Ahora que el país cuenta con dos vicepresidentes, la responsabilidad del gobierno ante la sociedad podrá adquirir mayor transparencia. Además de la vicepresidencia económica que inaugurara el profesor Francisco Gil Díaz con Vicente Fox, contamos ahora con un vicepresidente empresarial quien, según varias columnas financieras y en contra de la opinión reiterada del coordinador de la diputación priísta, impidió que el PRI presentara ante el pleno de la Cámara una iniciativa de reforma laboral previa y gozosamente anunciada por sus dirigentes parlamentarios. Si estos dirigentes vieron la luz al final del día y cayeron en cuenta de lo insatisfactorio o incompleto de su propuesta o si, como insistió la prensa en su momento, el señor Claudio X. González los llevó a hacerlo debido a su incredulidad repecto de sus intenciones en materia de jornada laboral, está por verse. Lo que quedó como verdad pública y hasta notoria fue que la opinión del dinero se hace valer ahora directamente, desde arriba y con el poder de firma que aún le queda. ¡Vicepresidencia habemus, pues! Por lustros, Porfirio Muñoz Ledo y muchos otros políticos y estudiosos del Estado han insistido en la obligada reforma estatal, no sólo por lo vetusto de sus estructuras sino por la cada día más flagrante incongruencia entre su arquitectura institucional y constitucional y los propósitos democráticos que han inspirado y, se dice, guiado, los sentimientos nacionales en las últimas décadas. Poco han logrado estos reformistas, pero ello no quiere decir que sus dichos carezcan de pertinencia: de hecho, conforman la agenda escondida de la sucesión presidencial y pueden definir el rumbo de México por muchos años. La magnitud de los déficit estatales se siente y entiende desde el momento en que un mexicano se siente ciudadano y descubre que este atributo no se resuelve plenamente con la credencial de elector y su uso cada tres años en las urnas. Que la ciudadanía lo incita a ejercer derechos y libertades en los más variados ámbitos y que estos derechos y libertades no encuentran cauce satisfactorio ni garantías efectivas y creíbles en practicamente ningún espacio o institución del Estado y del sistema político, en el que debe incluirse desde el principio el complejo de medios para la comunicación masiva. De esta manera, la democracia de masas y moderna que el discurso ofrece no encuentra forma ni manera de concretarse en la práctica y la vivencia cotidianas de los mexicanos, y aquella noción de ciudadanía apenas descubierta se torna desilusión y desencanto aun antes de haber disfrutado de encanto alguno. La democracia vibrante de los ciudadanos se vuelve política de aldea, y la organización social y política un mero juego corporativo, mediante el cual se puja e impone una visión particular y restrictiva de lo que no puede o no debe ser el país abierto y democrático que se prometió con las reformas económicas y políticas que habrían sido coronadas en el año 2000 con la alternancia. Por razones diversas y poderosas no ocurrió así, y no ocurrirá mañana, si no se emprende antes una profunda mutación en el orden constitucional, la forma de gobierno y las relaciones sociales que determinan la distribución de riqueza, ingreso y oportunidades de acceso y disfrute de los bienes públicos que, a pesar de todo, la sociedad produce año con año. Para arrancar en una empresa del tamaño de la sugerida aquí, parece obligado saltar el cerco de simulación y dominio en el que la política democrática ha caído y rechazar tajantemente piruetas como la que se reseñó al principio de esta nota en referencia a la frustrada iniciativa de reforma laboral priísta. Ni hay ni puede haber una vicepresidencia económica hasta en tanto no haya una reforma constitucional del régimen político nacional; ni puede ni debe haber una vicepresidencia empresarial, salvo que ésta traiga tras de sí las falanges fascistas que prometían orden y llevaron al mundo, a Italia y a Alemania, a la peor destrucción humana imaginable. Lo demás es jugar con fuego, y fuego ya hay, y en el norte aplasta sin clemencia a la ciudadanía que más había avanzado en la conformación de nuevas maneras económicas y de hacer e imaginar la política. La política democrática está hecha para modular el conflicto y encauzar la puja distributiva; para darle a las clases sociales motivos ciertos para sentirse parte de una comunidad imaginada en la convivencia y hasta en la cooperación. Flaco favor le hacen a esta aspiración los políticos que se sienten clase aparte y acaban recitando la voz del amo.
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