jueves, 2 de diciembre de 2010

CRIMEN DE LESA HUMANIDAD

FERNANDO SERRANO MIGALLÓN

En la vieja tradición judía había tres crímenes que clamaban la venganza del cielo: derramar la sangre de un hermano, retener el sueldo del trabajador y permitir que un animal esté presente cuando se sacrifica a sus crías o se toman sus huevos. En esos casos, ni Dios estaba facultado para ejercer el perdón y existía una especie de venganza cósmica destinada a restablecer el equilibrio roto por la crueldad. Siempre, en todas las culturas y en cada etapa histórica, hay extremos en los que el crimen excede la capacidad de perdón y olvido. En nuestra época los llamamos crímenes de lesa humanidad, esto es, los que ofenden la dignidad del ser humano,independientemente de cualquier criterio que se pretenda usar como justificación. Dicho en palabras llanas: “hay cosas que no se hacen”.
Para muchos gobiernos, el terrorismo se convierte en una forma de hacer el trabajo sucio, dentro y fuera de su territorio. Según las potencias, en la soberbia del poder, parecieran ser los grupos terroristas aliados de ocasión a quienes puede usarse y luego desecharlos, como a los antiguos mercenarios del Renacimiento. Esta doble moral respecto de la abominable práctica del terrorismo ha impedido que sea declarado universalmente crimen de lesa humanidad.
Esto significaría que, quien fuera encontrado culpable de un ataque terrorista, sin importar su bandera o sus proporciones, no podría ser indultado ni acogerse al beneficio de una reforma legislativa, no podría gozar del perdón del ofendido ni aspirar a que la prescripción de la acción penal deje impune su ataque. Desde luego, esto obedece a una elementalmente sana razón: no hay motivo por el cual el terrorismo deba seguir restringido a las legislaciones nacionales. Al contrario, darle el estatuto de crimen de lesa humanidad significaría que, como Caín, el terrorista lleve la marca de su crimen y cualquier autoridad en cualquier lugar del mundo debe perseguirlo. Llevar el terrorismo al estamento jurídico que tienen la tortura o el genocidio sería, no sólo un avance en la defensa de la humanidad frente los ataques de la intolerancia y el fanatismo sino, además, implicaría que un Estado no podría valerse de grupos terroristas como fuerzas armadas irregulares, de espionaje o desestabilización, ni tendrían la opción, como ahora sucede, de descriminalizar sus hechos con argumentos de todo tipo con base en la falsa ilusión de valerse de sus servicios como aliados leales.
El terrorismo, la experiencia nos lo ha enseñado a un costo enorme en muertes, es la negación absoluta de la vida política, no solamente porque a la razón opone la brutalidad de la fuerza, sino porque se basta a sí mismo y se niega a toda forma de diálogo.
Es una fuerza que no tiene que ver con el cumplimiento de sus respectivas metas o con la conquista de sus reivindicaciones, porque su fin último va más allá de los objetivos coyunturales y se erige como el dominio de una civilización sobre las demás, mediante el miedo, el silencio y la muerte

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