La semana pasada presenciamos lo que resulta habitual en nuestro medio: un ataque feroz en contra de la revista Proceso, en forma directa contra su redactor Ricardo Ravelo, a quien se le acusa de haber exigido una cantidad considerable a Sergio Villarreal con el objeto de que dejara de publicar artículos en su contra. Por supuesto que, de paso, se mencionó con toda la mala intención del mundo a Julio Scherer, fundador y presidente del consejo de administración de Comunicación e Información, SA de CV, que edita Proceso, hoy dirigida por Rafael Rodríguez Castañeda. Por supuesto que me comuniqué con Julio Scherer. Tengo el privilegio de su amistad desde hace bastantes años, curiosamente por haber coincidido en los desayunos de los viernes que fundó don Juan Sánchez Navarro, también un amigo entrañable de ambos. Le hablé a Julio para hacerle presente mi molestia y me contestó, tan tranquilo, que ya estaba acostumbrado. Le dije a Julio que esperaba con harta curiosidad el Proceso de esta semana, que seguramente contestaría las imputaciones. Este lunes lo adquirí. Me llamó la atención la fotografía de la portada, en la que aparecen el presidente Calderón y con una notable caravana, Joaquín López Dóriga, estrella de Televisa, y un comentarista notable, sin duda alguna. Pero por lo visto López Dóriga ha sido el principal impulsor de la versión de que Ricardo Ravelo había recibido una cantidad impresionante –50 mil dólares– a cambio de no volver a publicar nada en contra de Sergio Villarreal Barragán, El Grande. En el número más reciente, 1779, distribuido el pasado domingo, pude satisfacer mi curiosidad tanto con el artículo inicial de Rafael Rodríguez Castañeda como con el amplísimo reportaje de Ricardo Ravelo en el que relata con todo detalle lo que se ha publicado en Proceso a propósito de El Grande desde la época en que supuestamente le pagó a Ravelo (entre 2003 y 2006) para que no publicara nada en su contra. La frecuencia con que eso ha ocurrido, relatada con todo detalle, a partir del 4 de marzo de 2007, se complementa con muchos artículos posteriores de diversos reporteros y de Ravelo y en un artículo con la firma del propio Ravelo de 28 de noviembre pasado. Sin la menor duda, esas publicaciones prueban, de sobra, que es absolutamente falsa la imputación que le hicieron a Proceso y a Ricardo Ravelo de haber recibido la cantidad mencionada a cambio de un silencio que no se ha producido. Es evidente que Proceso es una publicación crítica del funcionamiento del régimen actual, como lo fue durante la presidencia de Vicente Fox. Y resulta evidente que una publicidad negativa, con los medios más importantes, sobre todo de la televisión, solamente se explica si se atribuye a las autoridades de todos los niveles el protagonismo absoluto en la campaña. Esto hace reforzar la tesis de que la libertad de prensa no pasa de ser, en nuestro país, una linda pretensión, eso sí, fundada en el principio de la libertad de expresión y el derecho a la información que consagra el artículo sexto constitucional. Pero la presión política o de otros intereses ciertamente pasa por encima de ese derecho fundamental. Son muchos los procedimientos para llevarlo a cabo y no es el menor, el atractivo para algunos medios que supone la publicidad originada en el gobierno. Ciertamente tiene razón Julio Scherer cuando afirma que ya está acostumbrado a ese tipo de problemas. El recuerdo de la dirección de Excélsior, que estaba a su cargo y acabó de mala manera por las presiones externas, hizo a Julio un experto en la resistencia, de la misma manera que es, desde hace mucho tiempo, un periodista ejemplar. Sin embargo, preocupa que ocurra esto. El periodismo, que es una actividad que el tiempo actual, sin faltar los antecedentes, demuestra que es peligrosa, merece un respeto absoluto. En mi caso hay, además, el antecedente histórico: a mediados del siglo XIX el que fue mi abuelo, Fernando Lozano, publicaba en España un periódico que intitulaba Las Dominicales del Libre Pensamiento. Ya se puede imaginar que su sentido crítico, expresado en el nombre del periódico, no le hacía ninguna gracia ni al gobierno monárquico ni a la Iglesia católica. Por ello llevo en el alma mi admiración por el periodismo crítico.
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