Se ha hecho público en "The New York Times" y "WikiLeaks" el contenido de la reunión por demás ilustrativa que sostuvo el 19 de octubre de 2009 el secretario de la Defensa Nacional, Guillermo Galván Galván, con el entonces director de Inteligencia estadounidense, Dennis Blair, criticando el primero la muy larga participación del Ejército Mexicano en la lucha contra el narcotráfico; prediciendo así mismo que la misma durará "otros siete o diez años". Claro, salvo que el Presidente de la República, quien es el Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas de aire, tierra y mar, decida otra cosa o que el Congreso de la Unión modificando la Constitución le retire esa facultad. Así mismo el General dijo desconfiar de las entidades policiales del país prefiriendo trabajar por separado, aparte de ellas, habida cuenta de que las operaciones conjuntas se dificultan debido a la falta de planeación y de los malos policías, corruptos, que le transmiten información al hampa o se coluden con ella. Luego aludió a los abusos del Ejército en materia de derechos humanos, lo cual le acarrea severos cuestionamientos; pero lo más relevante estuvo a mi juicio en el hecho de admitir que hay la percepción generalizada de que las fuerzas armadas realizan la tarea que les ha encomendado el Presidente la República sin el suficiente sustento legal, yo digo constitucional, por lo que sugirió que una forma de tenerlo sería invocar y aplicar el artículo 29 de la Constitución "para decretar estado de excepción (que en rigor es una suspensión de las garantías individuales) en ciertas áreas del país". Idea que he sostenido desde hace bastante tiempo en relación con la guerra contra el narcotráfico. No hay más que leer con cuidado el artículo 29 y se entenderá inmediatamente que no ofrece ningún problema para su aplicación desde el punto de vista ténico jurídico. La Constitución permite dicha suspensión de las garantías individuales; y entre suspenderlas en los términos de ese artículo o sacar al Ejército a las calles sin clara referencia constitucional, indiscutiblemente es preferible lo primero.
Ahora bien, en la reunión de la especie que sostuvo el Secretario de la Defensa Nacional con Dennis Blair resaltó algo muy preocupante, a saber, la posibilidad de que "un aumento de la asistencia de Estados Unidos con información de inteligencia podría reducir ese período de tiempo" (el de "otros siete o diez años" con la milicia circulando por el país). E incluso el alto funcionario fue más concreto al decir que "el Ejército estaría dispuesto a aceptar cualquier adiestramiento que pueda ofrecerle Estados Unidos" y que "dos oficiales del Ejército Mexicano fueron asignados al Centro de Inteligencia de Texas, en El Paso, en Estados Unidos, con el objetivo de agilizar el intercambio de información". Es de recordar que abundan en todos los niveles del análisis político-social aquellos que hablan constantemente de nuestra quisquillosidad, de nuestra pequeñez tercermundista al no aceptar cooperaciones interfronterizas o multinacionales tal y como lo hacen otros países. Añaden que cargamos a cuestas una entremezcla de complejo de inferioridad y de superioridad. Para ellos el indito acurrucado se levantó de pronto y empezó a vociferar -es una metáfora- apoyándose en un nacionalismo obsoleto y hasta perjudicial. Pero olvidan las peculiaridades e historia de nuestro país, su idiosincracia, la geopolítica en la que estamos inmersos. Pasan por alto "el destino manifiesto" pregonando que es cosa del pasado. Sin embargo quien desconoce la historia está condenado a repetirla. Y otra cosa, el pasado no es tan pasado como se suele creer. Allende el Bravo se arman todavía asechanzas en contra nuestra. La verdad ineludible es que el mundo ha cambiado en algunas cosas pero en otras no, y lo menos que se nos puede exigir es no ser cándidos. Con los norteamericanos podemos navegar juntos pero conscientes de que vamos en aguas procelosas. Ningún otro país en este continente y difícilmente en otros, salvo en la época del Muro de Berlín o de la Cortina de Hierro en plena "guerra fría", ha tenido y tiene una proximidad tan cercana, tan comprometedora (pared de por medio) con una superpotencia. ¿Que nos han quitado parte de nuestro territorio? No es verdad, arguyen conspícuos investigadores. Se la dimos, se la regalamos en medio de nuestras rencillas interiores. Pero yo pienso que muy aparte de los cambios relevantes y trascendentes que ha habido en el vecino país, lo medular no ha cambiado en cuanto a nosotros. He allí el problema, por no citar otros, de los aranceles, de los indocumentados y de la oposición tan cerrada -en el Congreso y en la mismísima Casa Blanca- para que nuestra gente cruce la frontera.
¿Año Nuevo viejo Ejército? Ni aunque fuera nuevo le correspondería andar circulando por las calles. El Ejército es el guardián de las instituciones de un país y en México esto ha sido muy claro, sobre todo a partir de la Revolución. Y las instituciones no surgen de la nada sino de un Estado de Derecho obviamente con una Constitución, o sea, con una Ley Suprema. ¿Cómo es posible entonces que el propio guardián no se someta al mandato de la Carta Magna? Y mientras ésta y sus leyes secundarias le asignen al Ejército un papel determinado, no tiene más remedio que actatarlas o perdería su condición de guardián. Comparto y compartimos millones de mexicanos la preocupación, que así la supongo, del Secretario de la Defensa Nacional.
Ahora bien, en la reunión de la especie que sostuvo el Secretario de la Defensa Nacional con Dennis Blair resaltó algo muy preocupante, a saber, la posibilidad de que "un aumento de la asistencia de Estados Unidos con información de inteligencia podría reducir ese período de tiempo" (el de "otros siete o diez años" con la milicia circulando por el país). E incluso el alto funcionario fue más concreto al decir que "el Ejército estaría dispuesto a aceptar cualquier adiestramiento que pueda ofrecerle Estados Unidos" y que "dos oficiales del Ejército Mexicano fueron asignados al Centro de Inteligencia de Texas, en El Paso, en Estados Unidos, con el objetivo de agilizar el intercambio de información". Es de recordar que abundan en todos los niveles del análisis político-social aquellos que hablan constantemente de nuestra quisquillosidad, de nuestra pequeñez tercermundista al no aceptar cooperaciones interfronterizas o multinacionales tal y como lo hacen otros países. Añaden que cargamos a cuestas una entremezcla de complejo de inferioridad y de superioridad. Para ellos el indito acurrucado se levantó de pronto y empezó a vociferar -es una metáfora- apoyándose en un nacionalismo obsoleto y hasta perjudicial. Pero olvidan las peculiaridades e historia de nuestro país, su idiosincracia, la geopolítica en la que estamos inmersos. Pasan por alto "el destino manifiesto" pregonando que es cosa del pasado. Sin embargo quien desconoce la historia está condenado a repetirla. Y otra cosa, el pasado no es tan pasado como se suele creer. Allende el Bravo se arman todavía asechanzas en contra nuestra. La verdad ineludible es que el mundo ha cambiado en algunas cosas pero en otras no, y lo menos que se nos puede exigir es no ser cándidos. Con los norteamericanos podemos navegar juntos pero conscientes de que vamos en aguas procelosas. Ningún otro país en este continente y difícilmente en otros, salvo en la época del Muro de Berlín o de la Cortina de Hierro en plena "guerra fría", ha tenido y tiene una proximidad tan cercana, tan comprometedora (pared de por medio) con una superpotencia. ¿Que nos han quitado parte de nuestro territorio? No es verdad, arguyen conspícuos investigadores. Se la dimos, se la regalamos en medio de nuestras rencillas interiores. Pero yo pienso que muy aparte de los cambios relevantes y trascendentes que ha habido en el vecino país, lo medular no ha cambiado en cuanto a nosotros. He allí el problema, por no citar otros, de los aranceles, de los indocumentados y de la oposición tan cerrada -en el Congreso y en la mismísima Casa Blanca- para que nuestra gente cruce la frontera.
¿Año Nuevo viejo Ejército? Ni aunque fuera nuevo le correspondería andar circulando por las calles. El Ejército es el guardián de las instituciones de un país y en México esto ha sido muy claro, sobre todo a partir de la Revolución. Y las instituciones no surgen de la nada sino de un Estado de Derecho obviamente con una Constitución, o sea, con una Ley Suprema. ¿Cómo es posible entonces que el propio guardián no se someta al mandato de la Carta Magna? Y mientras ésta y sus leyes secundarias le asignen al Ejército un papel determinado, no tiene más remedio que actatarlas o perdería su condición de guardián. Comparto y compartimos millones de mexicanos la preocupación, que así la supongo, del Secretario de la Defensa Nacional.
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