miércoles, 22 de diciembre de 2010

EL RETORNO DE DIEGO

RODRIGO MORALES MANZANARES

El secuestro es, sin duda, uno de los delitos más deleznables. El dolo, la crueldad, el abuso, la distancia con la condición humana, hacen de la privación de la libertad un acto del todo condenable. El hecho de que cualquier secuestro concluya con la libertad de la víctima es sin duda un evento que hay que celebrar. El afortunado caso de la liberación de Diego Fernández de Cevallos, sin embargo, se ha visto acompañado de una serie de reacciones en las redes sociales que no hacen sino acreditar la importancia del personaje, que aun en un trance como el que vivió, genera todo tipo de fobias y filias. Diversos cibernautas han fijado posición y van desde celebrar por la liberación con vida del líder político, hasta aquellos para quienes se trató de una farsa, un teatro armado, una cortina de humo e incluso, en el límite de la irracionalidad, hay quienes lamentan la liberación del político queretano. En efecto la relevancia del personaje ha desatado todo tipo de reacciones. Pero, acaso, la incómoda lectura de esos mensajes sirve también para actualizar el mapa, no sólo de la descomposición social, sino también de la desconfianza con la autoridad o con aquello que se relaciona con la política. Veamos. En un evento que involucra a un político de la trayectoria de Fernández de Cevallos puede llegar a ser “natural” que subsistan discrepancias en torno a la versión “oficial” de los hechos y, en general, esas discrepancias o vacíos se colman con diversas teorías de la conspiración que pretenden ofrecer explicaciones en aquellas zonas obscuras. Me parece que, si queremos que las voces de la conspiración sean en efecto marginales, es ineludible que la autoridad aclare puntualmente todas las dudas y ofrezca las explicaciones más completas del caso. Pero no sólo porque la salud de la convivencia social aconseja alejarse de las teorías fantásticas que descreen de toda evidencia, sino también porque uno de los efectos de los llamados secuestros de alto impacto es justamente acrecentar la sensación de indefensión entre los ciudadanos comunes y corrientes. Tengo la impresión de que, para reconstruir una versión de los hechos, será necesario empezar a ponderar lo que significó el secuestro en todos sentidos: en términos del avance de la delincuencia, del perfil o la composición del grupo que lo cometió, de los riesgos presuntos o reales que se corren de que se repita una acción de tal naturaleza, etcétera. Es decir, establecer con mayor claridad, una vez que el sigilo a observar por las negociones en curso ha desaparecido, ¿cuáles son las líneas de investigación, qué sabe el Ministerio Público de los presuntos secuestradores, qué podemos esperar de las investigaciones en curso?, en fin, cuando hablamos del secuestro de Diego Fernández de Cevallos, ¿de qué estamos hablando? Sólo una vez que se ubique esa suerte de “métrica” mínima de la delincuencia, de saber en qué punto estamos, qué riesgos o avances podemos esperar, creo que sería posible ensayar algún tipo de ponderación política del evento. Finalmente, habrá que esperar a que las autoridades hagan su parte en este lamentable episodio. Pero, por lo pronto, sin duda hay que celebrar el retorno de Diego Fernández de Cevallos a la vida normal. Bienvenido sea.

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