JULIO JUÁREZ GÁMIZ
Han sido dos semanas de claroscuros para los colegas que se dedican al negocio de las carreras de caballos. Las mediciones de opinión pública se van convirtiendo en el artificio ‘científico’ por excelencia para pintar la realidad del color que conviene al portador de la brocha. Al paso que vamos la elección del 2012 se decidirá en las encuestas de salida cuando, habiéndose publicado el conteo oficial del IFE, los partidos pidan prudencia para que lleguen los datos ‘reales’ de sus encuestadoras.
En el caso de la elección en Michoacán se dio el caso más claro de cómo el manejo de los datos de una encuesta (la selección del tipo y tamaño de muestra, el fraseo, las variables socioeconómicas, el tipo de levantamiento y un largo etcétera) así como su interpretación se apega a los intereses de quien la presenta. Ni importa si se gana o se pierde. Arrancan sonrisas las portadas del lunes pasado con los tres aspirantes a gobernar Michoacán declarándose triunfadores, antes de que se cuenten los votos!
Más preocupada por ganar la elección en los medios que respetar el conteo en las urnas, la clase política mexicana ha entrado ya a un oscuro tobogán en donde, si sumamos el creciente descrédito de la autoridad electoral que ellos mismos han propiciado, manipular la interpretación de la realidad es más importante que la realidad misma. Es ahí en donde las encuestas de opinión se han convertido en argumento de lumbre para iluminar la caverna de las urnas. Contar los votos es lo de menos, lo importante es deslegitimar el conteo si no cuadra con la santa imagen que ya había revelado la encuesta.
Pero también los que pierden se benefician de la verdad inobjetable de las encuestas. Tal y como sucedió el martes pasado cuando Marcelo Ebrard dejó el camino libre a López Obrador para ser el candidato de unidad de las izquierdas. Resultado de una bien calculada operación política, las encuestas se utilizaron simplemente para respaldar una negociación que tenía sus razones en otros criterios. Marcelo se baja porque sabe que no habrá condiciones político-electorales dentro de los sectores lopezobradoristas para apoyar su candidatura. Gana sí, porque en su gesto se posiciona como un político no solamente hábil sino dispuesto a ceder su aspiración presidencial a cambio de avanzar su red política en otros frentes.
Podría decirse que la culpa no es de las encuestas aunque estos son los clientes que dan sustento a un negocio que ha crecido significativamente en las últimas décadas. Dicho de otra forma, sin políticos interesados en litigar en las primeras planas con sus porcentajes de chicle, quienes se dedican a la demoscopia verían con preocupación el adelgazamiento de su cartera de clientes.
Y de ahí pasamos a un escenario en donde, nuevamente, la legislación electoral enfrentará la férrea convicción de los partidos políticos a tener campañas tan largas como en 2006. Es cierto que fueron precisamente ellos los que decidieron acortar los tiempos de campaña, llevando a 90 días la de presidente. Cierto también que crearon la figura de las precampañas para regular lo que acontece en los meses previos al registro de los candidatos e inicio formal de estos 90 días. Las precampañas se convierten hoy en un serio problema para los partidos que tienen ya bien identificados quienes deberían de ser sus candidatos. Tal es el caso del PRI/PVEM (¿Panal?) con Enrique Peña Nieto y, a partir del miércoles pasado, el PRD/PT/Movimiento Ciudadano con Andrés Manuel López Obrador.
Apenas ayer en la mañana en una entrevista con Carmen Aristegui, AMLO criticaba la sinrazón del concepto de precampañas sugiriendo incluso la simulación confesa de varios ‘aspirantes’ internos con tal de que él pueda hacerse promoción tanto en el periodo de precampaña como en el de campaña. Lo mismo sucedió con la impugnación del PRI al nuevo Reglamento de Radio y Televisión que, estando apegado a derecho, prohíbe el llamado al voto y la promoción de un candidato de unidad en el periodo de precampaña. Por qué. Pues porque el objetivo de una precampaña es abrir a la sociedad el proceso democrático interno a través del cual los partidos políticos eligen a sus candidatos.
Claro que para ello se requieren partidos políticos que garanticen la libertad de su militancia para competir todas las candidaturas a puestos de elección popular (presidente, senadores y diputados). Esto, sin embargo, es más una aspiración que una realidad pues la selección de los candidatos no la hace la militancia y mucho menos la sociedad civil. Es por ello que las precampañas terminaron siendo un tiempo muerto cuando los partidos ya saben quién será el o la elegida. No es un fracaso de la legislación sino de la predecible vida interna de los partidos políticos. Y por no poder hacer campaña en la precampaña se quejan dos aspirantes que llevan 5 años haciendo campaña. Un retruécano regulatorio más cortesía, nuevamente, de los redactores y al mismo tiempo agraviados por la ley electoral vigente.
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