La pasada noche del 15 no sólo el Presidente de la República dio el grito sino también nosotros, el pueblo. El nuestro fue y sigue siendo un grito de inconformidad, de protesta, de severo cuestionamiento. El derroche que hubo en el zócalo de la capital del país fue impresionante. Se trato de un espectáculo bello, con una iluminación sorprendente que sirvió de marco a los fuegos artificiales, y si se hicieran sumas se llegaría a una cantidad de dinero muy elevada. Fue como la corona de diamantes de la crisis, de la inseguridad, del desconcierto general por la grave situación que se vive en México y que ninguna palabra o discurso presidencial podrán aminorar. Desde luego se trató de una noche de fiesta, principalmente de fiesta popular. Sin embargo hay una contradicción notable entre dicha fiesta, la necesidad y costumbre de ella, y la cuestión de qué se festeja. Los organizadores del evento seguramente lo sabían y lo saben. No obstante Calderón puso el "remedio", por lo menos desde su muy personal punto de vista. En su grito incluyó a los héroes que todos conocemos y agregó algo que tiene el toque de la oportunidad, de la coyuntura, aunque sin duda prematuras, a saber, la mención al bicentenario de la Independencia y al centenario de la Revolución. Yo lo sentí y lo sigo sintiendo como una cortina de humo -el causado por los fuegos artificiales y por la intensa iluminación- para ocultar en la medida de lo posible la triste y dramática realidad. No es que uno sea aguafiestas pero el hecho de recordarnos esos dos acontecimientos históricos lleva claramente un mensaje, el de hacer patria con su memoria. Recalcó el Presidente que se nos dio la Independencia -ergo somos independientes- y que se nos dio un ideario social, político y jurídico llevado a la Constitución que nos rige -violada, modificada, alterada, pero vigente- y en consecuencia base del Estado de Derecho. La pregunta es, en medio del jolgorio, si de verdad somos libres, independientes, depositarios y usufructuarios de aquél ideario de la Independencia que culminó en la Revolución. ¿Lo somos?En primer lugar y al margen de la procuración e impartición de justicia, ¿vivimos los mexicanos de hoy con tranquilidad, en paz, en armonía? ¿No hay grandes sobresaltos generados por la violencia, la inseguridad, el crimen organizado y el narcotráfico? Sabemos de sobra la respuesta y reiterarla parece ser propósito avieso de atacar persistentemente al gobierno en turno. En rigor no lo es y sí es, en cambio, grito al que se tiene derecho cuando se han agotado o casi agotado otros recursos de protesta. Y en segundo lugar los mexicanos padecemos una brutal crisis económica. Obviamente lo que sucede en el mundo repercute en nosotros, lo cual no impide que se sume a una serie de desgracias que nos asuelan. La conclusión de esto, repito que sin desconocer lo proveniente del exterior, es que no se maneja el timón como se debiera manejar. El propio Calderón ha reconocido el descontento general, reflejado en las últimas elecciones intermedias. ¿Por qué entonces en su grito hubo alusión a algo que no debió ni siquiera citarse? ¿Es que acaso está prohibido hablar -gritar- de la Independencia y de la Revolución? Por supuesto que no. Lo indebido a mi juicio es traerlo a colación en momentos tan difíciles para México. Indebido y sospechoso de manipulación para distraer. Se quiere o se quiso despertar el patriotismo, la remembranza histórica, con el fin de convocar a una unidad harto compleja. "Fijen su vista en aquellos puntos refulgentes de nuestra constelación histórica porque son parte de la patria redimida. No se distraigan, esa es la meta". Lo que implica que no hay otros puntos. Pero sí los hay. Pregúntesele a los maltratados, a los lacerados, a los heridos, a los pobres, a los paupérrimos. Juntemos sus quejas, que son auténticos gritos, y oiremos el rumor creciente de una tristeza muy vieja, muy antigua, que se remonta a la Colonia, que cuza cual relámpago la Independencia y la Reforma y que se estrella con ímpetu brutal en la Revolución. Puntos en el mapa inquietante de México. Festejemos, en la inteligencia de que hay muchas clases de festejos. Y el festejo que corresponde a lo que vivimos cotidianamente es el de una alegría prudente, hasta cautelosa, con el que no se ignore el peligro ni se lo soslaye con alusiones que impactan al pueblo llevándolo a un rincón muy parecido a la inercia. Insisto, la fiesta es necesaria -¡oh, poderosa costumbre que nos obligas a conservarte a toda costa!- a condición de que con ella no se sacrifique la verdad. No confundamos los fuegos artificiales con los fuegos fatuos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario