RODRIGO MORALES MANZANARES
El día de ayer el doctor Ciro Murayama, uno de los 17 aspirantes seleccionados hace más de un año para ocupar el cargo de consejero electoral en el IFE, remitió un escrito a la Junta de Coordinación Política de la Cámara de Diputados manifestando su decisión irrevocable de declinar a la aspiración de ocupar el cargo para el que concursó.
En su texto, el ex aspirante pondera la importancia histórica del IFE, reflexiona sobre la naturaleza del cargo de consejero electoral y celebra la existencia de un mecanismo que, al exigir las dos terceras partes de la votación, pretende garantizar la autonomía de gestión de dichos funcionarios. Sin embargo, frente al abusivo incumplimiento de los plazos, Murayama se lamenta de la deslealtad de los legisladores hacia el IFE, y declina su aspiración.
Me parece que no sólo la junta de coordinación se pierde de uno de los mejores perfiles para ocupar el cargo de consejero, sino que se pone en evidencia la grave crisis política por la que atravesamos. Una primera cosa que llama la atención es la temeraria apuesta de los partidos, todos, en la Cámara. Difícil encontrar un mecanismo eficiente para que los partidos asuman su despropósito, pero es evidente que los diputados son corresponsables de la calidad de los próximos comicios.
Claro que en la repartición colectiva de culpas la responsabilidad se diluye, pero el retroceso institucional que para la democracia supone el funcionamiento anómalo del IFE es un dato histórico del que difícilmente se van a poder sustraer. Preocupa por supuesto que se desdeñe el hecho de contar con un árbitro fuerte. Al final del día, quien gane la contienda será quien más terminará extrañando la fortaleza institucional de las autoridades electorales. Al tiempo.
Por otra parte, pareciera que los partidos apenas están descubriendo las reglas que ellos mismos redactaron hace unos años. Dos ejemplos lo ilustran. La revelación de que la próxima semana deberán registrar sus convenios de coaliciones electorales han apurado negociaciones sobre las rodillas. Eso cuando aún no están del todo claras las reglas con las que procesarán sus procesos de selección interna. Pero eso dice la ley: primero se escogen los aliados y después a los candidatos propios.
Otro ejemplo son las precampañas. No todos parecen tener claro que, si optan por un candidato de unidad, el tiempo de las precampañas no podrá ser utilizado por su abanderado, dado que no habría contienda interna. De nuevo eso dice la ley, desde hace mucho tiempo. El Cofipe existe. En fin, que parece un mal crónico la incapacidad de los partidos políticos para fijar prioridades. Y en esa impericia arrastran instituciones y siembran riesgos.
La declinación de Ciro Murayama apunta no sólo a la indolencia de los legisladores, sino que recuerda el trato indigno que un grupo de 17 ciudadanos destacados han sufrido a lo largo de casi 13 meses. Finalmente, ojalá sirva como recordatorio a los señores diputados: el IFE todavía existe y hay que cuidarlo. Coincido con Murayama cuando dice: “Todo tiene un límite”; sólo espero que los legisladores pronto lo encuentren.
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