Cuando Jean François Revel sentenció de cara a la historia aquello de que “las revoluciones o sirven para centralizar aún más el poder o no sirven para nada”, en un principio, semejante afirmación tan radical, me pareció ciertamente exagerada. Por esa razón decidí repasar algunos de los recientes movimientos armados a lo largo y ancho del mundo, para estar en condiciones de refutar, en su caso, dicha aseveración. En China, a modo de ejemplo, cuando la terrible dictadura de Chiang Kai-shek, fue derrocada por Mao Tse-tung en 1948, analistas y observadores supusieron que el arribo de los comunistas al poder después de una interminable revolución, implicaría igualmente el arribo de la democracia y de la libertad. Sin embargo, la tiranía china se perpetuó hasta nuestros días concentrando aún más el poder en unas cuantas manos. En el caso de Rusia cualquiera hubiera podido imaginar que, después de la destrucción del imperio zarista por los soviets, advendría una república democrática con una clara división de poderes al estilo occidental. ¿Resultado? Después de siglos de una brutal y no menos cruel tiranía zarista extinguida por medio de una sangrienta revolución, a cambio se instaló la “dictadura del proletariado”, en la que, de nueva cuenta, fueron cancelados los más elementales derechos del hombre. En este brevísimo análisis resulta imposible ignorar la revolución cubana detonada en la Sierra Maestra para derrocar a la dictadura de derecha ejercida por Fulgencio Batista. ¿Acaso los cubanos no fueron engañados esta vez por Fidel Castro, cuando al concluir el movimiento armado, se instaló otra espantosa dictadura, ahora de derecha, encabezada por ese salvaje primate caribeño que ha usurpado la voluntad de los suyos por más de medio siglo? Al igual que China y Rusia y ahora Cuba, las sangrientas revoluciones sólo sirvieron para centralizar más el poder o no sirvieron para nada. ¿México fue la excepción que escapó a la sentencia de Revel? ¡Por supuesto que no! Cuando en 1915 concluyó la última parte del movimiento armado originado en razón de las diferencias existentes, ahora entre Carranza y Villa, la población agotada, mutilada y enlutada después de haber asistido a la muerte de más de un millón de mexicanos y de la destrucción de la economía, pensó que gozaba de un legítimo derecho para instaurar finalmente la democracia en nuestro país. Habíamos pagado un precio muy elevado para derrocar a la dictadura de Porfirio Díaz, así como la de Victoriano Huerta. ¿Quién podría disputarle a México su derecho a la libertad, a la evolución y al progreso? Sólo que la terrible revolución de 1913 nada más sirvió para centralizar aún más el poder. El primero que intentó hacerlo fue el propio Venustiano Carranza, quien murió asesinado a balazos por Obregón y sus corifeos, después de que aquél trató de eternizarse en el mando supremo imponiendo la triste figura de Ignacio Bonillas. Obregón, por su parte, una vez ungido presidente, en aras de un ejercicio absoluto de sus poderes, mandó también asesinar o secuestrar a legisladores y periodistas, además de liquidar a la inmensa mayoría de sus colaboradores militares que se habían batido junto con él en el campo del honor para aplastar al huertismo. Deseoso de ser enterrado con la banda presidencial cruzada en el pecho, el Manco de Celaya no se detuvo en sus propósitos cuando decidió desconocer el principal postulado de la Revolución Mexicana como fue el Sufragio Efectivo, no Reelección… Cuando se reeligió en 1928 fue asesinado entonces por Calles y por la Iglesia católica. ¿Democracia? ¡Ninguna! ¿Concentración del poder? ¡Sí!, a pesar de la revolución. Calles tampoco fue la excepción, no sólo al alterar una y otra vez el resultado de las elecciones locales y federales a su favor y al controlar al Poder Judicial y al Legislativo como meros apéndices del Ejecutivo. Si algo demostró de nueva cuenta la centralización del poder fue la imposición del oprobioso maximato callista, del que nadie quiere acordarse.La experiencia mundial nos debe confirmar a los mexicanos la importancia de preservar nuestra incipiente democracia que, aun cuando desprovista ya de caudillos, dictadores y tiranos, con el tiempo nos permitirá arribar al esplendor de la libertad por más que el camino sea tortuoso y difícil. No perdamos la paciencia y continuemos construyendo el futuro a pesar de todas las dificultades… Ya sabemos para qué sirven las revoluciones…
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