jueves, 30 de diciembre de 2010

2010: OPORTUNIDAD PERDIDA

LORENZO CÓRDOVA VIANELLO

El año que está por terminar fue, en muchos sentidos, una oportunidad poco aprovechada. El país no atraviesa su mejor momento, y ha estado aquejado desde hace tiempo por numerosas crisis. En primer lugar, en materia de seguridad, tenemos a una criminalidad rampante que, lejos de verse disminuida por la monocorde estrategia gubernamental para combatirla, arrebata espacios de control al Estado día a día. En segundo lugar, en materia económica, a pesar de la aparente estabilidad que ha seguido a la debacle mundial en 2009, el crecimiento dista de ser el necesario para enfrentar de manera optimista el futuro y la pobreza y la desigualdad —más allá del inverosímil discurso oficial que insiste en destacar con tonos triunfalistas los magros logros conseguidos— aumentan preocupantemente. En tercer lugar, en materia social, el tejido ciudadano se ha venido erosionando de manera preocupante, y la desconfianza, como antivalor, se difunde a la par que la capacidad de asombro y de indignación se diluyen. Y, finalmente, en materia política, el cortoplacismo y el pragmatismo electorero privan, y en medio de tonos altisonantes que para nada ayudan a la construcción de acuerdos, la política se aleja de una ciudadanía que cada vez es más refractaria a asumir a los partidos y a los órganos representativos como canales confiables y creíbles para que la vida democrática se desarrolle. Todo lo anterior generaba un complicado contexto para hacer un análisis sereno de dónde estamos, cuál es la naturaleza y cuáles las causas de nuestros problemas, qué soluciones son las mejores para enfrentarlos y cómo debemos instrumentar esas soluciones. Pero el 2010 se presentaba como un momento oportuno para plantearnos hacer un diagnóstico sobre los grandes problemas nacionales y avanzar acuerdos en torno a las medidas necesarias para atajarlos. En efecto, si bien hubo una importante actividad electoral —con toda la rispidez política que ello implica—, también es cierto que, gracias a la reforma de 2007, se concentró en sólo unos cuantos meses, abriendo un espacio importante para que los diagnósticos no se contaminaran electoralmente. Además, existía una suficiente distancia tanto con las elecciones federales anteriores como con las venideras, lo que permitía analizar nuestra situación y hacer propuestas sobre los temas “calientes” sin estar atados al inmediatismo que los procesos electorales imponen a la política. Por otra parte, la conmemoración del Bicentenario y del Centenario representaba el mejor pretexto para convocar a una profunda reflexión sobre el México que queremos construir y cuáles las vías que deben seguirse. La celebración podía y debía verse como una manera de trazar rutas transexenales del desarrollo del país. Y, sin embargo… el cortoplacismo privó, la lógica electoral de la contienda presidencial se adelantó y la conmemoración se redujo a fiesta, oropel y a “echar cohetes”. Los logros de 2010 fueron magros ante las expectativas y necesidades. El próximo año pinta para ser uno en el que difícilmente conseguiremos algo. De nuevo, el calendario electoral local estará desperdigado a lo largo del año, empezando con las elecciones de gobernador en Guerrero, el 30 de enero, y terminando con las elecciones para renovar el Ejecutivo local el 13 de noviembre. Por si fuera poco, en julio serán las elecciones de gobernador en el estado de México, que, como ha sido reconocido, son cruciales para el futuro político de Enrique Peña Nieto, y en octubre arranca el proceso electoral para renovar los poderes federales en 2012. En suma, el 2011 estará sobrecargado de rispidez y confrontación política, y los partidos difícilmente cederán en temas que puedan ser vistos públicamente como victorias para sus adversarios. Del 2012, ni hablemos. Pensar que algún acuerdo pueda procesarse entonces sería más el producto de la inocencia política o de la mística convicción de que los milagros son posibles. Por su parte, el 2013 será el primer año del nuevo gobierno, y la posibilidad de acuerdos sobre los temas relevantes dependerá de las capacidades negociadoras del nuevo Ejecutivo y de que el ambiente poselectoral no esté cargado de inquinas, ánimos revanchistas y de conflictos (conociendo a nuestros políticos será algo difícil). Con el fin de este año, se cierra una ventana que habríamos tenido que aprovechar mejor, y que dejamos pasar. Otra oportunidad perdida más.

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