RAÚL CARRANCÁ
En las siguientes líneas me atengo única y exclusivamente a lo que ha publicado la prensa escrita, mas por el momento me basta y sobra con la denominación del presente artículo añadiendo que el mismo López Obrador se ha encargado de trazar los rasgos generales de su República. En efecto, en la ceremonia de conmemoración del 101 aniversario de la Revolución llevada a cabo en el Museo Casa de los Hermanos Serdán, en la ciudad capital de Puebla, el precandidato del Movimiento Progresista para la elección presidencial de 2012 aseguró que los problemas de México tienen un trasfondo de pérdida de valores, añadiendo que el amor del que habla corresponde a la forma que en que interactúan los mexicanos y a su felicidad. Manifestó así mismo que en enero presentará los fundamentos de su "República Amorosa".
Ahora bien, de entrada yo no veo cómo sus contrincantes en la carrera por la Presidencia puedan siquiera atacar su idea, ya que lo amoroso implica en el caso un sentimiento de afecto, inclinación y entrega a algo que es la República Mexicana, siendo que esto se complementa en el precandidato con la recuperación de valores perdidos y conquista de la felicidad. ¿Se lo podría tachar de ingenuo, de idealista? Ello no es un defecto sino una virtud que no da materia para las críticas verbales feroces que ya son parte de la atmósfera electoral en el país. ¿Pero los valores positivos, el amor y la felicidad son acaso un ingrediente en el temario político de un aspirante a la Presidencia? No han solido serlo, lo cual no significa que no deban. Alguien o algunos podrían alegar que la de López Obrador es una utopía muy ajena a la realidad política, a la "realpolitik" de los alemanes que sobre todo en política exterior defiende los intereses prácticos más que la teoría o la ética. Y qué, grandes estadistas y gobernantes en el mundo han sido idealistas en este sentido, construyendo una utopía que termina por ser realidad. Lo contrario es comenzar por una realidad, sea la que sea, para mal culminar en una utopía endeble y quebradiza. A mayor abundamiento yo no recuerdo nada semejante o parecido en México salvo, toda proporción guardada, la gesta vasconcelista que con impecable estilo literario y profundidad de conceptos narra Mauricio Magdaleno en "Las Palabras Perdidas" (por cierto, Benito Juárez le encomendó a Gabino Barreda la fundación de la Escuela Nacional Preparatoria, cuyo lema que glosó Vasconcelos es "Amor, orden y progreso"). ¿Será que ha llegado la hora de recuperarlas? Recuperar ideales, valores y hasta sueños políticos, cansados de la jerga de que abusan los políticos. ¿No soñó Nelson Mandela aunque en otro hemisferio geográfico? ¿No soñó Morelos en sus "Sentimientos de la Nación"? Repito, me atengo a cabos sueltos de un andar peregrino, el de López Obrador. Fortalecer los valores culturales, morales y espirituales; cumplir con las dos grandes demandas inconclusas de la Revolución Mexicana, la democracia y la justicia. Si eso es "La República Amorosa" hay que darle entonces la bienvenida. Ojalá no desfallezca la izquierda, ni enturbien su navegar las aguas procelosas de la inquina y la soberbia. Me refiero a la izquierda esencial, no a la circunstancial en que los partidos, los grupos y los corpúsculos se pelean y gritan alborotados por gente mezquina. Yo estoy convencido, igual que millones de mexicanos, de que México necesita, reclama, un cambio radical. Y siento como ciudadano y elector que la República Amorosa se emparienta con los ideales de la Raza Cósmica a la que pertenecemos. ¿Es un sueño? ¿Y quién ha dicho que soñar no es válido en la política? El país se halla hastiado, acongojado, afligido. Un casi sexenio de muertes y sangre, de violaciones constitucionales, de leyes torcidas, de atentados a las garantías y derechos de las personas, nos impulsa a substituir en 2012 lo pésimo por lo mejor. Lo merece la República y lo merecemos los gobernados.
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