El PAN tiene no sólo el reto de fortalecer su unidad interna como un valor estratégico de su ética política y en su lógica de lucha electoral sino y, sobre todo, su identidad ideológica y su tradición democrática.
Estos valores constituyen el desafío de la nueva dirigencia que encabezará Gustavo E. Madero y, dentro de ellos, preservar la autonomía del partido frente al gobierno, así como generar las condiciones de transparencia e imparcialidad en los procesos de selección de sus candidatos a las elecciones del 2012, de tal manera que concurra la mayor participación ciudadana posible.
La verdadera unidad está fincada en la lealtad a los principios y valores, mucho más que en la distribución de posiciones entre los grupos de influencia en el partido, ya sea el oficialismo calderonista o los gobernadores. De no afirmarse otra vez los motivos originales que le permitieron llegar al poder, el PAN puede desaprovechar la tercera oportunidad que parece tener.
Ese diagnóstico lo tenían todos los candidatos a la dirigencia nacional, todos coincidían en que el problema mayor radica en el disimulo con el que hoy se toleran en la vida del PAN una serie de prácticas de manufactura priísta y la forma en que, rápida y cómodamente, importantes actores políticos se instalaron en el disfrute del poder y no en la concresión de sus obligaciones.
A lo largo de la campaña interna, Ramírez Acuña no vaciló en llamar a las cosas por su nombre. Sin contemplaciones a la corrupción ni autoengaños, expuso hechos que pretenden pasar como normales, la onda grupera entre ellos. La ha descrito con enorme valor en su discurso ante el Consejo Nacional: “Siempre dijimos que la presencia de grupos al interior del partido enriquecía nuestra vida institucional... Pero en tiempos recientes me preocupa que el principal fin de esas corrientes de opinión ya no es la búsqueda del bien del partido ni del bien común, sino la aniquilación del adversario, la conquista indiscriminada de posiciones y la protección de intereses... antes nuestros principales problemas eran por la diferencias de ideas o visiones, mientras que hoy nuestro principal problema es una lucha desmedida por el poder”.
Roberto Gil —quien más descolló en esta contienda en términos de sus dotes intelectuales en el pensamiento humanista— explicó realidades desnudas: “Es tiempo de recobrar que ganamos el gobierno gracias a que teníamos un Partido fuerte por su doctrina... Porque Ernesto Ruffo no necesitó de delegaciones federales para despertar las conciencias y las inteligencias en Baja California, porque Francisco Barrio no necesitó programas gubernamentales para convencer en Chihuahua, porque Manuel Clouthier no necesitó de medios de comunicación afines para sembrar esperanza en millones de mexicanos; porque Vicente Fox no se replegó al acoso del poder autoritario, porque Felipe Calderón demostró que para los panistas no hay nada ni nadie invencible”.
Por eso, en lo general, me dejó satisfecho el proceso de renovación de la dirigencia nacional. Éste refrescó al partido y suscitó una provechosa discusión para todos, pues se pusieron sobre la mesa problemas y debilidades, así como propuestas de solución. Ese diálogo no puede perderse y el nuevo jefe nacional debiera recogerlo íntegro.
Hay tiempo para reorientar el rumbo y relanzar nuestra oferta de cambio estructural, a partir de un balance realista de logros y saldos pendientes en esta década del PAN en el gobierno, incluso de un reconocimiento de lo que no hemos podido hacer o lo hemos hecho mal, explicando también la resistencia todos estos años de una oposición que no apostó por la transición democrática, sino sólo por su restauración autoritaria.
Ahí está la encuesta nacional publicada ayer por EL UNIVERSAL, sobre preferencias electorales, en la que se revela que tanto el PRI como el PAN se mantienen parejos —como partidos—, en la intención de votos, incluso arriba el PAN cuando se pregunta sobre el partido que está representando o defendiendo mejor los intereses de las personas y sus familias.
Y en el contraste de fondo, la diferencia se irá agrandando, al menos así se advierte de lo que ocurrirá en el relevo priísta, mientras que en el PAN se recobró una dinámica de competencia con la participación de cinco candidaturas —entre éstas, Judith Díaz y Cecilia Romero—, el PRI se dispone regresarle la conducción de su dirigencia nacional a la líder vitalicia del sindicato de maestros, Elba Esther Gordillo, a quien echó de sus filas hace cinco años y ahora, por instrucciones de Peña Nieto y a través de la candidatura de “unidad” del gobernador Moreira, le completarán poder para su operación transversal a partidos.
Estos valores constituyen el desafío de la nueva dirigencia que encabezará Gustavo E. Madero y, dentro de ellos, preservar la autonomía del partido frente al gobierno, así como generar las condiciones de transparencia e imparcialidad en los procesos de selección de sus candidatos a las elecciones del 2012, de tal manera que concurra la mayor participación ciudadana posible.
La verdadera unidad está fincada en la lealtad a los principios y valores, mucho más que en la distribución de posiciones entre los grupos de influencia en el partido, ya sea el oficialismo calderonista o los gobernadores. De no afirmarse otra vez los motivos originales que le permitieron llegar al poder, el PAN puede desaprovechar la tercera oportunidad que parece tener.
Ese diagnóstico lo tenían todos los candidatos a la dirigencia nacional, todos coincidían en que el problema mayor radica en el disimulo con el que hoy se toleran en la vida del PAN una serie de prácticas de manufactura priísta y la forma en que, rápida y cómodamente, importantes actores políticos se instalaron en el disfrute del poder y no en la concresión de sus obligaciones.
A lo largo de la campaña interna, Ramírez Acuña no vaciló en llamar a las cosas por su nombre. Sin contemplaciones a la corrupción ni autoengaños, expuso hechos que pretenden pasar como normales, la onda grupera entre ellos. La ha descrito con enorme valor en su discurso ante el Consejo Nacional: “Siempre dijimos que la presencia de grupos al interior del partido enriquecía nuestra vida institucional... Pero en tiempos recientes me preocupa que el principal fin de esas corrientes de opinión ya no es la búsqueda del bien del partido ni del bien común, sino la aniquilación del adversario, la conquista indiscriminada de posiciones y la protección de intereses... antes nuestros principales problemas eran por la diferencias de ideas o visiones, mientras que hoy nuestro principal problema es una lucha desmedida por el poder”.
Roberto Gil —quien más descolló en esta contienda en términos de sus dotes intelectuales en el pensamiento humanista— explicó realidades desnudas: “Es tiempo de recobrar que ganamos el gobierno gracias a que teníamos un Partido fuerte por su doctrina... Porque Ernesto Ruffo no necesitó de delegaciones federales para despertar las conciencias y las inteligencias en Baja California, porque Francisco Barrio no necesitó programas gubernamentales para convencer en Chihuahua, porque Manuel Clouthier no necesitó de medios de comunicación afines para sembrar esperanza en millones de mexicanos; porque Vicente Fox no se replegó al acoso del poder autoritario, porque Felipe Calderón demostró que para los panistas no hay nada ni nadie invencible”.
Por eso, en lo general, me dejó satisfecho el proceso de renovación de la dirigencia nacional. Éste refrescó al partido y suscitó una provechosa discusión para todos, pues se pusieron sobre la mesa problemas y debilidades, así como propuestas de solución. Ese diálogo no puede perderse y el nuevo jefe nacional debiera recogerlo íntegro.
Hay tiempo para reorientar el rumbo y relanzar nuestra oferta de cambio estructural, a partir de un balance realista de logros y saldos pendientes en esta década del PAN en el gobierno, incluso de un reconocimiento de lo que no hemos podido hacer o lo hemos hecho mal, explicando también la resistencia todos estos años de una oposición que no apostó por la transición democrática, sino sólo por su restauración autoritaria.
Ahí está la encuesta nacional publicada ayer por EL UNIVERSAL, sobre preferencias electorales, en la que se revela que tanto el PRI como el PAN se mantienen parejos —como partidos—, en la intención de votos, incluso arriba el PAN cuando se pregunta sobre el partido que está representando o defendiendo mejor los intereses de las personas y sus familias.
Y en el contraste de fondo, la diferencia se irá agrandando, al menos así se advierte de lo que ocurrirá en el relevo priísta, mientras que en el PAN se recobró una dinámica de competencia con la participación de cinco candidaturas —entre éstas, Judith Díaz y Cecilia Romero—, el PRI se dispone regresarle la conducción de su dirigencia nacional a la líder vitalicia del sindicato de maestros, Elba Esther Gordillo, a quien echó de sus filas hace cinco años y ahora, por instrucciones de Peña Nieto y a través de la candidatura de “unidad” del gobernador Moreira, le completarán poder para su operación transversal a partidos.
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