MARÍA AMPARO CASAR
El próximo 18 de noviembre vence el plazo para registrar coaliciones. Si no surge ningún imprevisto, se confirmará entonces que en las próximas elecciones del 2012 competirán siete partidos, dos coaliciones electorales conformadas cada una por tres partidos, un partido en solitario y tres candidatos presidenciales. Entre ellos se repartirá la votación.
La historia de las coaliciones en el México democrático revela la gran debilidad del respaldo electoral de los partidos pequeños, la perversidad del sistema electoral que los premia a través de jugosas prerrogativas y la influencia política por encima de su representatividad. Influencia patente si no en términos de su potencial para inclinar las votaciones en el Congreso sí en función de vender su escaso apoyo electoral en elecciones que se esperan cerradas. Todo esto se convierte en un incentivo para que esos partidos inviertan poco en hacerse competitivos y mucho en los maestros del chantaje.
La reforma electoral del 2007 logró moderar parte de estos privilegios y perversidades. Entre los pocos aciertos de la nueva legislación electoral se cuenta el que estableció la normatividad para las alianzas. La reforma eliminó la posibilidad de que los partidos chicos le dieran la vuelta al umbral del 2% necesario para obtener el registro y tener representación en el Congreso. Con ello se terminó la práctica de que, a través de los llamados convenios de coalición, los partidos decidieran, de antemano y sin ningún respeto a la voluntad de los electores, la repartición de la votación y, por tanto, los asientos en el Congreso. Ahora los partidos coaligados deben aparecer con su propio logo en las boletas y, a pesar de llevar al mismo candidato, sólo se les contabilizan los votos que se emitan por ese partido. Así, ahora se puede saber con certeza el apoyo electoral de cada partido.
En las elecciones intermedias 2009 con la nueva reforma electoral ya vigente, estos partidos -hay que reconocerlo- mejoraron su desempeño electoral pero el número de diputados totales quedó por debajo que en el 2006.
De haber estado vigente esta legislación en 2006 es probable que el Partido Verde, y con toda seguridad el del Trabajo y Convergencia hubiesen perdido su registro. Es seguro, también, que hubiesen obtenido muchos menos diputados de los que finalmente consiguieron a través de los convenios. Gracias a su alianza con el PRI, en esa elección al Verde le tocaron 18 diputados y gracias a su alianza con el PRD a Convergencia le tocaron 17 y al PT 16. Para obtener ese número de diputaciones cada uno de esos partidos tendría que haber obtenido aproximadamente el 8.5% de la votación o alrededor de 3 millones de votos. Difícil pensar que ganaron esa cantidad de votos. En esas mismas elecciones, el PASDC apenas obtuvo el 2% y el PANAL el 4.5% de los votos y con ello 4 y 9 diputados.
Se nos olvida, pero las únicas dos veces que el PVEM corrió con sus propios medios y candidatos (1991 y 1994) falló en obtener los suficientes votos para mantener el registro. Desde entonces siempre ha buscado y obtenido compañía. Los otros partidos ni siquiera han intentado irse por la libre. Siempre han buscado apoyo del hermano mayor y han negociado más posiciones de las que podrían haber obtenido en las urnas. Con ello han conseguido también grandes sumas de dinero.
No obstante, el negocio de las alianzas en términos de prerrogativas y de arrastre del voto que consiguen gracias a las coaliciones que arman sigue beneficiando a los partidos chicos sin beneficiar al ciudadano con mayores opciones. De 2008 a la fecha se han llevado a cabo 24 elecciones para gobernador. En la gran mayoría de ellas los partidos chicos han ido en coalición con alguno de los tres partidos grandes. Cuando no lo han hecho ha ocurrido una de dos cosas: o no han presentado candidato o no han alcanzado siquiera el 2% de la votación. Las únicas excepciones registradas son las del PT en Aguascalientes, Puebla, Durango y Zacatecas y una sola vez el Verde en Querétaro. En ningún caso se han acercado al triunfo.
La realidad sigue siendo que sus cuadros y el número de votantes que logran conseguir no les alcanza para ser independientes. La realidad sigue siendo que tenemos un sistema que cuesta como si fuera de siete partidos pero funciona como si fuera de tres. Un sistema con siete partidos en los que sólo tres pueden sobrevivir por sí mismos y los otros cuatro se cuelgan como parásitos. Un sistema que premia la incompetencia. Por eso, tendremos solo tres candidatos pero siete partidos.
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