lunes, 20 de diciembre de 2010

LA FAMILIA MICHOACANA

CARMEN ARISTEGUI

La embestida del gobierno federal en contra de la Familia Michoacana de los últimos días ha puesto al desnudo la naturaleza y extensión de un fenómeno criminal complejo -con bases establecidas y profundamente inquietante- que ha sentado sus reales en el estado natal de Felipe Calderón. El operativo lanzado la semana pasada por la Policía Federal en el que cayó abatido Nazario Moreno González, uno de sus principales líderes y guía espiritual de la organización, mostró no sólo la capacidad de movilización y respuesta que los delincuentes han desarrollado, sino que ha evidenciado, más claramente, la singular naturaleza de esta organización criminal. El despliegue de pistoleros en, por lo menos, una decena de municipios que hizo, por momentos, retroceder a la fuerza federal; el robo e incendio de vehículos y la obstrucción de carreteras para impedir la llegada de refuerzos es la parte estruendosa de su fuerza y capacidad de fuego.La parte silenciosa pero más perturbadora de esta historia radica no sólo en el miedo que infunden estas acciones, sino lo que se trasluce, por ejemplo, de las manifestaciones de hombres, mujeres y niños que salieron a la calle mostrando pancartas de apoyo a la Familia Michoacana y exigiendo la salida de la fuerza federal. Algunos pudieron estar ahí, ciertamente, coercionados pero, algunos otros, también, por su propia voluntad. La estructura paramilitar de esta organización incluye un extendido fenómeno de adoctrinamiento y despliega amplios contactos con la población en lo general. Nazario Moreno, abatido en el operativo de Apatzingán cuando participaba de una fiesta -que todos sabían que se realizaba, dijo esta semana Felipe Calderón-, era conocido también como El más loco, mote con el que firmaba sus dedicatorias de Biblias o ejemplares del libro Pensamientos de su autoría, entregado por miles a jóvenes a quienes llaman "guerreros celestiales" y a quienes preparan para engrosar esta estructura criminal; además de a sicarios y demás miembros cercanos a esta organización.La Familia Michoacana se caracteriza por prácticas criminales a las que adereza con fuertes cargas de horror. Inauguraron una etapa y estremecieron a México, cuando arrojaron cinco cabezas humanas en plena pista de baile de la discoteca Sol y Sombra, en Uruapan, Michoacán el 6 de septiembre de 2006. Con este mensaje, se presentaban: "La familia no mata por paga. No mata mujeres. No mata inocentes. Sólo muere quien debe morir, sépanlo toda la gente. Esto es justicia divina". Desde entonces, los miembros de esta organización -mediante un sistema de comunicación social, que incluye mantas, pintas y hasta entrevistas por la televisión- insisten en que ellos están para proteger a Michoacán de los robos, secuestros, extorsiones y violaciones. Afirman tener miles de seguidores.El periodista Alejandro Suverza, quien ha investigado a esta organización y prepara un libro sobre ella, tuvo un encuentro en 2006 con alguien que lo puso en contacto telefónico con el hoy hombre muerto. Nazario Moreno le contó a Suverza sobre los ejes principales de su organización. Cuenta el periodista sobre esta llamada, en un texto publicado en Nexos: "El hombre ametrallaba con sus palabras, preguntaba mi opinión sobre el trabajo que estaban haciendo en la zona, mostraba su furia porque el gobierno de Vicente Fox no atacaba ni encarcelaba al Chapo Guzmán ni al Mayo Zambada. '¿Por qué nada más a nosotros?'". El más loco le dijo también que "... la organización quería llegar a gente marginada, que había abierto escuelas en los lugares más recónditos, que proveía a los alumnos de artículos escolares y 'refaccionaba' a los campesinos para que siguieran sus labores del campo". Michoacán, le decía, "...siempre ha sido productor de marihuana; cualquiera podía venir a pagarle a la gente lo que fuera. La gente se dedica a eso y nosotros no podemos pararlo. Lo que intentamos es regular, para que la gente no sea explotada... Dios guía nuestro trabajo".Un retrato que hace evocar, inevitablemente, a la Colombia de los ochenta. Fuerzas paramilitares del crimen y de "defensa"; control de mercados; corrupción; sanguinarias disputas por territorios y control de autoridades, sin descontar la triste, desoladora y costosísima franja, inmedible, de la aceptación social. ¿Es acaso esto lo que se ha dado en llamar como insurgencia criminal?

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