viernes, 13 de noviembre de 2009

EL BERLIN QUE HE VISTO EN 50 AÑOS

HERMILIO LÓPEZ-BASSOLS

He tenido la fortuna de visitar en seis ocasiones la actual capital de la República Federal Alemana. La primera en 1964, en plena guerra fría; luego en 1968, cuando los ecos del movimiento estudiantil en Francia no traspasaron el Rhin; alguna vez estuve en invierno con un frío atroz, y de nueva cuenta un año antes de la caída del Muro. Más tarde volví en el ´97 y acabo de visitarla en 2008.
Por esta vez no voy hacer alusión al derribamiento del muro de Berlín, dado que torrentes de tinta se han utilizado para ello, generalmente con aviesos propósitos y también, porque cuando esos hechos ocurrieron, se inició la gran ofensiva contra la capital de El Salvador por el FMLN, de la que fuimos testigos e inclusive actores en nuestra vida diplomática.
Era Berlín en 1964 una ciudad que no se incluía en los recorridos turísticos por Europa, quizá porque su acceso era complicado. En Potsdam se decidió la división de la capital prusiana en cuatro sectores: británico, francés, estadunidense y, del otro lado, el ruso, que después se convertiría en la capital de la RDA. Para acceder por carretera, había solamente dos carreteras, la que venía de Hannover y la que venía de Munich; se solicitaba una visa, dado que se cruzaba parte del territorio de la RDA y se pagaba un impuesto. Había, por tanto, aduanas, tanto en el primer punto de la RDA como en Berlín. Más que visitar Berlín occidental, con una población de 3 millones, que contaba con magníficas avenidas arboladas, tiendas de primera, hoteles de lujo y varios museos, interesaba cruzar a Berlín oriental. Existía el Muro y, por tanto, había sólo ciertos puntos de paso, entre ellos el famoso Charlie Point, donde los extranjeros en autobuses se detenían una media hora para revisar pasaportes y el trasporte mismo a base de espejos en el suelo. "Entrabamos al país del comunismo". La ciudad era austera, con arquitectura estanilista, destacaban el Arco de Brandenburgo, la avenida Unter der Linden, la Universidad Humboldt, la plaza Alexander con los bustos de Marx y Engels, el monumento a los soldados caídos, el museo Pérgamo, la catedral, el teatro Gorki y el Parlamento, que todavía conservaba vestigios de la guerra y obviamente no se mencionaba que allí había llegado el Ejército Rojo, luego de la liberación del este europeo, logrando el Mariscal Zhukov la rendición de la Alemania nazi. Después de ese recorrido en que se hacían escalas para fotografiar pero no se permitía bajar del autobús, se regresaba a Berlín del oeste. En 1968, regresé a la ciudad en automóvil, visitando algunos museos donde se encontraban tanto la Nefertiti como el Hombre del yelmo dorado de Rembrandt. Me impresionó en el invierno la multitud de turcos reunidos en la estación de tren y el pavoroso frío que hacía. Ya para el 88 se habían construido monumentos al Holocausto de un lado y un soberbio edificio para la sede del partido comunista, del otro. Pasamos al este y fuimos a la ópera, magnifica, mientras mi hija Sophia dormía en la embajada de México. Todo fue diferente en 1997, ¡no había muro¡, pero el contraste entre las dos ciudades persistía, baste mencionar las estaciones de tren, donde se tomaba el pulman a Varsovia, era sucia, sin servicios, obscura y con numerosos beodos alrededor, al llegar a la frontera con la República Checa, cientos de chicas apostadas en la carretera ofreciendo sus "servicios". Mas el gran cambio sucedió hace dos años, encontramos un aeropuerto moderno, centenas de cuadras de Berlín este destruidas para dar paso a enormes edificios, el maravilloso edificio de la Cancilleria, el Reichstag restaurado, la isla de los Museos, el río Spree, la estación de tren donde cada minuto pasan dos trenes suburbanos, regionales o internacionales. Pero caminando por las calles en busca de un buen platillo berlinés, en el antiguo este, vi a los viejos meditando si en verdad convino el cambio, ahora que los apartamentos les cuestan tanto, la electricidad, la calefacción, la educación son tan caras, la salud también, aunque ahora gocen de la ...libertad. Bien se pueden pasear por Kurfursterdamm con las mejores tiendas del mundo, pero ellos no pueden comprar nada, quizá al regresar al este, una deliciosa cerveza y un plato de arenques del Báltico, viendo el busto de Carlos Marx, retratado por un grupo de japoneses.

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