jueves, 10 de noviembre de 2011

EL PAÍS DE LAS FOTOCOPIAS

JULIO JUÁREZ GÁMIZ

Se ha preguntado alguna vez sobre el sentido que tiene una fotocopia. Qué es una fotocopia, qué representa, qué significa. Cualquiera que haya hecho un trámite oficial en este país se ha visto obligado a requerir los servicios de estos grandes armatostes que con su rayo verdoso barren una imagen que luego imprimen en un blanco y negro generalmente malhumorado y mendaz. Máquinas que dan a luz a la fotocopia. La moneda de cambio de la tramitocracia mexicana.
Una copia. El reflejo imitado de algo cierto. El remedo de un original, su procreación involuntaria. Millones de fotocopiadoras en México trabajan en este mismo instante reproduciendo frenéticamente originales como si de clonaciones genéticas se tratara. Copias por ambos lados, reducidas, encimadas en una misma cuartilla, copias rápidas y copias lentas. Copias negras sobre un papel estúpidamente blanco. Una copia es una copia es una copia.
Copias de pasaportes, actas de nacimiento, comprobantes de domicilio, cartas poder, credenciales de elector, CURP, talones de pago, credenciales institucionales, tarjetas de circulación, títulos profesionales, altas al Registro Federal de Contribuyentes. Copias de actas de defunción, de matrimonio, de divorcio, de nacimiento. Copias de multas, requerimientos hacendarios, del formato único de la tesorería. Copias de su licencia de manejo, permiso de portación de armas. Copias de recibos de honorarios y de cheques. Copias de expedientes judiciales que cuestan una millonada. Copias, copias y más copias.
Un montón de papeles cuya única función es comprobar la existencia y legitimidad de un original ausente. Copias que en no pocas dependencias necesitan ser duplicadas, triplicadas, cuadruplicadas. Una verdadera orgía de copias.
Y como todo en este país, el aspecto macabro y conspiratorio no tarda en aparecer dentro de la lógica armamentista de este ejército de papel (en dónde diablos cabrán tantas copias!?). Copias que facilitan el tránsito por una vida de formalidad pero que se estrellan con otra realidad que no requiere ni de copias ni de originales. Porque nuestro país sigue ofreciendo un pase especial para transitar por la ilegalidad. Un mundo fantástico en donde no se necesitan documentos. En donde no existen ni el pago de derechos ni las cédulas fiscales. Un mundo sin papeles y mucho menos copias de esos papeles.
Un país paralelo que no cumple con los grises formalismos de la cotidianeidad de millones de personas que tramitan sus cosas y mantienen engrasada la maquinaria de las fotocopiadoras a nivel nacional. El mundo de los sin-copias. Habitantes de un Estado de excepción que cobra vida detrás de la escenografía acartonada de la burocracia. Un mundo real, no nos confundamos, pero confinado a una animación oscura, a la acción de las cosas cuando nadie las mira.
Camine usted por las calles de nuestro país. Respire la frontera de la legalidad entre los que sacan copias y los que no necesitan de ellas. Algo mucho más cardinal que la cantaleta del pago de impuestos. Esto de las copias corta por lo más profundo a la sociedad mexicana. La encarnación de celulosa entre quienes evaden la realidad organizada y quienes la construimos.
La línea entre la piratería y la legalidad. O debería decir entre las infinitas muestras de piratería que brotan por todas partes. Los que se roban la luz y jamás tendrán que sacar copia de un recibo. Quienes conducen un taxi sin registro y quienes lo abordan aun a pesar de ello. Los que tienden versiones apócrifas de entretenimiento en las banquetas quitándole espacio a quienes tienen prisa por llegar a otro lado, muy probablemente, a sacarle copias a algún presuntuoso original de algo.
Un país que, además, ha inculcado un valor adicional a quienes logran darle la vuelta a la cultura de las copias. A quienes no tienen que hablar dos horas con el servicio de televisión por cable sino que toman uno ajeno y se roban la señal. La multipremiada bribonería del sociópata mexicano. Las medallas por violentar el contrato social. Primero yo, luego yo y después de mi nadie más. El egoísmo disfrazado de apatía ciudadana. La convicción personal de ser un documento original que no merece ser fotocopiado, mucho menos archivado junto a millones de copias que, seguro que sí, andan buscando a su original. Esas copias, qué vamos a hacer con ellas.

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