios que desde su adolescencia ejecutan a otros por menos de mil pesos, es posible que estemos transmitiendo un mensaje equivocado a algunos tipos que de por sí no tienen muy afianzados los valores más elementales que hacen posible la convivencia.
Obviamente, del otro lado también hay héroes, personas dispuestas a luchar por sus derechos y a no dejarse violentar en su integridad ni permitir que viole la de los demás. La tripulación del vuelo de Aeroméxico, los miles de policías honestos y trabajadores que noche tras noche patrullan nuestras calles (muchas veces sin entrenamiento o medios suficientes para cumplir con su trabajo y ganando un sueldo bajo), el hombre que decide enfrentar al asesino de la estación Balderas y que se levanta una y otra vez pese a los balazos recibidos, las víctimas que cada año pierden su patrimonio o a sus seres queridos y que luego son doblemente victimizadas por un sistema de justicia penal corrupto e insensible, etcétera. Esas son las personas que nos mantienen con esperanza y que hacen la diferencia para evitar que este país se caiga en pedazos. Hay que ensalzar su conducta y darles el mejor lugar en nuestro espacio público, pues son lo mejor que tiene México.
Para construir nuevos valores no basta con decir que el gobierno tiene toda la responsabilidad. La tiene en gran medida, desde luego, al ser el encargado de administrar el sistema educativo nacional. Pero también es cierto que tenemos que hacernos cargo de la responsabilidad de educar en la familia, de reforzar valores entre nuestro grupo social, de asumir compromisos cívicos y participativos, en vez de adormecernos días tras día viendo el televisor o de promover la abstención electoral. Igualmente, los medios de comunicación tienen una tarea inmensa por hacer, muy lejos del amarillismo que caracteriza a algunos de ellos.
Se trata de repetir hasta el cansancio una idea básica: vale la pena vivir en paz, pero para ello todos tenemos que poner de nuestra parte.
Podemos comenzar con hechos sencillos, casi humildes (como no pasarse el alto o no tirar basura en la calle), pero que a la postre acaban marcando la gran diferencia. También en materia de convivencia cívica se puede afirmar que la forma es fondo.
Si no asumimos el papel que nos toca realizar, nadie lo hará por nosotros. No nos demoremos.
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