Las elecciones de 1946 pueden servir para examinar cuál es el papel del "factor americano" en nuestros procesos políticos
Hipótesis
El México normal está hoy metido de lleno en su crisis compuesta -económica, política, jurídica, moral- y tratando de sobrevivir. En contraste, el México político vive en otra dimensión: la del proceso electoral del 2012. Por tanto, es un buen momento para discutir un asunto viejo: ¿cuál y cuánta es la influencia de la superpotencia del norte en nuestras elecciones? Aquí se sostiene esta hipótesis: por acción u omisión el "factor norteamericano" es una variable que siempre entra en este juego aunque raras veces es la determinante. México es ya un sistema demasiado complejo como para ser manipulado desde fuera con facilidad y, además, casi siempre Estados Unidos ha tenido en su agenda otras intervenciones más urgentes.
A partir de la intervención norteamericana en las caídas de los gobiernos de Francisco I. Madero y Victoriano Huerta en 1913-1914 ha sido frecuente escuchar que tal o cual candidato llegó o no llegó al poder por voluntad de Estados Unidos. Para revisar este supuesto y sustituir las meras opiniones por algo mejor, es útil revisar unas elecciones importantes como las de 1946 con el apoyo de archivos -en este caso, los Archivos Nacionales de Washington, Departamento de Estado (ANW).
El punto de partida
Las grandes potencias también se equivocan. En 1945 el embajador americano en México, George S. Messersmith, partió de una apreciación justa: la sucesión presidencial en puerta iba a marcar por mucho tiempo el futuro de México (ANW, 812.00/1-1246 y 812.00/2-2645, 12 de enero y 26 de febrero, 1945). Donde ya no fue tan acertado fue en insistir que el meollo de esa elección era el enfrentamiento entre derecha e izquierda, entre las fuerzas que buscaban cooperar con Estados Unidos y las nacionalistas que objetaban esa colaboración. Para el diplomático, el ex presidente Lázaro Cárdenas y Vicente Lombardo Toledano, el líder sindical, eran las cabezas de esas fuerzas nacionalistas de izquierda que se empeñaban en acabar con la gran alianza México-Estados Unidos, creada al calor de la Segunda Guerra Mundial.
Aunque el concepto de Guerra Fría no se había aún acuñado -eso lo haría Bernard Baruch en 1947-, su esencia -el choque global entre Estados Unidos y la URSS- ya operaba y coloreaba la visión con que el gobierno norteamericano juzgaría su relación con el proceso político mexicano. Desde esa perspectiva, el ex presidente Cárdenas se convertía en un obstáculo para el progreso de México y para la relación de ese país con su vecino del norte. Y el problema no era sólo Cárdenas sino también muchos otros elementos incrustados en el gobierno -el embajador se refería a personajes como Eduardo Suárez, secretario de Hacienda, o Ramón Beteta- que sólo esperaban el momento adecuado para "darnos una puñalada por la espalda" (ANW, 812.002/1-845 y 812.00/1-1246, 8 y 12 de enero de 1945).
El candidato de la embajada
Para el embajador, en las circunstancias del momento, la persona ideal para hacerse cargo de los destinos de México era el canciller Ezequiel Padilla, "persona honesta y de buenas actitudes" y arquitecto de la relación más armoniosa que hasta entonces habían tenido Estados Unidos y México. Sin embargo, y éste es un punto importante, el embajador aceptaba que pese a que le iba mucho en su resultado, a Estados Unidos no le convenía meterse directamente en el complejo proceso mexicano y ni siquiera podía dar la apariencia de tener preferencias porque eso daría municiones a los enemigos de su candidato que ya lo acusaban de entreguista (ANW, 812.00/6-1445, 14 de junio, 1945).
El sistema
Oficialmente Washington consideraba a México como una democracia, pero siempre supuso que las elecciones no serían ni libres ni equitativas. En México ya había un espíritu democrático pero no las instituciones para hacerlo realidad y por eso triunfaría quien contara no con los votos sino con la maquinaria oficial (ANW, 812.00/1-1246 y 4-2646, 12 de enero y 26 de abril, 1945 y 812.00/3-3046, 4-246, 7-146, 7-246 y 7-336, 30 de marzo, 2 de abril y 1, 2 y 3 de julio, 1946). Y es que finalmente en México "el concepto de elecciones libres era relativo".
A quienes no quería la embajada
Para los diplomáticos norteamericanos el peor de los escenarios era que el PRM designara candidato al general Miguel Henríquez Guzmán, pues era la carta del cardenismo (ANW, 812.00/3-445, 4 de marzo, 1945). Cuando Henríquez, tras sus entrevistas con Ávila Camacho renunció a sus pretensiones presidenciales, la embajada respiró con más tranquilidad, aunque no por mucho tiempo, pues le incomodó en extremo que Ávila Camacho se hubiera visto "obligado" a aceptar a su secretario de Gobernación, Miguel Alemán, como candidato oficial. Messersmith tenía la peor de las opiniones de Alemán: no sólo era corrupto, con posibles simpatías por El Eje durante la guerra sino que era de "carácter débil" y podría dejarse influir por quienes le apoyaban, y entre ellos se encontraban Cárdenas, Lombardo, la CTM y el Partido Comunista (ANW, 812.00/1-1246, 12 de enero, 1945). En contraste, Padilla era el elemento clave para continuar la buena relación por ser un moderado y tener la fuerza de carácter de sostener su convicción en torno a la necesidad de mantener una buena relación con Estados Unidos (ANW, 812.00/9-2745, 4 de octubre, 1945).
En busca del apoyo de Washington
Miguel Alemán se percató pronto que para asegurar la Presidencia le convenía no tener el veto norteamericano, que había que ganarse al menos la neutralidad de Washington. En marzo de 1945, Alemán preguntó directamente a un funcionario de la embajada norteamericana a qué candidato presidencial apoyaría Washington en México. Tal pregunta obligó a la embajada a asegurar que Estados Unidos no se iba a meter para nada en ese asunto (ANW, 812.00/3-1645, 16 de marzo, 1945). Inconforme, en agosto, Alemán decidió tomar al toro por los cuernos y en dos ocasiones pidió una entrevista con Messersmith "en un sitio discreto". Para entonces, Alemán ya había declarado públicamente su apoyo y compromiso con la política de la Buena Vecindad. Finalmente Washington aceptó que mientras el embajador se ausentaba, Alemán se entrevistara con Guy W. Ray, primer secretario de la embajada. El memorándum de esa conversación no tiene desperdicio.
El candidato aseguró al norteamericano que, ya como Presidente, mantendría la política de cooperación con Estados Unidos y, llegado el momento, se iba a deshacer de Lombardo para evitar que tuvieran alguna influencia en su administración. A final de año, Ray tuvo otra entrevista con un "informante" cercano a Alemán y a Ramón Beteta. En esa ocasión, lo que el enviado buscó fue asegurar al estadounidense que ya estaba en curso dentro del alemanismo la lucha contra la izquierda y que Ramón Beteta, si bien había servido en el gabinete de Cárdenas, con Alemán sería el defensor de una política de cercanía con Washington (ANW, 812.00/11-345, 3 de noviembre, 1945).
En 1946, en vísperas de las elecciones, Padilla decidió también jugar su carta de la embajada y, tras hacer declaraciones anticomunistas, buscó que Estados Unidos se decidiera a tomar partido aunque de manera indirecta. Para ello logró una entrevista con el embajador, pero éste ya no era su amigo Messersmith sino alguien recién llegado: Walter Thurston. Ahí Padilla se definió a sí mismo como un demócrata, un pro americano y un anticomunista y, a cambio, pidió que el gobierno de Washington le hiciera saber a Ávila Camacho que no se toleraría que un fraude electoral decidiera la sucesión presidencial, pues una elección fraudulenta para imponer a Alemán podría llevar a un levantamiento popular y si, pese a ello, Estados Unidos insistía en reconocer a su rival, entonces se destruiría en México el sentimiento pro americano que había nacido durante la guerra (y que él, Padilla, había alentado). Thurston escuchó pero no se comprometió a nada (ANW, 812.00/6-1946, 19 de junio de 1946). Desa- fortunadamente para Padilla, para entonces, y sin haberse desgastado con intervenciones abiertas, Washington ya tenía entonces a Alemán en el bolsillo. Lo ocurrido posteriormente muestra que Alemán cumplió cabalmente, como Presidente, lo que antes prometiera a Messersmith.
Conclusión
La ideología de la gran potencia distorsionó la visión de la realidad mexicana y Washington no logró que México adoptara su punto de vista. La intervención directa norteamericana en el proceso electoral fue mínima pero por su gran peso en México tuvo efectos significativos. Finalmente, el proceso mostró que el nacionalismo mexicano sí contuvo en algo a Estados Unidos y que lo mejor de ese nacionalismo estuvo en la izquierda, no en la derecha.
Hipótesis
El México normal está hoy metido de lleno en su crisis compuesta -económica, política, jurídica, moral- y tratando de sobrevivir. En contraste, el México político vive en otra dimensión: la del proceso electoral del 2012. Por tanto, es un buen momento para discutir un asunto viejo: ¿cuál y cuánta es la influencia de la superpotencia del norte en nuestras elecciones? Aquí se sostiene esta hipótesis: por acción u omisión el "factor norteamericano" es una variable que siempre entra en este juego aunque raras veces es la determinante. México es ya un sistema demasiado complejo como para ser manipulado desde fuera con facilidad y, además, casi siempre Estados Unidos ha tenido en su agenda otras intervenciones más urgentes.
A partir de la intervención norteamericana en las caídas de los gobiernos de Francisco I. Madero y Victoriano Huerta en 1913-1914 ha sido frecuente escuchar que tal o cual candidato llegó o no llegó al poder por voluntad de Estados Unidos. Para revisar este supuesto y sustituir las meras opiniones por algo mejor, es útil revisar unas elecciones importantes como las de 1946 con el apoyo de archivos -en este caso, los Archivos Nacionales de Washington, Departamento de Estado (ANW).
El punto de partida
Las grandes potencias también se equivocan. En 1945 el embajador americano en México, George S. Messersmith, partió de una apreciación justa: la sucesión presidencial en puerta iba a marcar por mucho tiempo el futuro de México (ANW, 812.00/1-1246 y 812.00/2-2645, 12 de enero y 26 de febrero, 1945). Donde ya no fue tan acertado fue en insistir que el meollo de esa elección era el enfrentamiento entre derecha e izquierda, entre las fuerzas que buscaban cooperar con Estados Unidos y las nacionalistas que objetaban esa colaboración. Para el diplomático, el ex presidente Lázaro Cárdenas y Vicente Lombardo Toledano, el líder sindical, eran las cabezas de esas fuerzas nacionalistas de izquierda que se empeñaban en acabar con la gran alianza México-Estados Unidos, creada al calor de la Segunda Guerra Mundial.
Aunque el concepto de Guerra Fría no se había aún acuñado -eso lo haría Bernard Baruch en 1947-, su esencia -el choque global entre Estados Unidos y la URSS- ya operaba y coloreaba la visión con que el gobierno norteamericano juzgaría su relación con el proceso político mexicano. Desde esa perspectiva, el ex presidente Cárdenas se convertía en un obstáculo para el progreso de México y para la relación de ese país con su vecino del norte. Y el problema no era sólo Cárdenas sino también muchos otros elementos incrustados en el gobierno -el embajador se refería a personajes como Eduardo Suárez, secretario de Hacienda, o Ramón Beteta- que sólo esperaban el momento adecuado para "darnos una puñalada por la espalda" (ANW, 812.002/1-845 y 812.00/1-1246, 8 y 12 de enero de 1945).
El candidato de la embajada
Para el embajador, en las circunstancias del momento, la persona ideal para hacerse cargo de los destinos de México era el canciller Ezequiel Padilla, "persona honesta y de buenas actitudes" y arquitecto de la relación más armoniosa que hasta entonces habían tenido Estados Unidos y México. Sin embargo, y éste es un punto importante, el embajador aceptaba que pese a que le iba mucho en su resultado, a Estados Unidos no le convenía meterse directamente en el complejo proceso mexicano y ni siquiera podía dar la apariencia de tener preferencias porque eso daría municiones a los enemigos de su candidato que ya lo acusaban de entreguista (ANW, 812.00/6-1445, 14 de junio, 1945).
El sistema
Oficialmente Washington consideraba a México como una democracia, pero siempre supuso que las elecciones no serían ni libres ni equitativas. En México ya había un espíritu democrático pero no las instituciones para hacerlo realidad y por eso triunfaría quien contara no con los votos sino con la maquinaria oficial (ANW, 812.00/1-1246 y 4-2646, 12 de enero y 26 de abril, 1945 y 812.00/3-3046, 4-246, 7-146, 7-246 y 7-336, 30 de marzo, 2 de abril y 1, 2 y 3 de julio, 1946). Y es que finalmente en México "el concepto de elecciones libres era relativo".
A quienes no quería la embajada
Para los diplomáticos norteamericanos el peor de los escenarios era que el PRM designara candidato al general Miguel Henríquez Guzmán, pues era la carta del cardenismo (ANW, 812.00/3-445, 4 de marzo, 1945). Cuando Henríquez, tras sus entrevistas con Ávila Camacho renunció a sus pretensiones presidenciales, la embajada respiró con más tranquilidad, aunque no por mucho tiempo, pues le incomodó en extremo que Ávila Camacho se hubiera visto "obligado" a aceptar a su secretario de Gobernación, Miguel Alemán, como candidato oficial. Messersmith tenía la peor de las opiniones de Alemán: no sólo era corrupto, con posibles simpatías por El Eje durante la guerra sino que era de "carácter débil" y podría dejarse influir por quienes le apoyaban, y entre ellos se encontraban Cárdenas, Lombardo, la CTM y el Partido Comunista (ANW, 812.00/1-1246, 12 de enero, 1945). En contraste, Padilla era el elemento clave para continuar la buena relación por ser un moderado y tener la fuerza de carácter de sostener su convicción en torno a la necesidad de mantener una buena relación con Estados Unidos (ANW, 812.00/9-2745, 4 de octubre, 1945).
En busca del apoyo de Washington
Miguel Alemán se percató pronto que para asegurar la Presidencia le convenía no tener el veto norteamericano, que había que ganarse al menos la neutralidad de Washington. En marzo de 1945, Alemán preguntó directamente a un funcionario de la embajada norteamericana a qué candidato presidencial apoyaría Washington en México. Tal pregunta obligó a la embajada a asegurar que Estados Unidos no se iba a meter para nada en ese asunto (ANW, 812.00/3-1645, 16 de marzo, 1945). Inconforme, en agosto, Alemán decidió tomar al toro por los cuernos y en dos ocasiones pidió una entrevista con Messersmith "en un sitio discreto". Para entonces, Alemán ya había declarado públicamente su apoyo y compromiso con la política de la Buena Vecindad. Finalmente Washington aceptó que mientras el embajador se ausentaba, Alemán se entrevistara con Guy W. Ray, primer secretario de la embajada. El memorándum de esa conversación no tiene desperdicio.
El candidato aseguró al norteamericano que, ya como Presidente, mantendría la política de cooperación con Estados Unidos y, llegado el momento, se iba a deshacer de Lombardo para evitar que tuvieran alguna influencia en su administración. A final de año, Ray tuvo otra entrevista con un "informante" cercano a Alemán y a Ramón Beteta. En esa ocasión, lo que el enviado buscó fue asegurar al estadounidense que ya estaba en curso dentro del alemanismo la lucha contra la izquierda y que Ramón Beteta, si bien había servido en el gabinete de Cárdenas, con Alemán sería el defensor de una política de cercanía con Washington (ANW, 812.00/11-345, 3 de noviembre, 1945).
En 1946, en vísperas de las elecciones, Padilla decidió también jugar su carta de la embajada y, tras hacer declaraciones anticomunistas, buscó que Estados Unidos se decidiera a tomar partido aunque de manera indirecta. Para ello logró una entrevista con el embajador, pero éste ya no era su amigo Messersmith sino alguien recién llegado: Walter Thurston. Ahí Padilla se definió a sí mismo como un demócrata, un pro americano y un anticomunista y, a cambio, pidió que el gobierno de Washington le hiciera saber a Ávila Camacho que no se toleraría que un fraude electoral decidiera la sucesión presidencial, pues una elección fraudulenta para imponer a Alemán podría llevar a un levantamiento popular y si, pese a ello, Estados Unidos insistía en reconocer a su rival, entonces se destruiría en México el sentimiento pro americano que había nacido durante la guerra (y que él, Padilla, había alentado). Thurston escuchó pero no se comprometió a nada (ANW, 812.00/6-1946, 19 de junio de 1946). Desa- fortunadamente para Padilla, para entonces, y sin haberse desgastado con intervenciones abiertas, Washington ya tenía entonces a Alemán en el bolsillo. Lo ocurrido posteriormente muestra que Alemán cumplió cabalmente, como Presidente, lo que antes prometiera a Messersmith.
Conclusión
La ideología de la gran potencia distorsionó la visión de la realidad mexicana y Washington no logró que México adoptara su punto de vista. La intervención directa norteamericana en el proceso electoral fue mínima pero por su gran peso en México tuvo efectos significativos. Finalmente, el proceso mostró que el nacionalismo mexicano sí contuvo en algo a Estados Unidos y que lo mejor de ese nacionalismo estuvo en la izquierda, no en la derecha.
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